Fiestas

La pregunta de Manolita

“La pregunta de Manolita denota la fragilidad de unas Fiestas que si hoy son las más importantes y masivas en Villena, en aquellos años veinte no lo eran tanto…”
Manolita está emocionada. A mí me parece incluso que un pelín histérica. Pero es comprensible su nerviosismo. Manolita es joven y la ciudad, Villena, está en fiestas. Son las cinco de la tarde de un día cinco de septiembre, a principios de los años veinte, justo cuando ha comenzado la Entrada. En las calles, especialmente en la Corredera, se nota el bullicio. A Manolita le mueve la fogosidad juvenil. La emoción.

Le acompañan, en un balcón cerca del Villenense, Julia y Virtudes. Todas “con las lámparas de sus ojos encendidas”. El símil, a pesar de la luz, no es muy brillante; pero es el estilo escribiente de la época, deudor aún de almibarados modernismos que no pocas veces rozan lo hortera y heredero de romanticismos temáticos que no se resignan a ser caducos. Manolita constantemente se asoma para observar el desfile que viene. Y vienen los Moros Viejos. Y Manolita confiesa una inquietud: No sabe si este año salen los Moros Nuevos. En verdad, Manolita, desde su excitación ha dicho más. Y ha dicho ofensivo porque ha dicho: “—¿Vienen ya los moros viejos? ¡Oh, los moros viejos; qué estúpidos, qué feos! Yo prefiero a los moros nuevos... ¿salen los moros nuevos este año?...”

Aquí –¡atención!– justamente al final, la pregunta de Manolita que queríamos decir: “¿Salen los Moros Nuevos este año?”. Aquí se nota lo dicho. Aquí se nota que Manolita es un pelín –o estᖠhistérica. Virtudes y Julia no le hacen ni puñetero caso. Y nadie responde a su pregunta. A Virtudes, que habla con Julia, le preocupa el ver a Luisita con el novio. Virtudes lo menosprecia por celos: “parece un simplón apoyado con su cara de caballo a cuestas en un árbol. (...) ¡Total, nada! Un futuro ambulante de correos...”. Pero, según Julia, el novio de Luisita, que se llama Ricardo González, no es tan mal partido. Y para más fastidiar, Julia le recuerda a Virtudes que ella, Virtudes, está enamorada de él. Y él, es hijo de un telegrafista. Al final, Virtudes asiente su amor y reconoce su admiración por Ricardo. Pues el tal Ricardo, según comenta la misma Virtudes, baila y viste muy bien.

Mientras tanto, y sin que nadie responda a Manolita, llegan más amigas al balcón. Se trata de Encarnación y Teresita. Aquí –ya puesto y viendo tanta dama en el balcón– al autor le falta espacio o imaginación o reflejos para decirnos aquello tópico en la época del “ramillete de flores”, símil que surge ahora sin esfuerzo, pensando en el balcón, en las macetas y en las damas. Pero, lo dicho, al autor le faltan reflejos. O quién sabe si ganas de seguir siendo cursi. O se lo ha guardado para un próximo artículo.

Y todavía nadie responde a Manolita. Que parece que va por libre. Porque sin dirigirse a nadie en concreto irrumpe entusiasmada: “¡Ya vienen los moros, ya vienen!...”. Manolita no nos dice ahora qué moros vienen. Pero vista la emoción, contrastada con lo dicho antes, ya no deben ser los Moros Viejos. Seguramente serán los Nuevos. Pero a pesar de la emoción, siguen sin hacer caso a Manolita. Porque Virtudes habla ahora con Encarnación. Encarnación le ha dicho a Virtudes que está guapa y Virtudes le pregunta si le gusta el traje que lleva. Que lo ha cosido Luisa. Esta Luisa, que sepamos, no está en el balcón. Ni sabemos quién es. Será una amiga o un familiar o una modista profesional. Encarnación, que parece muy puesta en actualidades, se dirige a Julia, diciéndole Julita, para conmiserarse de sus desgracias. Y le ha dicho: “¡Y tú también, Julita!...”

Y como lo ha dicho cuando lo ha dicho, no sabemos si ese “y tú también” se refiere a que Julia está guapa o que Julia también ha cosido el traje de Virtudes. Porque después ha añadido –y aquí Encarnación nos parece víbora– un: “Ya me han dicho lo que ocurre...”. Y un misterioso “¿Cómo iba a imaginármelo?...”, con colofón puntilloso: “Tu padre siempre ha marchado bien en los negocios...”. Y a todo esto Manolita a su bola, porque “sigue agitando los brazos desenfrenadamente, como loca”. Lo dicho, pelo histérica.

Julia, atosigada por los comentarios impertinentes de Encarnación, ha abandonado el balcón. Encarnación sigue su cháchara con Virtudes. Y resulta que Virtudes y Julia son primas. Y resulta que Julia, después de las desgracias, vive ahora con Virtudes. Las desgracias de Julia son dos: la pérdida de su madre y la suspensión de pagos del padre, suspensión que ha obligado a su padre a salir de Villena. Es por esto por lo que Julia vive con su prima. Y será por todo lo narrado por lo que hay quien con cierta sorna y algo de mala leche, desde la crítica actual, tilda a estos relatos de “lacrimógenos”, como un gas de esos que hacen llorar. Y morir. El gas de agobio, el relato de pena.

A todo esto, Manolita vuelve a la escena para preguntar a Teresa si baja con ella a la calle. Al fin alguien le hace caso, porque Teresa le dice que sí: “Nos subiremos cada una en una silla del Villenense” —ha dicho concretamente Teresa a Manolita. Y mientras Teresa y Manolita salen y bajan para subirse a una silla del Villenense, Encarnación y Virtudes callan un rato. Julia vuelve. Entonces, Encarnación propone a Virtudes el ir, con Amalia y las demás, a San Sebastián a esperar a la Virgen. Amalia y las demás deben ser otras amigas. Virtudes acepta pero se dirige a Julia suponiendo que ella no irá a San Sebastián, que ella se quedará. Julia, resignada, asiente: “Sí... Claro... ¿Qué... voy a hacer?...”.

El cuento se cierra con una descripción del ambiente de fiesta contrastándolo con el agobio de Julia, que ante sus desgracias se pregunta: “¿Dónde estaba la Virgen, dónde?”.

Pero la pregunta de Julia es muy trascendente para que nosotros la respondamos. La pregunta que nos ha traído hasta aquí es la pregunta de Manolita. Aquella de si salían los Moros Nuevos. Pregunta que denota la fragilidad de unas Fiestas que si hoy son las más importantes y masivas en Villena, en aquellos años veinte no lo eran tanto. Y muestra de su fragilidad era la penuria de las comparsas. Penuria que en ocasiones se tradujo en desaparición. La pregunta de Manolita, a pesar de que Manolita nos parezca –o no– histérica al verla comportarse en el cuento de fiestas que firma Tomás de Túrbula, no era gratuita. Según nos informa el libro del 150 aniversario de los Moros Nuevos, ni en 1910, ni en 1911, ni en 1929, ni en 1933, ni en 1934, desfilaron los Moros Nuevos. Es por tanto comprensible la inquietud de Manolita. Inquietud que nos trae esa fragilidad que decimos de estos festejos de Moros y Cristianos en el pasado y la lección de que la importancia que tienen hoy no es una importancia ni eterna ni prístina.

Tomás de Túrbula publicó el relato que hemos comentado en “El Periódico de Fiestas” de cinco de septiembre de 1921. Lo tituló: “Cuento de fiestas. Pasa-Calle”. Y ya ha llovido.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba