Maletas de cartón
Pronto olvidamos lo que fueron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, emigrantes con maletas de cartón…
Pronto olvidamos lo que fueron nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos, emigrantes con maletas de cartón. Durante el siglo XIX y hasta la Primera Guerra Mundial, a ultramar; en el XX, después de la otra guerra mundial, a Centroeuropa. Oleadas en busca de pan. Unas de ida y vuelta por temporadas, como golondrinas, atendiendo faenas estacionales; otras más duraderas anhelando siempre el retorno. Un retorno que para muchos se alargó más de lo esperado. La crisis de 1973, crisis del petróleo, los devolvería.
Si recordáramos lo que fuimos, sentiríamos más incomprensibles las fobias que escuchamos contra inmigrantes. La desmemoria de lo que fuimos agrava el dolor de la intolerancia. Ojeando periódicos de los años sesenta, en una foto de Bélgica unos manifestantes portan una pancarta contra los gastarbeiders. Negándoles derechos. Gastarbeiders o gastarbeiter, según Bélgica o Alemania respectivamente, eran los "trabajadores invitados"; es decir, nosotros. Y quien dice nosotros dice también italianos, portugueses, irlandeses…
Como entre vasos comunicantes, hubo un trasvase desde donde el crecimiento natural era aún elevado hacia donde lento o reducido. Donde elevado, el mundo rural todavía pesaba; donde lento o reducido, la industria. Una industria que desde 1945, para producir el "milagro" que fue la reconstrucción, exigió una mano de obra deseosa de superar miserias. Trasvase desde donde el pan escaseaba hacia donde abundaba. Resulta significativo que en 1973, en países como Luxemburgo o Suiza, un treinta por ciento de la población empleada fuera trabajadores inmigrantes.
Ni estacional ni permanente, fue un movimiento migratorio primero protagonizado por personas solteras, con escasa cualificación profesional, concebido como transitorio para cubrir en muchos casos una escasez de mano de obra en trabajos rechazados por la población oriunda. ¿Nos suena esto? El geógrafo e historiador José Estébanez Álvarez escribió al respecto: "Los países receptores no impulsaron un asentamiento permanente de los inmigrantes, para evitar posibles problemas sociales de asimilación, y optaron por admitir a los inmigrantes mediante contratos anuales y renovables". Pero la necesidad hizo prácticamente fija la migración, como el continuo flujo oculto de los y las sin papeles. Destacamos las, porque muchas mujeres casadas y solteras fueron pioneras, como mascarón de proa. —Por esos países las criás españolas están muy solicitás. Tenemos cartel, Lola. ¡Como los toreros! —dirá Balbina en La camisa.
El ocho de marzo de 1962, en el Teatro Goya de Madrid, la compañía "Dido, pequeño teatro", bajo la dirección de Alberto González Vergel, estrenaba La camisa, obra de Lauro Olmo. Por circunstancias extravagantes de aquella época extravagante, La camisa había sido premiada en 1961 con el Valle-Inclán, prohibida ese mismo año y autorizada en enero de 1962 para una única función de cámara, permitiendo dos meses después su explotación comercial. A mayor abundamiento, la obra recibirá en 1963 el Premio Nacional de Teatro.
En ella se aprecian tres perspectivas sobre la emigración. Una, la de los amigos de Juan, que la idealizan como maná, como oportunidad para enriquecerse. —¡Me las piro, Juanillo! Mira, el pasaporte. ¡Dentro de un año regreso con un "Volvaguen" de esos —Lo dice Sebas. ¿Cuento de la lechera?... Otra, la de Lola, la mujer de Juan, que acepta la emigración con realismo y resignación, percibiéndola como posibilidad para salir de la pobreza. Lola, lo apunta Lauro Olmo, es una de las incontables Lolas que se iban primero; y colocadas como criadas buscaban trabajo al marido. Entonces, el cónyuge solicitaba el pasaporte y con la excusa de visita turística se sumaba a la aventura. Pero en La camisa, Juan, marido de Lola, se niega a ser emigrante. Lo rechaza porque lo considera fracaso. Es la tercera perspectiva. Realidades de lo que fuimos.
Los españoles que emigraron fueron muchos. Recuerdo de niña la época de la vendimia en Francia, donde iban familias enteras.
También muchos para Suiza y unos cuantos más a América.
Ciertamente unos regresaron y otros no.
La vida es cíclica, y todo se repite.