Testimonios dados en situaciones inestables

La serie tiene su gracia porque los malos son indefectiblemente arquetípicos

Estábamos Oscar y yo viendo una de esas series de televisión en la que sale un perro policía que es más listo que todos los demás actores humanos juntos. Un perro que olfatea, salta y desenmascara a los delincuentes con una perspicacia que podríamos considerar, graciosamente, sobrehumana.
Vamos, que todos los coprotagonistas polis, que siempre van un pensamiento por detrás del desarrollo de la trama, quedan como verdaderos lelos porque en el último minuto son sacados del atolladero por el susodicho perro, que es un pastor alemán y se llama Rex, aunque en realidad su nombre completo es Reginald von Ravenhorst, un nombre obviamente mejor y más poderoso, pero en la serie siempre le llaman Rex, como para hacerlo más cercano y familiar y accesible, lo que perjudica sinceramente la Gestalt de la serie. De hecho, el nombre original de la serie es Kommissar Rex, también mucho mejor que el de Rex, un policía diferente adoptado en español. La serie también tiene su gracia porque los malos son indefectiblemente arquetípicos. Tienen todos, sin excepción, el ADN que se presupone a los delincuentes de película. En este capítulo, por ejemplo, estaba el malo listo que manejaba el cotarro con arrebatos cómicamente tiránicos y humor cínico de saldo y que siempre tiene que soltar una frase de más en los momentos clave y/o de tensión supuestamente dramática, como para que todo el mundo se entere de lo malo que es y de lo que desprecia la ley. Estaba el malo tonto al que el malo listo incomprensiblemente no hacía más que encomendarle trabajos para los que obviamente no estaba cualificado, lo que daba un poco de risa no solo por él sino también por el tipo listo que estaba al mando del cotarro. Estaba el malo inteligente que siempre se encarga de los aparatos informáticos y cosas por el estilo, y que era, como es habitual, un tipo enclenque y abstraído que curiosamente parecía el más listo de todos pero que quedaba claro que estaba en el cotarro estrictamente por la pasta y que todo lo demás le importaba un pimiento. Y por último estaban los malos tipo tarugo/soldado, brutos armados hasta los dientes y bastante feos que se limitaban a obedecer sin replicar, y que en el momento culminante de la acción morían con desalentadora rapidez intentando disparar a los polis con poses con las que, curiosamente, suspenderían estrepitosamente en cualquier academia de interpretación decente. El caso es que Oscar y yo estábamos en el sofá, asistiendo entre divertidos y desganados a la resolución del capítulo, dejándonos llevar. Y justo cuando Rex, después de saltar hábil y pomposamente sobre las llamas, caía sobre el malo listo que manejaba el cotarro para desarmarle y tirarlo al suelo y dejarle claro que su carrera como delincuente iba a tener un largo paréntesis, Oscar (que también es perro aunque de la raza gorgi galés y le tiene bastante manía al tal Rex y por eso siempre va con los malos) agachó las orejas, soltó un bufido de resignación y dijo con sorna “guau, supercan, ahora saca la lengua y babea un poco para que todos se enteren de lo chulo que eres”. Sí, ya sé que es raro que un perro hable, pero más raro es que se ponga de los nervios viendo la serie y sin embargo no se pierda un capítulo.

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