La muerte contada a los niños
Abandonad toda esperanza, salmo 409º
Hace unos días me enteré del fallecimiento de la escritora británica Sue Townsend, cuyo nombre no les dirá nada a muchos de ustedes como tampoco me lo dijo a mí... hasta que la identifiqué como la autora de El diario secreto de Adrian Mole, clásico contemporáneo de la literatura juvenil que leí cuando tocaba, siendo yo un chaval, y que recuerdo como una de las lecturas más placenteras de mi vida. El libro en cuestión tuvo tanto éxito que contó con seis entregas más, pero estas ya no las llegué a leer, y por lo tanto no tengo constancia de si al final Adrian Mole se hacía mayor o incluso si pasaba a mejor vida, aunque imagino que no.
Unir dos conceptos tales como infancia y mortalidad en una sola idea es uno de los tabúes más poderosamente instaurados como tales en nuestra sociedad, y un escritor como Martin Amis -que de provocar a base de dinamitar tabúes sabe un rato- tituló precisamente así, Niños muertos, a una de sus novelas. Pero pese a ello en multitud de obras destinadas a los lectores alevines se introduce el tema de la muerte, como si ya fuese el momento idóneo para hablarles del inevitable final. Sobre este tema, el de si es adecuado o no tocarlo en esa época temprana, prefiero no entrar por considerarlo una decisión demasiado personal como para ir pontificando al respecto.
Sea como fuere, a esta inquietud parecen responder historias no siempre dirigidas a un público infantil y juvenil pero que funcionan a la perfección entre los lectores más jóvenes. Es el caso de Lenore, la niña muerta de Roman Dirge, Courtney Crumrin de Ted Naifeh o el divertidísimo y muy recomendable Billy Brouillard, con el que Guillaume Bianco viene sorprendiéndonos desde hace unos años. Muchos de los que han leído las macabras historietas protagonizadas por el pequeño Billy, así como los poemas y la miscelánea de fragmentos de ensayos y otras obras de consulta (todo apócrifo) que las acompañan, piensan enseguida en la influencia de la obra de Tim Burton y Neil Gaiman, aunque quizá la referencia al director de Eduardo Manostijeras y al autor de Coraline pasa antes por el legado del gran Edward Gorey. Tanto da: El don de la vista confusa (¡con una güija de regalo!) y El niño que ya no creía en Papá Noel son dos lecturas imprescindibles, y también lo son Las cancioncillas maléficas vinculadas a su universo que han sido editadas con primor y recogidas en un bonito cofre por Norma Editorial.
Precisamente esta editorial publicó hace no mucho tiempo El fantasma de Anya, primera novela gráfica de la autora rusa Vera Brosgol, y precisamente el citado Gaiman la ha saludado como una obra maestra absoluta. No es de extrañar: muy pocas veces se ha conseguido aunar como aquí, a partir de la historia de la joven protagonista y su relación con el espíritu de una joven que falleció casi un siglo atrás, el retrato de las dificultades de la adolescencia con una mirada a propósito de las almas en pena que arranca con el esperado tono amable para efectuar un giro final hacia el terror puro y duro. Una obra deslumbrante que, lamentablemente, ha pasado mucho más desapercibida de lo que debería.
Esto mismo podría pasar, si los gacetilleros como un servidor no hacemos todo lo posible por remediarlo, con otro título en principio más apropiado para un lector adulto, pero que no disgustará a los lectores jóvenes más sensibles, sobre todo a aquellos que se identifiquen con su personaje principal. Les hablo de Espíritu maligno, la novela gráfica que ha unido al guionista Peer Meter y a la dibujante Gerda Raidt; del talento conjunto de estos dos autores alemanes surge un relato intimista acerca del pasado, en cuyas páginas un hombre acude al barrio donde creció para visitar la librería, ya en ruinas, donde se forjó su pasión por los tebeos de terror. Melancólico y terrible, y con un final que te deja con el corazón en un puño, es una de esas obras que se leen en un santiamén pero que dejan poso. O sea: las que son buenas de verdad.
Y para que no digan que solo les hablo de cómics, ahí va una recomendación literaria al hilo de la misma temática: Los cinco frascos, una novelita inédita en español hasta la fecha y única incursión -que se sepa- del gran M. R. James en el ámbito de la literatura juvenil. James es conocido como uno de los más indiscutibles maestros de las ghost stories (breves historias de fantasmas de la literatura anglosajona) gracias a relatos como los que pueden encontrarse en la antología Corazones perdidos que editó Valdemar años ha (y cuya lectura les recomiendo con fervor). Pero en esta ocasión, y con un origen parecido pero algo menos turbio al de Alicia en el País de las Maravillas y a aquel Lewis Carroll enamorado de la pequeña Alice Liddell, James escribió dedicándoselo a su pupila Jane McBryde este librito repleto de espectros y otras criaturas fantásticas, y donde el contenido de las cinco botellas que le dan título proporciona poderes inesperados a su protagonista. Que no es otro que un niño, por supuesto.
En resumidas cuentas: una serie de lecturas muy recomendables para estos días festivos que arrancan en un par de días, precisamente con el Domingo de Resurrección. De resucitados no están faltas estas obras, y de talento palpable en el placer por narrar tampoco.
Billy Brouillard / El fantasma de Anya, Espíritu maligno y Los cinco frascos están editados por Norma, La Cúpula y Berenice respectivamente.