La mala baba
Me tomo una pausa en mis colaboraciones escritas y radiofónicas en la ciudad que me vio nacer
No soporto la mala baba. Quizá porque nunca la he practicado, y mi cuerpo y mi alma rechazan aquello incompatible con su esencia. De nuevo me he sentido ofendido por comentarios anónimos en el artículo anterior publicado en este periódico el pasado 18 de enero.
Comentarios que han quedado a la vista de todos y en los que hay personas que manifiestan su hartazgo hacia mi persona. Abominan de mi forma de escribir. Se atreven a decir que tanto mis publicaciones en EPDV como mis intervenciones en Radio Villena SER son pura autocomplacencia, un ejercicio de egocentrismo. Afirman que no se entiende nada de lo que publico habitualmente. Que practico un narcisismo que no conduce a ninguna parte.
A quienes se escondan bajo esos comentarios les daré una alegría. Me tomo una pausa en mis colaboraciones escritas y radiofónicas en la ciudad que me vio nacer. Prefiero que alguien me eche de menos a que me echen de más. No tengo ninguna necesidad de soportar impertinencias. Distingo perfectamente la opinión de la mala baba. Así es que hasta aquí hemos llegado.
El cariño que siento por Villena es demasiado grande para incurrir en cualquier salida de tono. Con mis aportaciones he tratado de arrojar luz. Naturalmente que he hablado en primera persona. Nada mejor que hacerlo a través de mi experiencia, de mi punto de vista, ni mejor ni peor, pero completamente honesto.
Porque quiero a Villena he de señalar que cuando llegué al mundo, a principios de los años sesenta del siglo pasado, antes de que José María Soler hubiese descubierto el Tesoro, la ciudad no era ni mucho menos un dechado de cultura. Porque España no lo era.
Crucifíquenme en la plaza de Santiago, que vuelva la inquisición. Pero cuando nací Villena todavía no tenía un instituto, y los pocos que podían estudiar tenían que examinarse de bachiller en Alcoy (que no olvidemos, tendrá unas fiestas que nos gustarán más o menos que las nuestras, pero sí cuenta con una Universidad en la ciudad, la UPV; no una Sede, un campus universitario en toda regla).
Muy pocos años antes de mi nacimiento, apenas una década (veo las fotografías y todavía me estremezco) la iglesia de Santa María, fruto de la brutalidad de la guerra civil, no había sido reparada de los daños irreparables que sufrió. Cuando veo los frutos de la barbarie que asoló el templo en la antesala de mi llegada al mundo, no echo la culpa a ningún bando, por más que haya leído el libro de mi amigo César López Hurtado. Sólo adivino incultura. La misma que en la actualidad ciega a quienes hacen la guerra. De pérdidas humanas no hablo, que ya lloro bastante sintonizando los informativos.
Hoy en día nos desvivimos por un estandarte, un broche, una pequeñísima obra de arte. Lo que se perdió en la iglesia de Santiago o en la ermita de Las Cruces fue tremendo. De acuerdo que ocurrió en todo nuestro territorio. Pero estoy reflexionando sobre mi ciudad.
Me gusta mucho su lengua, su deje. Pero, a ver si me explico, no me gusta nada el ‘te se’ de mi padre, de tantos padres y abuelos que, felizmente, se va superando. Como saben paisanos muy apreciados, Eleuterio Gandía y Mateo Marco, más curtidos en ‘villenerías’ y en literatura que un servidor, tradición e incultura casan mal.
En suma, y volviendo al principio, expresando mi deseo de que no me salpique la mala baba de nadie, que a sabiendas o sin querer pudiese hacerme daño, me despido por un tiempo de esta ‘Calle Mayor’. Aunque no me voy muy lejos. Sigo diariamente este periódico desde la homónima de Alicante, esquina con la Rambla. Gracias por la complicidad.
Incluso en tu artículo de despedida sigues siendo plasta y difícil de leer.
Siempre, con esta actitud solo demuestras cobardía
A la primera de cambio abandonamos el barco y siendo capitán eres el primero en abandonar.
Tus escritos siempre han sido realizados desde el respeto, no entiendo esta postura. Solo veo debilidad.
Cuando uno escribe públicamente se expone a esto y más cuando tienes la valentía de señalar a un cargo público. Lo que no es coherente es abandonar al primer grito que te dan.
En fin, cada uno es cada uno.
La primera condición de una buena educación es el respeto a los demás. Se podrá estar de acuerdo o no con un colaborador del periódico, pero los ataques personales no son nunca un argumento contra sus ideas o su estilo literario. Desde esa convicción, respeto la decisión de Antonio Sempere de apartarse de momento de sus participaciones locales y le animo a no abandonar su interés por la cultura de su ciudad y la de sus conciudadanos. En ese esfuerzo, nunca serán suficientes todas las manos de personas que, como él, siempre han mostrado su mejor disposición.
AntonioSempere:
Te lo digo como dicen en Villena: «No te sulfures».
Yo no haría caso de los comentarios anónimos.
Tu «Calle Mayor» son raíces tuyas tan íntimas, profundas y sinceras que no se pueden arrancar.
Al margen de nuestras posibles distancias, de ayer, de hoy y de mañana, no puedo aprobar que se apague tu voz.
Cualquier voz.
Espero por ello seguir viéndote por estas páginas.
Un abrazo.