La Gran Guerra
Abandonad toda esperanza, salmo 131º
Aunque el reflejo de las guerras mundiales en la ficción suele pasar por ser una crónica costumbrista de los desastres de la guerra o una loa al heroísmo de los contendientes al modo de Hazañas bélicas, todavía queda un resquicio para la poesía. Así lo demuestran dos recientes novelas gráficas ambientadas en la Primera Guerra Mundial, por aquel entonces llamada "la Gran Guerra" al no existir todavía una segunda.
El cuaderno rojo no se titula así por casualidad: entre los escritores favoritos de su autor, el danés Teddy Kristiansen, se encuentra Paul Auster, que cuenta con un libro de idéntico título; también cita a David Mitchell, un fabulador que como el autor de El palacio de la luna y el propio Kristiansen ha hecho de la intrahistoria, los relatos entrecruzados y el ingobernable azar elementos clave de su obra.
Como dibujante, Kristiansen siempre ha mantenido un difícil equilibrio entre el mercado norteamericano y el europeo, aun cuando ha trabajado con un icono tan emblemático del primero como Superman; pero ahora, como autor completo, da rienda suelta a sus obsesiones en una bellísima narración protagonizada por un escritor que por casualidad descubre la figura de un pintor ya olvidado que vivió su época de esplendor en el París de la bohemia, y que al negarse a entregar su mejor cuadro -una obra maestra desconocida al modo de Honoré de Balzac o Jacques Rivette- al cliente que le hizo el encargo se vio obligado a huir y participar en la contienda bélica que asolaba Europa. El descubrimiento de este personaje llevará al escritor a preguntarse por qué algunos artistas logran inscribir su nombre con letras doradas en la historia de la humanidad, mientras otros apenas intuyen que su existencia va a ser injustamente sepultada por las arenas del tiempo.
Este olvido no le ocurrirá ni a la historieta de Kristiansen ni tampoco a La lectura de las ruinas, una obra de David B. que parte de los relatos sobre la Gran Guerra que su abuelo le contaba siendo el autor un niño. Pero la desbordante inventiva del creador de La ascensión del Gran Mal ha convertido lo que podría haber sido una obra naturalista sobre los horrores de la guerra en una fascinante obra maestra que conjuga realidad y onirismo, amor y ensoñación, sangre y fantasmas.
David B. utiliza la figura de un folclorista, estudioso de los mitos que se han venido forjando en las distintas contiendas que salpican la historia del hombre, que parte en busca del excéntrico inventor del cañón de sueños, el alambre vampiro o los hombres fécula, para construir una intriga al estilo de Blake y Mortimer o Tintín que bebe igualmente del folletín, de los relatos bélicos y del imaginario del fantástico europeo (Caligari, el Golem, el Vampiro de Düsseldorf) donde lo que importa no es la trama detectivesca, sino el retrato de un mundo donde las ruinas conforman su propio alfabeto para relatar la evolución del espíritu de la guerra. El autor francés, pese a su estilo naif, se deja influir por las vanguardias de la época que retrata, del expresionismo alemán al cartelismo soviético, mientras parece advertirnos de que el ser humano está abocado a la destrucción total.
Dos maravillas dignas de leerse, se lo aseguro. Y no se vayan a creer que nuestra Guerra Civil no cuenta también con sus cronistas... Pero eso lo dejamos para otro día.
El cuaderno rojo y La lectura de las ruinas están editados por Norma Editorial.