Lo fatal
Hay espacios anclados en el océano de una tragedia, a los que por mucho tiempo que pase no se les borra la pesadumbre
Hay espacios anclados en el océano de una tragedia. Por mucho tiempo que pase no se les borra la pesadumbre. Sobre ellos queda un halo de zozobra y agonía, un poso perpetuo de dolor. En oleaje. Y ya puede uno mirarlos por donde los mire que ahí está, para siempre, lo que fue desgracia.
El suceso nunca se borra, minándonos el alma con agudas herrumbres. Uno quisiera mirar esos escenarios despiojados de la desventura y apreciar la belleza que tienen pero, por su intensidad, el infortunio ahí está constante. Perenne la violencia, gritos, desesperación, agonía, desamparo, sufrimiento. El que traemos hoy nos lo contó madre y desde que supimos de él, aquel lugar, siendo hermoso, ya siempre nos pareció maldito.
Nos lo contó madre con los suficientes detalles para enquistar sobre ese espacio concreto la pena. Ahora, César López Hurtado, en su Villena de norte a sur. Territorio y agua, con la precisión característica de sus trabajos de investigación, siempre impagables, ha puesto sobre aquel acontecimiento que madre nos contó el foco intenso del buen quehacer historiador para que conozcamos con mayor claridad y detalle lo sucedido.
Y por saber con mayor claridad y detalle, la memoria triste se reedita punzante y apuntala todavía más la tragedia sobre el espacio. López Hurtado lo narra con esa pasión con la que él suele narrar hechos que le importan, sin que ese ardor narrativo nuble la objetividad. Por no copiar literalmente el párrafo redactado magistralmente por López Hurtado, recomendando su lectura en el libro original, nos limitamos a anotar, como mero atestado policial, algunos detalles de aquella escalofriante tragedia.
Pedanía de Las Virtudes, Villena. Siete de abril de 1969, lunes de Pascua. Junto a la pinada, delante del Molino, cerca de la intersección que forma hoy la avenida del Santuario con la avenida de Yecla, donde hoy una fuente metálica, donde ayer un abrevadero, donde anteayer un antiguo pozo de agua de riego, sobre las siete y media de la tarde, llueve. Las hermanas Dolores Lola y María Maruja Francés Ribera, resguardándose de la lluvia se cobijan en una caseta que cubre un antiguo pozo. De repente, la losa que sella el pozo se hunde tragándose a las dos muchachas. Ramón Ruiz García, Cristobalico, arriesgando su vida, intentará salvarlas. Queriendo bajar por unas escaleras –carcomidas– cae también. En su caso sin consecuencias graves, milagrosamente. Pero las hermanas han fallecido en el acto.
Como suele ocurrir con los sucesos, a más información más sal sobre las heridas, provocándonos mayor aflicción. María, nacida el veintiocho de diciembre de 1945, tiene veinticuatro años y está embarazada. Dolores, nacida el veintiocho de marzo de 1944, tiene veinticinco años, recién cumplidos. Es madre de una niña. Lo dicho, a más información más empatía con el caso y más sufrimiento. Ya lo advirtió el poeta nicaragüense añorando ser piedra: "Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, / y más la piedra dura, porque ésa ya no siente, / pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, / ni mayor pesadumbre que la vida consciente. // Ser, y no saber nada, (…)".
Hasta aquí lo sucedido y a partir de aquí la mácula fija sobre un escenario que nunca podremos ver limpio de pena. A diferencia de otros escenarios que con cruces y flores renovadas periódicamente, sobre todo en las carreteras, nos recuerdan algún trágico final, aquí nada. Salvo el halo perpetuo de la memoria de lo que un día madre nos contó y, ahora, lo narrado con lucidez por López Hurtado entre muchas maravillas que encierra su Villena de norte a sur. Libro que necesariamente, ya, habrá que reeditar.