Langley, Virginia
Abandonad toda esperanza, salmo 159º
La localidad de Langley, en el estado de Virginia, no pasaría de ser un anodino villorrio del sur de los Estados Unidos de no ser porque fue la elegida para ubicar la sede central de la CIA, o lo que es lo mismo, el Servicio de Inteligencia estadounidense. Para los aficionados al cine policíaco, Langley se ha convertido en sinónimo de alambicadas tramas de contraespionaje, la mayoría -no sé muy bien por qué- con Matt Damon dentro: El buen pastor, Syriana, la trilogía de Jason Bourne... Ahora, ha querido el azar (si no vemos conspiraciones gubernamentales detrás) que la Agencia Central de Inteligencia sea la protagonista de dos interesantes estrenos de la cartelera y de uno de los libros llamados a engrosar las listas de los más comentados del año.
Red de mentiras es la última película de Ridley Scott, ese realizador que no pudo empezar su carrera profesional con mejor pie (Los duelistas, Alien, Blade Runner) para convertirse luego en un mercenario autor de películas mediocres (1492, Thelma & Louise) o sencillamente deleznables (Tormenta blanca; La teniente ONeill), y que últimamente se ha rehabilitado con cintas más competentes: Gladiator, Black Hawk derribado, American Gangster o esta cinta sobre las operaciones clandestinas del gobierno norteamericano en suelo islámico que protagonizan Leonardo DiCaprio y Russell Crowe.
Las películas sobre la CIA, y este film no es una excepción, son siempre complejas: como ocurría con los versos culteranos de Góngora, de cuyo oscurantismo brotaba una luz embellecedora, del cripticismo de estos relatos de espías, reflejo de las complicadas relaciones entre naciones aliadas o rivales y sus intercambios de información valiosa, surge la fascinación que nos despierta esa red de mentiras, de personalidades impostadas, de taimados subterfugios, en busca del beneficio propio.
En cambio, Joel y Ethan Coen, que no se han dormido en los laureles después de ganar el Oscar con No es país para viejos, no abandonan su práctica de la comedia absurda y culminan lo que llaman su "trilogía idiota" -que integran también O Brother! y Crueldad intolerable- con Quemar después de leer, y en la que George Clooney, Frances McDormand, John Malkovich y un idiotizado Brad Pitt hacen las veces de peleles atontolinados en manos de unos titiriteros, la propia pareja de realizadores, encantada de revelar que nuestro destino está en manos de organizaciones de Inteligencia cuyos mandamases son de todo menos inteligentes.
¿Cuál es el verdadero rostro de la CIA? La respuesta debería encontrarse en las páginas de Legado de cenizas, el mastodóntico ensayo de Tim Weiner sobre los primeros sesenta años de vida de la organización; un reportaje cuyo balance final parece ser la crónica de un fracaso: el eco de George Bush Jr. anunciando que había armas de destrucción masiva en Irak todavía resuena en los oídos del espectador que se ríe a mandíbula batiente con el film de los hermanos Coen. Pero pese a temer que su visión pueda ser descorazonadoramente fiel a la realidad, siempre preferiré la versión de Scott: porque, como Woody Allen, disfrutamos más con el drama que con la comedia, pero sobre todo porque el fascinante encanto de la CIA reside precisamente en su infalible, implacable, terrorífica efectividad.
Red de mentiras y Quemar después de leer se proyectan en cines de toda España; Legado de cenizas está editado por Debate.