Cartas al Director

Las visitas teatralizadas en el castillo

Villena es una ciudad única, singular, inconfundible. Es nuestra. Cuando, después de un tiempo –ya sea mucho o poco– volvemos a ella y desde lejos divisamos su castillo, nuestra Atalaya, una sacudida electrizante recorre la espalda, el vello adquiere vida propia y un brillo muy especial se advierte en los ojos. Esto, lejos de ser malo, significa que estamos, queramos o no, íntimamente ligados a nuestras experiencias y a nuestras raíces.
El castillo de la Atalaya de Villena tiene un magnetismo, bien por su localización, por su diseño o por su historia, único. Es un imán que atrae miradas, que trasporta a fechas inescrutables y a personajes lejanos. Y sus muros, imponentes y robustos, devuelven con descaro y gracia todas y cada una de esas miradas. Es la soberbia y grandeza de quien ha sido testigo callado pero de primera mano. Es la altivez de quien ocupa su lugar por derecho propio sin mofarse, ni juzgar, a nadie.

Y ahora que no son buenos tiempos para casi nada, ni para casi nadie, volvemos al refugio de sus almenas como, en tiempos pretéritos –y tampoco mejores– lo hicieron quienes nos precedieron, ya fueran moros o cristianos. Aunque ahora, ya adentrados en el siglo XXI, lo hacemos de manera diferente, y no digo distinta, porque van a volverse a escuchar ecos dentro de él de personajes, como Doña Constanza, el Príncipe Don Juan Manuel o el Marqués de la ciudad, como ya sucedió en otra época. El matiz es que entonces eran reales.

No entiendo, sinceramente, la posición de quienes declinan su postura hacia el escepticismo o la incredulidad. Y no lo entiendo porque, por un lado, no debemos poner cortapisas a nuestros propios recursos, merecidos por legítimo derecho histórico y, por otro, por mera negación sin fundamento. No cabe duda, y no voy a ser yo quien lo ponga en tela de juicio. Lógicamente, la crisis o llamada por algunos “desaceleración económica” –con más o con menos “brotes verdes”– es evidente y palpable, el trabajo mengua, las oportunidades son escasas y el dinero es un preciado tesoro al alcance de unos pocos privilegiados y, por esto mismo, el ingenio ha de ser acuciado.

El turismo, y esto no es para nada nuevo, es una alternativa preciosa por la que debemos apostar y más si, como es en el caso de Villena, tanto y bueno tenemos para ofrecer en materia cultural. En primer lugar nuestro castillo, su continente, su contenido y hasta la última de sus singulares piedras y tras él, que es una inmejorable carta de presentación, ha de ir la ciudad entera, de cabo a rabo, de norte a sur.

Esta apuesta que el gobierno local y la empresa –también de nuestra ciudad– han puesto en marcha para, de momento, estas próximas semanas, es meritoria y loable. Que va a acabar con el paro, la delincuencia, los olores, el problema de vías… obviamente, no. Pero no mezclemos el comer trigo con otras cosas. No seamos nosotros, los ciudadanos de 2010, los que pongamos zancadillas y objeciones a que la cadena se rompa ahora que, afortunadamente y por fin, enlazamos un eslabón con el siguiente. Escuchemos lo que nos quieren decir quienes pisaron nuestro suelo aunque sea a través de actores y, sobre todo, dejemos que sea una puerta para que la puedan abrir también los demás, los “forasteros”, para que así nos “vendamos” nosotros y también nos “vendan”, y “compren”, ellos.

Fdo. Amado-Juan Martínez Tomás

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