La inquietud inexplicada
Abandonad toda esperanza, salmo 583º
No me explico por qué, pero cada cierto tiempo surge una película, por lo general algo críptica en tanto que relato y con afán de resultar inquietante, que divide de forma irreconciliable a los espectadores entre los que la consideran una obra maestra de proporciones épicas llamada a perdurar en el tiempo y los que piensan que es una paja mental de su director que solo elogiarán los anteriores para dárselas de listos. Y si el año pasado fueron The Neon Demon y, en menor medida, Animales nocturnos y La llegada las que polarizaron a la platea, en esta temporada no cabe duda -por falta de competencia a la altura- de que la nueva cinta encargada de generar controversia es Madre! (no, no falta el signo de exclamación inicial; alguien ha debido de pensar que había que respetar el título original de Mother! hasta en ese pequeño detalle). Visto este nuevo largometraje de Darren Aronofsky, creo que no es la octava maravilla que predican algunos, pero ni mucho menos el bodrio infumable que aseguran otros... Estos últimos, espectadores que por lo general responden al perfil de aquel que quiere o necesita que se lo den todo bien masticado. Por mi parte, Madre! no me parece ninguna genialidad porque, además de lo burdo de algunas de las metáforas que plantea, me resulta demasiado deudora de las referencias, unas confesas y otras no, que baraja su guionista y realizador. Por supuesto, en toda película confusa que se precie hay que citar a Luis Buñuel y David Lynch: del primero, Aronofsky menciona El ángel exterminador y su tratamiento claustrofóbico del espacio como una referencia clave; al segundo lo menciono yo pues de él podría haber tomado, con algunas diferencias sutiles, la crisis de la paternidad y la problemática del matrimonio expuestas en Cabeza borradora y Carretera perdida respectivamente. También podríamos citar a Ingmar Bergman y sus particulares aproximaciones al género de terror (porque qué es Madre! si no una película de terror de autor), muy especialmente la fascinante La hora del lobo y su retrato de los demonios interiores del artista (sustituyendo ahora a un Max von Sydow atormentado por un Javier Bardem demiúrgico). El bloqueo del escritor y sus consecuencias ulteriores remiten a la soberbia Barton Fink de los hermanos Coen. Y me atrevería a añadir a Lars von Trier, a cuya filmografía recuerda la cinta que nos ocupa en su tramo final; vaya, cuando a Aronofsky parece que se le va la olla del todo, algo que le ocurre al danés en una película sí y en la siguiente también. Pero sin duda, el principal referente de Madre! no es otro que Roman Polanski... y no por La semilla del diablo, cinta de la cual este nuevo estreno sería una secuela encubierta según una alocada teoría que pulula por Internet (y que les aconsejo obvien de inmediato); sino más bien por algunos de sus títulos más arriesgados, como El quimérico inquilino o muy especialmente Repulsión: cuánto le debe el modo obsesivo con el que Aronofsky filma a Jennifer Lawrence, a la sazón su pareja en la actualidad, con la cámara pegada a su rostro y su cuerpo voluptuoso, a la manera en la que el director de Chinatown hizo lo propio allá por 1965 con una inolvidable Catherine Deneuve.
Aclaradas algunas de las referencias temáticas y formales del film, es probable que algunos prefieran que se les explique de qué va Madre!, algo que a mi parecer socava el interés de la película y echa por tierra la posibilidad de experimentarla en primera persona como se debiera, pero por mí que no quede... y ya les adelanto que a continuación se aproximan spoilers a mansalva: en primer lugar, debo aclarar que discrepo en buena parte de las explicaciones del propio Aronofsky (vaya arrogancia, dirán ustedes, y quizás no les falte razón) y paso olímpicamente de su lectura bíblica, aunque considerar a su protagonista como un símbolo de la Madre Naturaleza y al resto de personajes principales representaciones de Dios, Adán y Eva y sus hijos Caín y Abel case perfectamente con lo que se ve en pantalla. Y discrepo porque comulgo con el principio de economía, más conocido como el de la Navaja de Ockham, y a su vez una de las claves de todo el discurso científico: "La explicación más sencilla suele ser la verdadera". ¿De verdad resulta tan complicado de entender que el tema principal de la película es la oposición entre lo natural y lo artificial, y por extensión la confrontación entre la creación de vida biológica (la maternidad de la protagonista) y la creación artística (la poesía de su esposo)? ¿En serio es tan difícil de alcanzar que el personaje de Javier Bardem representa al artista egocéntrico al que solo le interesa su arte y la percepción que de él tiene su público, además del afán de trascender la mortalidad gracias a su obra; mientras que el de Jennifer Lawrence encarna la querencia por una vida más apegada a la realidad, a los bienes tangibles y a la protección del núcleo familiar y del hogar? Más allá de eso, plantear cualquier otra alegoría me parece perfecto como juego dialéctico (una costumbre muy sana, por otra parte), pero algo innecesario para entender una película que, al margen de que puede disfrutarse como experiencia sensitiva, no es tan complicada ni mucho menos tan inexplicable como sus detractores quieren hacernos creer.
Francamente, a mí me parece más difícil de entender en todo su alcance, aunque no por ello me resulte menos interesante sino más bien todo lo contrario, la intriga política que centra la acción de la excepcional La cordillera, la otra película también polanskiana e inexplicada (que no inexplicable) de la cartelera. En esta ocasión, el realizador argentino Santiago Mitre insiste en la temática política tras El estudiante y Paulina convirtiendo a ese actor excepcional que es Ricardo Darín -tan indiscutiblemente excepcional que parece que ahora está de moda menospreciarlo para hacerse destacar entre la plebe- en un hombre (supuestamente) común que ha logrado ascender primero a la presidencia de Argentina y después a la cordillera andina en la que se celebra una cumbre internacional de países latinoamericanos y que da título al film. Alrededor de él brillan especialmente tres actrices: Dolores Fonzi, Érica Rivas y la española Elena Anaya, encarnando respectivamente a la hija del presidente, su asistenta personal y una periodista de prestigio; pero también debo destacar a título personal el descubrimiento de Gerardo Romano (al parecer, un veterano actor de teleseries), el reencuentro con Daniel Giménez Cacho (que dota de credibilidad y carisma al personaje del presidente de México) y la colaboración fugaz de Christian Slater (en el rol del amigo americano, un término que siempre hay que marcar en cursiva).
Pero al margen de todos estos grandes intérpretes y de otros factores de interés (mención aparte merecen la fotografía de Javier Julia y la música del prolífico Alberto Iglesias), debemos detenernos un momento en el personaje de Dolores Fonzi, actriz que ya protagonizó Paulina a las órdenes de su pareja (sí, Mitre se ha marcado aquí otro aronofsky) y que ya debe tener confianza no solo con este sino también con Ricardo Darín después de coincidir con él en filmes como El aura, Truman o la reciente Nieve negra. Su personaje, la crisis nerviosa que sufre y la sesión de hipnosis a la que se somete después, sirven para introducir un elemento que a falta de un nombre mejor podemos calificar de fantástico, abriendo así la puerta a otra dimensión donde recuerdo y fantasía se confunden y a través de la cual Mitre y su coguionista Mariano Llinás dejan entrever la posibilidad de que el presidente argentino no es ese hombre tan común que pregonaba su campaña electoral... pero sin explicarlo a las claras. Porque hay cosas, y la inquietud es una de ellas, que funcionan mejor si no se explican del todo.
Madre! y La cordillera se proyectan en cines de toda España.