¡Manos arriba!
La noticia conocida esta semana sobre la actuación de la SGAE para según fuentes de la misma cumplir con su obligación, ha levantado a casi todo el país en contra de esta entidad y de sus formas de actuar. Dicha noticia, que no es la única en el mismo sentido, se puede resumir de la siguiente forma: Bisbal se ofrece para actuar gratuitamente en un concierto benéfico que pretende recaudar fondos para que un niño, hijo de un camionero y una ama de casa, que sufre el Síndrome de Alexander, pueda acceder al tratamiento que, como última esperanza, están elaborando en EEUU para salvar su vida, ya que su enfermedad es de esas letales consideradas raras.
Un representante de la SGAE, según cuenta la madre del niño en los medios de comunicación, se pone en contacto con ella para explicarle que dicho concierto se podrá celebrar siempre y cuando ella firme un contrato mediante el cual el 10% de lo recaudado sea abonado a esa entidad. Como es lógico, la madre firmó como firmaríamos cualquiera de nosotros. Haciendo de tripas corazón, con náuseas, por supuesto, sólo de pensar en la falta de humanidad del gesto.
El concierto fue un éxito, Bisbal no cobró y la SGAE se llevó algo más de 5.000 euros que, fíjense Uds., se recaudaban para salvar la vida de este niño. Comparando esta actuación con la de algunas personas, la madre mencionaba que una señora que trabaja en la limpieza de un gran almacén ingresa 5 euros todos los meses en la cuenta de este niño y como ella, numerosas personas anónimas hacen lo propio sacrificando lo que pueden con tal de ayudar.
Tal ha sido el volumen de críticas, tal es la vergüenza ajena que esto ha causado en la sociedad española, que la SGAE no ha tenido más remedio que donar ese importe a la causa, eso sí, después de que el escándalo haya llegado hasta el último rincón de nuestro país soliviantando a las personas de bien.
En distintas referencias aparecidas en los medios de comunicación, se informa de otras situaciones similares en las que, conciertos benéficos que arrojaron pérdidas, tuvieron que hacerse cargo, igualmente, del pago de esta especie de impuesto a la misma entidad. También, la propia madre del niño aludido en esta columna, indicaba que tenía previsto celebrar un nuevo concierto en Vícar en la misma línea que el protagonista de esta triste historia y finalmente, ha decidido cancelarlo.
Viendo esta forma de actuar, unida a la forma en la que se han pasado por el forro la presunción de inocencia con el canon digital, sin ánimo de hacer apología de delito alguno, no puedo evitar comparar a la gente del top-manta con Robin Hood.
Por su parte, tratando de llevar las cosas tan a lo absurdo como lo lleva la SGAE, afectando incluso a nuestras amadísimas fiestas de moros y cristianos, me pregunto si los ciudadanos que estamos en contra de que esta gente se embolse semejante barbaridad de millones de euros al año, podríamos pedir indemnización cada vez que, paseando por cualquier calle, nos dañan el oído con canciones impresentables de Ramoncín como aquella de El Rey del Pollo Frito ¿le podría pedir un 10%, por ejemplo, del coste de un tratamiento sicológico para soportar semejante acúfeno de mi oído? Siendo como ellos, y ante la posibilidad de que, en un momento dado pudiera llegar a escuchar alguna de esas canciones de forma accidental y como medida preventiva, ¿puedo pedirles un canon como hacen ellos con los soportes informáticos, entre otros?
Y la repera sería ya que, incluso aquel surrealista tema del Chiki-chiki recibiese, aunque sea, un solo euro por este concepto.