La máquina de chicles de La Jijonenca
Esta semana tenía pensado escribir sobre la Navidad. Era algo obvio, ahora que se avecina un tiempo de sueños y quimeras, de créditos y bogavantes, de matracas y pampanitos, de empachos y cascaruja, de ácido úrico y colesterol, de Esperanzas y Marianos...
Esta semana tenía pensado dedicar todo este espacio a contar historias navideñas, cuentos llenos de ilusión, de nostalgia y de humanidad. Quería contaros, por ejemplo, la historia de un ser despiadado, un hombre con el corazón más duro que un sequillo después de fiestas, que se había transformado en una persona tierna, honrada y familiar tras recibir la visita del Espíritu de la Navidad. Era la historia del dueño de una empresa de calzado que tenía en su plantilla a un nutrido grupo de timbaleros, a diez integrantes de una banda de tambores y cornetas, a un portador de faroles y estandartes y a unos cuantos niños de San Ildefonso, que pasaban más de dieciocho horas al día repartiendo faena, refinando, cosiendo forros, señalando, dando cola, troquelando, poniendo palmillas, cortando piel, alogenando, montando enfranques y traseras y oyendo radio Villena. También quería contaros que este año la marca de turrones El Almendro emitirá un entrañable spot publicitario en el que un hombre, vestido de almogávar, Vuelve a casa por Navidad después de haber estado más de tres meses dando tumbos por los bares con el casco y la lanza. Cuando abre la puerta, con la ayuda de un vecino, descubre una nota en la que su mujer le dice que se ha largado con un hombre soso y abstemio al que no le gustan las fiestas. Después, aparece Papá Noel por la chimenea cargado de regalos, y al pobre Santa Claus le toca cargar con el muerto toda la noche. Le prepara tres cafés con sal, le hace meterse los dedos hasta la campanilla, le quita las botas y la casaca, lo ducha con agua fría y, viendo que no espabila, lo envuelve en la capa, le pone un lazo, lo echa dentro del saco y se lo lleva en el trineo para ver si puede encasquetárselo a alguien.
Esta semana, pues, tenía pensado escribir historias alegres con mensajes cargados de ilusión, pero mi corazón está partido, más triste que un festero al otro lado del telón de acero. Hoy, lamentablemente, tengo que contaros que han quitado la máquina de chicles que había en la pared de la Jijonenca. En realidad, no sé quien puede haber sido capaz de semejante acto. Lo único cierto, es que con ella se han llevado un trozo de mi vida; han extirpado parte de la historia de un pueblo; el símbolo de toda una generación a los que nos da lo mismo lo que hagan con la plaza de toros, pero que no podremos soportar la ausencia de tan entrañable aparato. Y es que estoy seguro de que sin ella, pasear por la Corredera ya nunca será lo mismo. Ahora, tal vez surgirán propuestas que pretendan colocar una diana en su lugar, con el fin de transformar la pared en un centro de ocio para los jóvenes, pero ya nada será igual. Por ello, exijo desde está página que se haga todo lo posible para recuperar la máquina y que se aúnen esfuerzos para que ésta pueda ser depositada en el museo etnológico, ocupando el lugar que le corresponde por historia y tradición. Me gustaría también promover desde aquí la creación de una plataforma cívica que luche por la recuperación de las máquinas de chicles, los vendedores de regalicia y los fotomatones, así como convocar el día de Nochebuena, después de la misa del gallo, una concentración silenciosa a las puertas de la Jijonenca y una pegada de chicles por todas las paredes de la ciudad en señal de duelo. Gracias.