Abandonad toda esperanza

Maldito seas, Gaiman

Abandonad toda esperanza, salmo 600º
Esta es ya mi columna semanal número 600 (!) en El Periódico de Villena, y no me parece mala cosa celebrarlo hablando de Neil Gaiman. Y no es que este británico nacido en 1960 sea mi guionista de cómics predilecto: haciendo media -lo siento: deformación profesional-, citaría antes como favoritos a sus compatriotas Alan Moore o Grant Morrison, y eso sin ni siquiera salir del mercado mainstream. Pero sí es verdad que la que todavía me parece su obra maestra dentro del mundo de la historieta, la inagotable The Sandman, fue un muy importante descubrimiento en mi adolescencia y por tanto un título fundamental en mi educación sentimental como lector. Además, dado que gracias a su tirón comercial y al interés crítico que despierta su figura, aspectos ambos dignos de toda envidia, se siguen publicando obras suyas, nuevas o recuperadas, de continuo, resulta que siempre hay algún título reciente que vale la pena leer y recomendar; de ahí que ya le haya dedicado antes un par de columnas, y seguro que esta que están leyendo ahora mismo no será la última. Maldito seas, Gaiman.

El último cómic vinculado a su nombre no está realmente escrito por él, sino que se trata de una adaptación de un relato suyo a cargo del guionista y dibujante Shane Oakley; pero al igual que el texto original se trata de una novela gráfica que resulta muy representativa de las virtudes y, más que defectos, limitaciones, que encuentro en la mayoría de historias que llevan la firma del autor de El libro del cementerio. Esposas prohibidas de siervos sin rostro en la mansión secreta de la noche del aciago deseo, que de forma tan rimbombante se titula el álbum, arranca con un escritor que en mitad de una tormentosa noche (sic) trata de urdir un relato característico de la narrativa gótica y romántica más trasnochada, y ya desde su mismo comienzo deja ver varias de las constantes de la producción (literaria e historietística, y por extensión también de la audiovisual) del autor británico, tal como la presencia de elementos fantásticos, una voluntad marcadamente satírica y la perspectiva metaliteraria. Pero como decía, estamos ante un cómic que también pone de manifiesto el oficio de su autor, que por más que en muchas ocasiones (y esta no es una excepción) se limite a coger cualquier tópico de la cultura de la humanidad para darle la vuelta, logra hacerlo casi siempre de manera inesperada para así pillar por sorpresa hasta al lector más veterano... servidor incluido. Maldito seas, Gaiman, una vez más. Por su parte, un Oakley en plenas facultades tampoco esconde sus influencias: la más visible es el arte de Kelley Jones -precisamente, uno de los muchos artistas que pasaron por las páginas de The Sandman durante los ocho años que duró la serie-, que a su vez se inspiraba en el maestro Bernie Wrightson como antes este empezó a fijarse en cierta ocasión en los dibujos de Graham 'Ghastly' Ingels; tres autores que marcan por sí solos, con permiso de Mike Mignola, toda una tradición de la representación de lo siniestro en el mundo de las viñetas. Una ilustre tradición en la que ahora podría incluirse, si él así lo prefiere, a Shane Oakley.

Cuando hablamos de un guionista de tanto renombre como Gaiman, tan importante como aquello que escribe resulta ser aquello que lee (o ve) y su opinión al respecto. Convertido, al menos para su legión de seguidores, en aquello que hoy llaman influencer, el autor de American Gods ha impartido docenas de discursos y ha escrito multitud de prólogos para obras ajenas. Buena parte de su producción crítica -no toda, pues estamos ante unos "Ensayos seleccionados"- se recopila ahora en La vista desde las últimas filas: en sus páginas, que se pueden leer de seguido o tal y como hago yo (a saltos y haciendo una marca en el índice junto al título del texto leído) encontraremos reflexiones sobre el oficio de escribir y sobre aquellos que lo cultivaron antes que él y que le convirtieron en lector (como Chesterton, Tolkien o C. S. Lewis, por ejemplo), y también sobre esos espacios cuasi sagrados que son las librerías y las bibliotecas; semblanzas de autores con los que ha colaborado en alguna ocasión (como el malogrado Terry Pratchett o el ilustrador Dave McKean, al que tanto debe Gaiman en sus primeros años como guionista de cómics en Estados Unidos); artículos sobre autores de tebeos tan incontestables (los autores y sus tebeos) como Jack Kirby o Will Eisner; perfiles de músicos como el gran Lou Reed, su amiga Tori Amos o la que luego sería su segunda esposa, Amanda Palmer; y multitud de prólogos e introducciones a obras literarias ajenas, la mayoría debidas a clásicos como Poe, Lovecraft, Stoker, Wells o Kipling. En resumidas cuentas, y tal y como lo define el escritor y ganador del Premio Pulitzer Junot Díaz: estamos ante "una carta de amor a la lectura, a la escritura, a los sueños y a un género literario en toda su extensión". Una carta de amor que, me permito añadir, aúna una gran erudición y un elemento imprescindible para que la anterior no caiga en suelo yermo y por el contrario termine germinando: capacidad de comunicación. Maldito seas, Gaiman, una y mil veces más.

Esposas prohibidas de siervos sin rostro en la mansión secreta de la noche del aciago deseo y La vista desde las últimas filas están editados por Planeta Cómic y Malpaso respectivamente.

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