Testimonios dados en situaciones inestables

Loli, 27 años

- Caty (le gusta con “y” griega porque dice que es la única manera de soportar la carga de un nombre así; ni internada en Auswitch reconocería que se llama Catalina) me llama por teléfono, histérica (siempre ha sido así: chillona, insolente, despótica…)…,
… ladrando como un doberman al que le han escondido el vagabundo del postre, soltando tales alaridos que no es fácil saber si está enfadada o trastornada o confundida o todo a la vez (le encanta ser el centro de atención; si no fuera tan cobarde, mataría a su mejor amiga -o sea, yo- para tener una semana de gloria en la tele, pero se arruga a la mínima contrariedad. Es una fracasada…), de modo que le cuelgo, agarro mi bolso Hermès y mis gafas Pierre Cardin y asalto el ascensor. En el espantoso espejo (me mutila mi vívido cutis con no sé qué ridículo efecto niebla o como se llame; no hay nada más estúpido que poner nombres a las cosas vulgares) me repaso el brillo de los labios con mi Estée Lauder Pure Color Gloss y preparo las llaves de mi Volkswagen New Beetle Cabriolet verde Gecko. Aún así tengo que estar plantada como una imbécil varios pisos hasta llegar a la planta del garaje (en general, uno de los sitios más horribles de la tierra para dejar un Volkswagen New Beetle Cabriolet verde Gecko), de modo que intento pensar en qué será eso tan trágico que le está pasando a Caty (porque trágica y embaucadora es para poner una empresa de exportación; vendería a su mejor amiga -o sea, yo- por un mes de rehabilitación en una clínica de esas de famosos, pero no se mete casi nada. Es una perdedora…). Mientras se detiene el ascensor, salgo del ídem, entro al garaje, monto a mi New Beetle..., reconozco que no es fácil saber qué coño le puede estar pasando a una tipa como Caty (puede ser lo inimaginable, siendo como es una manipuladora compulsiva; se cortaría una pierna para dar más lástima que nadie y quedar la primera en la lista de lástimas, pero en realidad se desmaya por un microscópico padrastro. Es una frustrada…). Cruzo media Avenida de la Constitución (para que me vean, aunque es más lento; hacen las ciudades sin pensar: el trayecto con más raigambre también debería ser el mejor) y llego a casa de la tipa. No me da tiempo a llamar. Me abre nada más poner los pies en su vergonzoso felpudo de Ikea. Pero lo mejor es que con ella está Martín, mi ex, y los dos tienen cara de ser unos malditos guarros. Caty se me abraza y me dice que ahora están juntos, y que estaba segura de que me alegraría por ellos, siendo su mejor amiga. Siento ganas de matarla y le doy dos besos. Me imagino cortándola por la mitad a lo Matanza de Texas, pero quizá yo también soy una cobarde. Lloramos como bobas las dos, abrazadas, mientras por encima del hombro le guiño un ojo a Martín y preparo el próximo paso.

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