La prehistoria del cómic
Abandonad toda esperanza, salmo 324º
Leer cómics está de moda, pero llamarlos así, no digamos ya tebeos, no. De ahí el impulso que ha experimentado últimamente la etiqueta, no exenta de polémica, novela gráfica. A buen seguro dentro de unos años seguiremos debatiendo acerca de qué es cómic y qué es novela gráfica, si son lo mismo o no, o si esta última es solo una expresión, un formato o un eufemismo para el uso de aquellos que, como Aznar y el catalán, solo leen historietas en la intimidad. Por lo tanto, y para intentar definir qué es el cómic, hay que escarbar en sus orígenes, y así descubrí hace un par de años leyendo el fundamental ensayo (aunque no se esté de acuerdo, yo el primero, con todas sus aseveraciones) La novela gráfica de Santiago García, a un par de autores que ayudaron a asentar las bases de lo que hoy entendemos por relatos gráficos. Dos autores cuyas obras permanecían inéditas aquí por aquel entonces, pero que a comienzos de este año han sido editadas por fin, signo este inequívoco del estatus que está alcanzando el cómic en nuestra sociedad.
El primero de estos autores es Wilhelm Busch, cuyo Max y Moritz ha publicado Impedimenta con su ya habitual gusto exquisito. Esta "historieta en siete travesuras" del siglo XIX protagonizada por la pareja de pícaros cuyos nombres le dan título es un clásico de la cultura popular en Alemania, pero todavía hoy un desconocido en España. Una laguna que debería poder corregirse gracias a la estupenda traducción en verso de Víctor Canicio, que en su prólogo considera a la presente obra "cruelmente germana" justificando así nuestro desconocimiento de la misma. No lo creo: las andanzas de estos dos pillastres, con los dibujos de Busch acompañados del texto convenientemente traducido a nuestro idioma, no habrían desentonado demasiado en publicaciones tan nuestras como La Codorniz o Hermano Lobo.
Ya publicado en el siglo XX y en plena efervescencia de las vanguardias, La ciudad es quizás la obra más popular del artista belga Frans Masereel. Se trata de una serie de grabados en madera que, sin necesidad de apoyarse en texto alguno, muestran la vida en la gran urbe durante una jornada, desde la llegada de los habitantes del extrarradio en tren cuando todavía no ha amanecido hasta la noche estrellada que sigue a una serie de actividades de lo más variado: de las fiestas de la clase alta al peligro que se oculta en los callejones para los más desfavorecidos. Una joya que cuenta una pluralidad de historias que al fin y al cabo son una sola; un trabajo deslumbrante y tan influenciado por como influyente en otros artistas de la época y el cine expresionista del momento.
Si esto les parece de interés, háganse con el ensayo Antes de la novela gráfica, donde el estudioso José Manuel Trabado ejecuta una serie de análisis muy certeros de los clásicos del cómic publicados en la prensa norteamericana. No falta ninguno: del Little Nemo de Winsor McCay al inagotable Spirit de Will Eisner, pasando por el Gasoline Alley de Frank King. Pero sí destacaría su lectura de Krazy Kat, que como los análisis de enjundia me ha hecho ver con otros ojos el clásico de George Herriman. Por si esto fuera poco, Trabado establece líneas de contacto con autores contemporáneos de obra contundente, caso de Art Spiegelman, Seth o Eddie Campbell. Y después de leerlo, pónganse a buscar los propios cómics, aunque ármense de paciencia y de dinero, y búsquenlos fuera hasta que una editorial como Impedimenta o Nórdica lo remedie.
Max y Moritz, La ciudad y Antes de la novela gráfica están editados por Impedimenta, Nórdica y Cátedra respectivamente.