Para Julio, Raúl, Tomás y Virgilio: el Hellfire Club del Postiguet
Hace dos semanas, en la columna dedicada al matrimonio Hemsworth & Pataky, ya le lancé una pulla a Taika Waititi vaticinando que la inminente Thor: Love and Thunder iba a ser un film poco menos que intrascendente. Una vez vista la película, no solo se confirman mis peores sospechas, sino que compruebo cómo se vuelve a incurrir en los mismos errores que ya dilapidaban el interés de su anterior Thor: Ragnarok. Y nótese la cursiva, porque el hecho de que a mí me parezcan aspectos erróneos por razones que luego trataré de explicar no implica necesariamente que no hayan sido fruto de decisiones muy meditadas o, ni mucho menos y tal y como se ha podido comprobar, que perjudiquen el devenir comercial e incluso la recepción crítica de la franquicia de Marvel Studios.
Me explico: en la más reciente entrega del Universo Cinematográfico Marvel queda patente un choque frontal entre lo que los lectores más veteranos como este que les escribe esperan de la adaptación de uno de los personajes clásicos del Universo Marvel y la visión creativa de Waititi; quien, recordemos, no se limita a dirigir pues también es coautor del guion a la vez que pone la voz a uno de los personajes principales. Y es que este Thor de carne y hueso queda muy lejos del aliento épico con el que le dotaron sus creadores, el carismático Stan Lee, su hermano Larry Lieber y el legendario Jack Kirby, en el ya lejanísimo verano de 1962; no digamos ya el alcance mitológico de la renovación a la que fue sometido un par de décadas después de manos de un Walter Simonson de fuerza visual desbordante y en el mejor momento de su carrera.
Y es que, apartándose del respeto a la esencia del personaje que manifestaron más recientemente guionistas contemporáneos como J. Michael Straczynski o Jason Aaron (aunque se rescaten ideas y argumentos de la etapa de este último), los artífices del film se proponen ofrecernos nada menos que una comedia romántica que, por otra parte, ya les digo tiene bastante más de lo primero que de lo segundo por mucho que hayan recuperado a Natalie Portman para la causa. Porque al responsable de Lo que hacemos en las sombras y Jojo Rabbit -por la que ganó un Oscar como guionista, por increíble que nos pueda parecer a algunos- le pierde, tal y como demostró también en su anterior película de Thor, la comedia irrespetuosa: cualquier excusa es buena para meter un chiste, venga o no a cuento. Además, fuerza el fan service hasta límites insospechados, sacándose conjuros de la manga y echando así por tierra toda mítica construida alrededor del arma que porte el Dios del Trueno y que al parecer cualquier mindundi puede enarbolar ya. En cuanto al Zeus encarnado por Russell Crowe y otros dioses o semidioses del olimpo marveliano, ya si eso hablamos otro día.
Por añadidura, y tal y como sugería al principio: no soy tan ingenuo como para considerar erróneas decisiones que a todas luces resultan intencionadas. De hecho, salí menos cabreado de ver Love and Thunder que cuando padecí Ragnarok, y no solo porque esta vez ya fuese sobre aviso: lo que ocurre es que, para bien y para mal, los estrenos de películas protagonizadas por superhéroes en general y entregas del UCM en particular ya no son la excepción y han perdido su categoría de evento. Por tanto, se empiezan a parecer -al menos en eso- a los cómics originales en que cada saga, cada película, puede ser una propuesta diferente orientada a un público distinto; al igual que cuando teníamos catorce años podíamos disfrutar según nuestros gustos y manías con, por poner un ejemplo, las colecciones protagonizadas por Daredevil o la Patrulla X pero desechar las de Hulk o los 4 Fantásticos. En esta ocasión, la intención de Waititi es diáfana: satisfacer a un público que no es necesariamente el que ha crecido leyendo las historietas originales, así como venir a funcionar como las nuevas Los Goonies o Una pandilla alucinante para una nueva generación de jóvenes espectadores que se han formado como tales desde que se estrenó la seminal Iron Man en 2008. Lo cual está relacionado con esa “agenda LGTBIQ+”que, desde luego, está aquí más que presente y que tanto molesta a según qué cromañones; por tanto, bienvenida sea por justa y necesaria.
Por lo demás, solo queda señalar que en ningún caso se puede hablar de fracaso, en términos crematísticos, si en la era de la globalización y la hiperconectividad que nos ha tocado vivir tecleamos la palabra Thor en cualquier buscador de Internet y en la primera página de enlaces solo nos encontramos con el UCM, Chris Hemsworth y la nueva película de Waititi. Para hallar información sobre los cómics ya hay que acotar bastante más los términos de búsqueda, y cuando por fin damos con la entrada del personaje en Wikipedia... nos encontramos con que en su ficha no se recurre a una ilustración extraída de los tebeos originales, sino a la fotografía de un cosplayer disfrazado con su casco y su Mjölnir de pega. Blanco y en botella.
