Aunque a algunos les parecerá inaudito por considerarlos como algo totalmente ajeno a su interés, con los libros pasa igual que con otras tantas cosas que despiertan las pasiones, las altas y también las bajas, del ser humano: o se les ama o se les odia; sin medias tintas (nunca mejor dicho). Buen ejemplo de esto último es lo que Richard Ovenden pone en negro sobre blanco en Quemar libros, un recorrido por la historia de la bibliocastia, o lo que es lo mismo: la destrucción deliberada de libros y bibliotecas. Y es que los libros son un instrumento de difusión de la cultura y el pensamiento, por lo que resulta lógico -aunque nunca disculpable- que desde siempre su prohibición, cuando no destrucción directa, haya estado a la orden del día con la finalidad de controlar o atacar a determinados grupos sociales.
Ovenden es bibliotecario de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, que cuenta con más de cuatro siglos de historia a sus espaldas. Por lo tanto, partimos de que el autor conoce de primera mano el material del que nos habla, y su recorrido historiográfico pasa por defender a las bibliotecas como archivos fundamentales para salvaguardar la cultura de la humanidad. Por ello, nos recuerda una serie de infaustos episodios históricos que han tenido a la destrucción del saber escrito como su objetivo primordial, por mucho que consideremos que la quema de la mítica biblioteca de Alejandría fuese un desafortunado accidente. De este modo, el autor refleja las luchas de religión acontecidas durante el siglo XVI, el caso de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en la Guerra de Independencia, el de la Universidad de Lovaina en la Primera Guerra Mundial o la destrucción de los textos judíos por parte de la Gestapo; hasta llegar a episodios más recientes como el protagonizado por la Biblioteca de Sarajevo o la destrucción de libros durante la guerra de Irak. Todo ello sin olvidar algunas calas en la intrahistoria, como es el caso de Franz Kafka y su voluntad expresa (y afortunadamente no respetada) de que se destruyese toda su obra tras su muerte. El resultado es una aportación que se suma a la Historia universal de la destrucción de libros de Fernando Báez en el tratamiento de este tema, y que como aquella también habría podido titularse -recurriendo a Borges, el escritor bibliófilo por antonomasia- Historia universal de la infamia. Dos libros sobre libros que hay que leer porque, como es bien sabido, conocer la historia es la única forma de no repetir los errores del pasado... y los libros no son una excepción.
Si dejamos la bibliocastia a un lado para centrarnos en todo lo contrario, en el amor por los libros, cuando este deviene en una pasión desaforada el mero lector acaba por convertirse en bibliófilo... o incluso en bibliógrafo. En nuestro país, y en la larga tradición de entre quienes se han dedicado a tal menester, destaca la figura de Antonio Rodríguez-Moñino, natural de Badajoz que, al ingresar en la Universidad María Cristina de los Agustinos de San Lorenzo del Escorial para estudiar Derecho, descubrió su pasión por la bibliografía al toparse con la nutrida biblioteca de dicha institución. Esto le llevó a estudiar también Letras, a publicar artículos tempranos y a frecuentar las tertulias madrileñas... todo ello antes de cumplir los veinte años. Tal precocidad le condujo pronto a formar parte de diversas academias, si bien el doble rechazo inicial que recibió al tratar de ingresar en la Real Academia Española provocó su exilio a los Estados Unidos. Finalmente, en 1966 fue aceptado en la RAE, organismo en cuya biblioteca trabajó durante largo tiempo y a la que legó tras su fallecimiento un tesoro bibliográfico compuesto por unos quince mil volúmenes, muchos de ellos inéditos. Por si esto fuera poco para justificar su estatus casi legendario dentro del mundo de las letras, fue también director de la editorial Castalia y allí fundó la mítica colección Clásicos Castalia.
Todo esto, y mucho más, lo cuenta con pelos y señales el también pacense Pablo Ortiz Romero en su recién publicada biografía de Rodríguez-Moñino: un recorrido exhaustivo por la vida y milagros de este amante de los libros que durante la Guerra Civil fue nombrado técnico de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, lo que le llevó a dirigir la salvación del patrimonio bibliográfico durante el conflicto bélico al depositar los libros recuperados en la Biblioteca Nacional de Madrid. Como señala el subtítulo del volumen, “Luces y sombras del mayor bibliógrafo español del siglo XX”, Ortiz Romero no construye una hagiografía sumisa; y por tanto no deja de reflejar episodios delicados como la polémica intervención del homenajeado en la incautación de las monedas de oro del Museo Arqueológico Nacional sin levantar la consiguiente acta detallada de todas las piezas sacadas de la colección. Casado con la bibliotecaria republicana María Brey Mariño, con la que llegó a conformar la mayor biblioteca privada de la época (casi diecisiete mil volúmenes, nada menos), los claroscuros del ejercicio profesional de Antonio Rodríguez-Moñino lo llevaron a sufrir un expediente de depuración y la inhabilitación para la docencia durante más de veinte años, así como la retirada de su cátedra. Estamos por tanto ante un libro fundamental para vislumbrar, desde todos los puntos de vista posibles y con todas las aristas expuestas a la luz, a una figura clave de la historia de la bibliografía en lengua hispana.
Los amantes de los libros cuentan con otras salidas profesionales además de la de ejercer de bibliotecario y/o bibliógrafo, que son las vías por las que optaron Richard Ovenden y Antonio Rodríguez-Moñino. Y al margen de la posibilidad de convertirse en escritor -porque aventurarse a que uno va a poder ganarse la vida con ello es demasiado aventurarse-, lo más habitual es acabar trabajando de librero. Esto es lo que hicieron todas las protagonistas de Libres y libreras, un ensayo divulgativo que se centra en más de una treintena de mujeres que ejercieron este cometido profesional en la ciudad de Londres durante los dos últimos siglos; y que le ha valido a su autora, Yolanda Morató, el Primer Premio del II Certamen Literario de la Asociación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla.
Así, por las páginas de este libro escrito con erudición y elegancia, se pasean precursoras como la señora Bennett y las sufragistas de Charing Cross Road, la visionaria Alida Klemantaski y The Poetry Bookshop, Emily Millicent Sowerby -cuya obra Gente rara y libros raros ha contado con una reciente traducción y edición de la propia Morató-, la feminista y filántropa Florence Boot y la icónica droguería Boots, las anarquistas Esther Archer y Eva Reckitt, la “reina roja de Charing Cross Road” Christina Foyle o la contemporánea A. N. Devers y Dee Creative, por citar solo algunas de las muchas libreras cuyas semblanzas dan cuenta de sus respectivas trayectorias profesionales como propietarias de una librería, pero también de sus cometidos en otros ámbitos vinculados a la industria del libro; pues varias ejercieron también de autoras, editoras o impresoras. El resultado de la investigación de Morató, que como sus protagonistas también es pluriempleada dentro del mundo de la cultura libresca -es filóloga, docente, traductora y poeta-, puede leerse de cabo a rabo siguiendo el orden cronológico; pero también a salto de mata, como una colección de ensayos independientes. Sea de una forma u otra, léanla... al igual que les recomiendo que hagan con los otros dos libros comentados hoy.
Quemar libros. Una historia de la destrucción deliberada del conocimiento, Antonio Rodríguez-Moñino. Luces y sombras del mayor bibliógrafo español del siglo XX y Libres y libreras. Mujeres del libro en Londres están editados por Crítica, Almuzara y El Paseo respectivamente.