Maravilla del Mundo
Conocíamos a algún paisano que había emigrado a la ya considerada capital de Europa, ciudad a la que soñábamos viajar con la concreta ilusión de visitar el Atomium…
La memoria de la emigración, en concreto aquella fotografía de los manifestantes belgas negándoles derechos a los gastarbeiders –"trabajadores invitados" así denominados para no comprometer la permanencia– nos trajo, entre otros lugares, la memoria de Bruselas.
Conocíamos a algún paisano que había emigrado a la ya considerada capital de Europa, ciudad a la que soñábamos viajar con la concreta ilusión de visitar el Atomium, aquel edificio que conocíamos con detalle por las muchas veces que por entonces lo habíamos visitado transportados por la imaginación, ese vehículo que especialmente en la infancia ofrece ilimitadas posibilidades.
En 1968 Círculo de Lectores había editado el libro Maravillas del Mundo, obra de Roland Gööck. Libro de tapas duras, grande –treinta centímetros por veintidós– y generosas fotografías a todo color. El éxito de la obra procuraría en 1973 un segundo volumen con idénticas características, Maravillas del Mundo 2 subtitulado De las sorpresas de la naturaleza a los prodigios de la técnica. El primero rezaba: Prodigios de la naturaleza y realizaciones del hombre, desde las cataratas del Niágara hasta las bases espaciales. En éste, uno de los capítulos sobre las realizaciones del hombre estaba dedicado al Atomium, ese edificio bruselense que nos fascinaba por su composición de esferas desafiando aparentemente el vacío en un alrededor de espacios verdes.
Imposible precisar las innumerables veces que lo habíamos visitado por las innumerables veces que habíamos ojeado y hojeado el libro de Gööck y… ¡Qué quieren que les diga! Que por muy simpático y secular que resulte el Manneken Pis prefiero el Atomium. Algún día habrá que hablar también, hablando de Bruselas, de la casa –hoy Museo– donde residió Erasmo de Róterdam entre mayo y octubre de 1521, sita en Anderlecht, uno de los diecinueve municipios de la Gran Bruselas.
Pero volviendo al Atomium, entre la pequeña estatua de un complaciente niño meando agua y el edificio atómico me quedo con el edificio. Aquellas fotografías del Atomium observadas en la infancia catapultaban la imaginación, sintiéndonos discurrir por los tubos que unían las esferas, arriba y abajo, subiendo y bajando, por el ascensor o por las escaleras mecánicas que eran verdadera atracción con sus luces de color como de nave espacial, como la de la nave de 2001: A Space Odyssey de Kubrick, película estrenada catorce años después de la construcción del Atomium.
El Atomium, construido en 1954 para la exposición universal celebrada en 1958 en Bruselas, la primera tras la Segunda Guerra Mundial, diseñado por el ingeniero André Waterkeyn y los arquitectos André y Jean Polak, era un soplo de modernidad; y sobre todo para nosotros, niños de la segunda mitad del siglo XX, un adelanto del XXI. Siglo futuro que imaginábamos muy sideral, transitado por vehículos principalmente voladores y gentes vestidas con prendas acolchadas tipo astronauta, de color plata; y edificios desafiantes como el Atomium.
En definitiva, el Atomium era para nosotros un ejemplo de ese mundo que esperábamos con la certidumbre de que lo íbamos a conocer. Un mundo a lo peor sin aire, pero dinámico. ¿Sin aire?... El Atomium combinaba vanguardia constructora, arquitectura psicodélica con un entorno ecológico, cristal de hierro y olor a campo. Cuando la inauguración del Atomium, cuando la Exposición Universal, el lema de dicha exposición fue: "El balance de un mundo por un mundo más humano". Máxima optimista.
En el verano de 2015 viajamos a Bruselas y visitamos el Atomium, línea 6 de metro, dirección Roi Baudouin, parada Heysel, donde también el estadio de triste memoria. Sentí moverme como en mi propia casa. Esas sensaciones como de déjà vu. Era lógico, ¡tantas veces habíamos estado allí! Maravilla del Mundo, maravilla de libro.
Increíble edificio, como lo fue también en su día la controvertida Torre Eiffel, que con el mismo motivo se erigió en la capital francesa.
Ambos: Atomium y Torre Eiffel permanecen en nuestras retinas a través de los años.