Locos por la tele, pero de verdad
Abandonad toda esperanza, salmo 45º
No es por ponerme apocalíptico, pero la evolución que ha experimentado la televisión en los últimos años empieza a resultar inquietante... En un reciente suplemento de un diario nacional se hacía balance de los 50 años de televisión en España, señalando buena parte de los hitos de su historia: de la aparición de la UHF al nacimiento de Cuatro y La Sexta, pasando por los ilustres dos rombos, la llegada del hombre a la luna según Jesús Hermida, Uri Geller y sus cucharas dobladas, o el fenómeno Gran Hermano.
A día de hoy resulta desolador comparar buena parte de la programación pretérita con la parrilla actual. Veamos: en una votación con motivo de dicho reportaje, Yo, Claudio, Canción triste de Hill Street y Twin Peaks, que ya tienen todas unos años, han sido elegidas las mejores series de ficción internacional. Y de las diez seleccionadas sólo una es posterior al 2000: Los Soprano. Que, por cierto, sólo puede verse en emisión digital.
El asunto se vuelve de juzgado de guardia en lo referente a producciones nacionales, donde Historias para no dormir y La cabina se llevan la palma. La serie más reciente es Farmacia de guardia, que ya tiene unos lustros a sus espaldas. ¿Acaso pueden competir los mayores éxitos de hoy, como Los Serrano o Aquí no hay quien viva, con las míticas creaciones de Ibáñez Serrador y Mercero, o las adaptaciones de clásicos literarios como Fortunata y Jacinta o Los gozos y las sombras?
Con el signo de los tiempos, la televisión ha ganado en interactividad, pero ha perdido en libertad creadora. Los telespectadores participan mediante e-mails y SMS, y alteran mediante sus votos el contenido de los espectáculos y el resultado de los concursos. Igualmente participan en foros y chats de Internet donde se debate sobre la vida y obra de sus ídolos, la mayoría de vida efímera, de la pequeña pantalla. Pero a cambio, la mayoría de las veces, los responsables de los programas ya no tienen la potestad para ofrecer un producto personal, creativo, sorprendente.
Así, se culpa de la baja calidad reinante en las cadenas de nuestro país al público, que por lo visto tiene lo que se merece. No les falta razón a los que esto afirman, pero también es cierto que no se hace ningún esfuerzo por ofrecer alternativas, y se le da escasa oportunidad a programas de calidad: absolutamente todos los elegidos como mejores divulgativos en dicho ranking, o son programas ya desaparecidos (sean clásicos, o recientes como ¡Qué grande es el cine! de Garci), o bien son relegados a un horario intempestivo: ¿hay muchos que trasnochen para ver Metrópolis, Redes, La noche temática?
En el horizonte se divisa la eclosión de las televisiones digitales (que espero traigan consigo la especialización y compartimentación que ya se adivina, y que permita una televisión a la carta) y la desaparición de la emisión analógica. Que el Señor nos coja confesados.