Testimonios dados en situaciones inestables

Los tres Reyes Magos estaban sentados en mi tresillo y palmariamente cansados

Oí un ruido y me levanté de la cama cautelosamente para no despertar a mi mujer. Vi en el reloj de la mesita que eran las tres de la madrugada. Salí al pasillo y caminé hasta el salón de puntillas, un poco al estilo de esas películas de terror para adolescentes, y cuando llegué a la puerta, que estaba entreabierta, miré con cuidado esperando ver no sé muy bien qué. Y lo que vi fue que en mi tresillo estaban sentados los tres Reyes Magos en el orden canónico que la tradición nombra y palmariamente cansados.
Melchor estaba completamente estirado con las piernas rectas, la cabeza completamente apoyada en lo alto del respaldo mirando al techo e inhalando aceleradamente el oxígeno de mi salón y exhalando venenoso dióxido de carbono. Gaspar estaba inclinado adelante con los codos apoyados en las rodillas y agarrándose la cabeza, desde la que caían gotas de sudor sobre mi alfombra de piel de gacela. Baltasar bebía de un redbull con la inconfundible ansiedad de alguien que ha hecho un gran esfuerzo. Entré en el salón con veloz seguridad y dije “¿qué está pasando aquí? ¿Os podéis permitir un descanso siendo la noche que es?” Me miraron sin sorpresa y sin apenas cambiar de posición. Gaspar se secó el sudor con la festoneada manga. Baltasar dijo “está siendo una noche muy dura”. Melchor dijo “este año hay un cambio absoluto de tendencia en los deseos de los niños”. Gaspar añadió, sin dejar de expoliar el oxígeno de mi salón, “no es solo un cambio en la sofisticación de la temática, sino también en el tamaño”. Miré debajo del árbol y vi claramente, a pesar del papel de regalo de ovejitas blancas y negras que la envolvía, la forma inconfundible de lo que era una bomba termonuclear de varias toneladas. “¿Y esto?” dije tratando de controlar mi irritación. “Su hijo de siete años especificó claramente que debía ser del tipo clásico fisión/fusión/fisión y de al menos 10 megatones de potencia”, dijo Baltasar descansando el bote de Redbull sobre su panza. Gaspar agregó “en este mismo edificio hemos dejado una batería de misiles balísticos tierra/tierra de alcance intercontinental en el primero, cuatrocientas toneladas de Napalm en el segundo y una docena de helicópteros de guerra AH-64D Apache Longbow en el ático”. “Otro trasto más” dije yo mirando la insidiosa enormidad de la bomba por otro lado grácilmente envuelta. Los tres Reyes Magos se encogieron de hombros. “Es un cambio de tendencia confirmado e imparable”, dijo Melchor recobrando cierto ritmo pausado en su expolio de mi oxígeno, “supongo que son cosas que oyen a los padres en casa, durante las comidas, ya sabe, a menudo los padres hablan sin tener en cuenta que hay niños pequeños alrededor”. Baltasar dijo “esta última va a ser una generación difícil”, volvió a beber del Redbull con desgana y después miró por la abertura de la lata como si pudiera ver lo que había dentro, y añadió “y no se puede decir que las autoridades estén haciendo nada para evitarlo con su indulgente legislación en materia educativa”. “Esos son los dos típicos argumentos que esgrimen los intelectuales pusilánimes”, exclamé yo taxativamente, “los niños son niños, siempre han sido niños, almas inocentes y desinhibidas con una inclinación libre y curiosa por la vida”. Los tres Reyes Magos se encogieron de hombros. “Y ya está bien de cháchara”, dije yo palmeando insistentemente, “que holgazaneando no se mantiene el espíritu de la Navidad”.

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