En el género del western, sobre todo en el cine pero también en la televisión, la literatura y el cómic (por no hablar de la realidad histórica que les ha servido de inspiración), existe una larga tradición de hermanos célebres: los James, los Dalton, los Younger, los Miller, los Earp, los Marx (mis favoritos, de lejos)... y los Coen. Pero pese al prestigio que atesoran estos últimos y al aluvión de comentarios positivos recibidos con La balada de Buster Scruggs, servidor andaba con la mosca detrás de la oreja desde que este su último trabajo se estrenó en Netflix a finales del año pasado. Y no solo porque hasta el momento el grueso de películas producidas por este gran emporio del ocio audiovisual todavía se muevan, digan lo que digan sus defensores, entre lo tan solo correcto y lo decididamente mediocre; sino porque a tenor de los adelantos que se habían podido ver, esta vez Joel y Ethan Coen parecían haberse decantado por el humor... y como creo haberles dicho ya en alguna ocasión, el humor de los hermanos y el mío no suele coincidir.
Por ello, y también con el fin de eludir la época de las expectativas desorbitadas y el entusiasmo a flor de piel, me había resistido a verla hasta hace un par de días... momento en el que se confirmaron mis temores por completo. Y mira que lo siento, pero me resulta del todo incomprensible que a un verdadero amante del western pueda convencerle esta aproximación postmoderna en el peor sentido del adjetivo: el de una ficción que mira por encima del hombro al género en todo momento, donde la mayoría de los elementos están filtrados por la estética (y la ética) de los autores de Fargo; y en la que en las pocas ocasiones que consiguen distanciarse y limitarse a contar una peripecia, no ofrecen nada que no hayan enseñado ya y mucho mejor otros títulos pretéritos: véase el ataque de los indios del final del quinto episodio y compárese con películas como La venganza de Ulzana o Soldado azul para comprobar el escaso alcance de la cinta que nos ocupa, y de la que solo puede rescatarse el virtuosismo formal al que nos tienen acostumbrados los responsables de Valor de ley… que, dicho sea de paso, era un western bastante más sólido sin ser tampoco nada del otro jueves.
Y si hablo de episodios es porque, olvidé mencionarlo antes, La balada de Buster Scruggs es una antología de historias breves; pero de la que ni siquiera puede decirse eso tan socorrido en estos casos como lo de que resulta irregular... porque los seis episodios que recoge están todos a la misma altura: la de alguien que solo quiere demostrar a toda costa que es más talentoso y ocurrente que los maestros que le precedieron. De esta forma, y ante la atónita mirada de un servidor, se sucedieron en la pequeña pantalla una suerte de comedia musical protagonizada por el personaje del título, un criminal que tiene el canto tan fácil como el gatillo; las desventuras de un ladrón de bancos con muy mala suerte; la gira de un empresario del espectáculo y su artista principal, un joven sin extremidades; la peripecia de un anciano buscador de oro, inspirada en un relato de Jack London, que ansía encontrar un filón que le permita retirarse por fin; la odisea que vive una caravana en la que viaja una joven decidida a contraer matrimonio al llegar a su destino; y el viaje en diligencia de cinco personas de orígenes y clases sociales diferentes y sus reflexiones sobre la vida y la muerte. Es precisamente la presencia de la parca, junto con el entorno histórico y el humor absurdo marca de la casa, además de un interés constante por sorprender que de tan continuo convierte paradójicamente a la cinta en muy previsible, los elementos que aportan un mínimo de cohesión a una película que si no fuese por el reconocimiento de sus realizadores muy pronto sería sepultada por el olvido, perdiendo así cualquier mínima oportunidad de pasar a formar parte de los anales del género.
Afortunadamente, ni siquiera es necesario retroceder a la edad gloriosa del western para darse cuenta de lo limitado de la propuesta de los Coen; y no hace ninguna falta convocar el espíritu de apellidos tan ilustres como los de Ford, Hawks o Mann, ni siquiera a exégetas más recientes como Kevin Costner o Clint Eastwood. Y es que ahora mismo tenemos en cartel un espléndido western, también producido el año pasado y también con un vínculo fraternal, pero este diegético: Los hermanos Sisters. Con esta adaptación de la novela homónima de Patrick DeWitt, Jacques Audiard confirma que las coordenadas espaciotemporales del mismo ya no son tan férreas como lo fueron en el pasado. Para empezar, el género épico por antonomasia de los Estados Unidos -en definición inmortal de Borges- hace mucho tiempo que dejó de pertenecerles en exclusividad: Audiard, responsable de filmes como De latir mi corazón se ha parado o Un profeta, es francés; y supongo que les sonará algo el nombre del italiano Sergio Leone. Por otro lado, tal y como han demostrado recientemente cineastas como Andrew Dominik, S. Craig Zahler o Quentin Tarantino -este por partida doble-, siempre que se parta de un buen guion de base y se cuente con unos intérpretes con oficio, pueden concebirse nuevas aportaciones al género que no se limiten a repetir logros del pasado pero tampoco apuesten por saltarse a la torera toda una tradición repleta de clásicos y obras maestras.