Dicho todo esto, resulta de lo más curioso que un producto que todavía arrastra el sambenito de estar destinado a un público exclusivamente juvenil debido a su protagonismo adolescente es mucho más respetuoso con los postulados señalados por Joseph Campbell, Julia Kristeva y otros teóricos de la teoría literaria que el irreverente Waititi. Me refiero, claro está, a Stranger Things, que en su cuarta temporada ha apostado por satisfacer a una joven audiencia que ha crecido con sus personajes (tanto en sentido figurado como literalmente) tanto como a los que ya peinamos unas canas que no teníamos durante la década de los años ochenta en la que está ambientada la serie. Bien es cierto que no estamos ante una obra que carezca de defectos, como la al parecer inevitable tendencia a alargar innecesariamente el metraje; tampoco del empleo de recursos fáciles, como el recurrir a varias líneas argumentales paralelas que se van alternando para no aburrir al respetable o el apelar continuamente a la nostalgia mediante homenajes y guiños varios. Pero los creadores del serial, los Duffer Brothers, demuestran haber tomado buena nota del magisterio de los mejores (Steven Spielberg a la cabeza, pero también John Carpenter, Wes Craven o Joe Dante) a la hora de manipular las emociones de la platea; y son más que capaces de conseguir que personajes en principio y apariencia tan anodinos como algunos habitantes de un pequeño pueblo estadounidense como puedan ser el sheriff, la pareja de dependientes del videoclub o el presidente del club de rol del instituto acaben siendo más heroicos que un dios nórdico, una valkiria, unos mercenarios intergalácticos o una criatura extraterrestre hecha de rocas.
Al hilo de lo dicho, valga como ejemplo de la construcción clásica de cualquier relato heroico con ínfulas míticas una secuencia del último capítulo de esta cuarta temporada de la serie, que incluye la aparición de Eleven decidida a salvar a su amiga Max del villano de la función cuando nos habíamos olvidado momentáneamente de ella por ser el personaje protagonista más distanciado temporalmente en el discurrir de la historia. Y esto es algo que el director de Thor: Love and Thunder parece desconocer o por lo menos ignorar voluntariamente: baste comparar dicha escena de Stranger Things con el momento en el que la doctora Jane Foster se muestra decidida a reunir fuerzas y levantarse de la cama del hospital para, menos de medio minuto después, aparecer vestida con el atuendo de Thor para rescatar a su amado de un enemigo menor del Universo Marvel encarnado por un desaprovechado Christian Bale que, qué duda cabe, no tiene que sudar ni una gota para acabar erigiéndose en lo mejor de un film que parece montado a hachazos (o a martillazos) de la forma más caprichosa posible.
Para ir concluyendo, aprovecho el estreno de esta nueva película de Marvel para recomendarles un libro recién aparecido en el mercado: Superhéroes en el cine es una nueva aportación a la cada vez más ingente bibliografía sobre las relaciones entre el séptimo arte y el noveno de la que cabe destacar que su autor, Jöse Sénder, prescinde del habitual orden cronológico para optar por una clasificación conceptual mucho más sugerente y que podría generar incluso alguna que otra sana polémica. Así, y al margen de acordarse también de dejar un hueco a los (super)héroes creados originalmente para la gran pantalla y que por tanto no surgen del mundo de las viñetas aunque se inspiren en él, el autor distingue entre las películas que dan una visión del género más positiva y luminosa (como los dos Batman de Tim Burton, todas las películas de Spider-Man o la trilogía original de X-Men) y las que apuestan por una mirada más oscura y supuestamente madura del género (la trilogía de El Caballero Oscuro de Christopher Nolan, Logan o la mayoría de las series de Netflix y Disney +); además de contemplar otras categorías atendiendo a lo dudoso de la naturaleza superheroica de sus protagonistas (caso de Hellboy, el Cuervo, John Constantine o Loki) o la carga kitsch -intencionada o no- del resultado final (Batman Forever, Howard: Un nuevo héroe y otras idas de olla que hay que ver para creer).
Por supuesto, y es buena muestra de que Sénder sabe de lo que habla, encontrarán a Thor: Ragnarok en el apartado dedicado a las muestras más humorísticas y paródicas del género, hermanada con el Batman televisivo de los años sesenta -no hay más preguntas, Señoría-, Mystery Men, nuestro Superlópez o Shazam!, esta última una cinta correcta pero intrascendente, y la película de DC Comics a la que más se parece Thor: Love and Thunder... Aunque allí los guiños a la chiquillería estaban justificados por la naturaleza del personaje y su arco argumental, y no resultaban forzados como en el presente despropósito de Waititi. En fin: a sus detractores nos queda al menos el consuelo de que, por lo que hemos podido saber y al margen de su común afición por el metal (con Guns N' Roses y Metallica muy presentes en momentos álgidos de sus respectivas obras), los hermanos Duffer le arrebataron a Taika Waititi la canción de Kate Bush.
Thor: Love and Thunder se proyecta en cines de toda España; Stranger Things está disponible en Netflix; Superhéroes en el cine. Del cómic a la pantalla está editado por Redbook.