La Súperabuela
Hoy no les voy a aburrir con temas de política, ya está bien. Les voy a contar una anécdota que viví ayer y que, además de cabrearme bastante, me produjo vergüenza ajena.
Estábamos un grupo de personas en la puerta de embarque en el aeropuerto de Loiu (Bilbao) aguardando el momento de acceder al autobús que nos llevaría a nuestro avión, un CRJ-200 de Air Nostrum (Iberia Regional). Por si alguien quiere volver con aquello de los vuelos baratos, indicaré que en esta ocasión, de barato, nada, pues, por alguna extraña razón, los billetes de los aviones que tienen como origen, destino o unen Alicante, Valencia y/o Bilbao, presentan, de vez en cuando, precios disparatados. Cosas tan anómalas como 1.000 euros. Vamos, ni que fuésemos cargos políticos que viajan a precios desorbitados pudiendo hacerlo de forma económica.
El caso es que, siendo de los primeros en llegar a la zona de embarque, cuando la azafata (personal de tierra, siendo coherente con el uso no sexista de la lengua) abrió el check-in, un nutrido grupo de personas se arremolinaron a mi alrededor. La mayoría no cumple ya los 65 años, eso seguro, y muchos de ellos y ellas, tampoco los 70. Blandiendo sus tarjetas de embarque, eso alguno, y los documentos del Ministerio de Asuntos Sociales en las manos, la mayoría, parecían acosar a la azafata pugnando por alcanzar la meta una meta que no era otra que montarse en el autobús para llegar al avión.
Y de entre la muchedumbre apareció ella. No llevaba capa, ni antifaz. Tampoco volaba ni parecía tener superpoderes de tipo alguno. Más bien al contrario, cuando la observé minutos antes, en la sala de espera, me pareció una anciana frágil y agradable. No se sabe bien de dónde la sacó, pero la energía que mostraba le sirvió para abrirse paso entre el resto de pasaje de nuestro avión que pacientemente aguardaba el momento de acceder al embarque.
No me dio tiempo a reaccionar. Cuando quise darme cuenta ya la tenía encima y su codo, manejado con agilidad quinceañera, fue dirigido hábilmente contra mi cuerpo logrando que, para esquivar el golpe, abriese un pasillo por el que pasó ella tirando de la mano de quien, supongo, era su marido. Era como un ciclón, como un elefante en una cacharrería a su paso, además de codazos, nos llevamos todos unos bueno golpes con sus bolsos y paraguas. Señora que esto no es Ryanair, ni el piojo de mi pueblo. Que aquí tenemos cada uno su asiento numerado y en todo caso, nadie va a ir de pie le dije, pero no hizo ni caso.
Ya en pleno vuelo, estuve charlando con el pasajero que estaba sentado a mi lado acerca de estos vuelos domésticos y de las bondades de este tipo de aviones. Él estaba algo nervioso por la climatología y el despegue y yo le comenté que viendo el pasaje que iba en el avión, salvo pocas excepciones, lo que debería preocuparnos es que, dada la crisis existente, alguien calculase el ahorro al Estado que supondría en pensiones y viajes de IMSERSO que ese avión no llegase a su destino. Era una broma de mal gusto, estoy de acuerdo, pero es que estaba pensando en ese momento que la explicación al coste excesivo de estos billetes de avión que les comentaba al principio, bien podría ser esa, es decir, que los tontos que pagábamos los beneficios de la compañía para ese vuelo, éramos los que no viajamos con receta roja de la Seguridad Social. ¿Qué fue de la Súperbuela? No lo sé, pero puedo imaginar que al llegar al hotel, en el buffet libre, alguien tuvo que soportar, de nuevo sus codazos abriéndose paso para ponerse el hervido en el plato.