Si me lo permiten, quisiera demostrar esta aseveración comparando un par de decisiones narrativas de los realizadores de las películas que hoy nos ocupan: al comienzo de la primera, un solitario Buster Scruggs -al que encarna Tim Blake Nelson- se dirige directamente a los espectadores en mitad de un paisaje desértico, rompiendo así la cuarta pared y desvelando la tramoya del asunto y la condición ficcional del relato. A partir de ahí, asistiremos a un paseo por algunos de los tópicos y estilemas del género vistos desde fuera, y sin que en ningún momento nos preocupe verdaderamente lo que pueda ocurrirles a los arquetípicos personajes que desfilan ante nosotros y que no son sino marionetas sin alma en manos de los Coen. En cambio, Audiard se permite introducir en su historia un par de fugas que fuerzan la división entre el relato y el espectador, pero sin llegar a romperla del todo: pienso en un breve plano secuencia en el que uno de los Sisters, encarnado por un espléndido Joaquin Phoenix, explica lo que ambos se disponen a hacer a continuación... y donde parece dirigirse directamente a la platea; no obstante, deja abierta la posibilidad de que esté dialogando con su hermano mayor (interpretado por un soberbio John C. Reilly muy alejado de sus roles cómicos) fuera de campo, y por tanto la decisión queda en manos de un espectador que puede sentirse interpelado o no según sea su gusto.
Al margen de mencionar que en Los hermanos Sisters también cuentan con roles principales unos excelentes Jake Gyllenhaal y Riz Ahmed, que aquí son socios como ya lo fueron en la reivindicable Nightcrawler, solo me queda una última elucubración: puedo imaginarme al maestro del género John Ford viendo este film de Jacques Audiard hasta el final; no estoy seguro de que le gustasen todas las ramificaciones de la narración ni todas las decisiones de su director, pero creo que la curiosidad por ver cómo van a acabar unos personajes que, estos sí, parecen de carne y hueso, lo mantendría sentado en la butaca aunque arquease una ceja (la que no llevase cubierta por el parche) de vez en cuando. En cambio, dudo que soportase más de cinco minutos de las dos horas y cuarto que dura La balada de Buster Scruggs; pero casi que mejor, porque es preferible que hubiese vivido en la ignorancia antes que ver la burda revisión en clave alegórica del espíritu de La diligencia que supone la última de las historias que recopila.
Para terminar, ya que hemos mencionado a Leone y a Eastwood, y aprovechando que el maestro Ennio Morricone acaba de actuar en España a las puertas de su retiro profesional, ahí va otra recomendación... Sobre todo para aquellos adictos a Netflix a los que cuesta arrancar del sofá de casa para arrastrarlos al cine más cercano: antes de dejarse llevar por las sugerencias de la plataforma de pago y acabar viendo la nadería de los Coen, les sugiero que escarben en el menú y opten por Desenterrando Sad Hill, un estupendo documental dirigido por Guillermo de Oliveira en el que se narra el milagro llevado a cabo por un grupo de fanáticos admiradores de El bueno, el feo y el malo: recuperar el cementerio, ubicado en Burgos, en el que se desarrolla el acto final del que sin duda es uno de los títulos más emblemáticos del llamado “spaghetti western”. Si son ustedes verdaderos amantes no ya del cine del Oeste, sino del cine a secas, me lo agradecerán. Y es que no me imagino a ningún cinéfilo, dentro de cincuenta años, tratando de localizar en qué paraje filmaron los Coen su último trabajo para peregrinar hasta allí con el objetivo de honrar semejante despropósito.
La balada de Buster Scruggs y Desenterrando Sad Hill están disponibles en la plataforma Netflix España; Los hermanos Sisters se proyecta en cines de toda España.
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