Cartas al Director

Más canallas, menos humanos

Cuando algunos, con toda tranquilidad y parsimonia, pertrechados hasta con cámaras de fotos y su bolsa para la merienda, acuden a presenciar el linchamiento público de un animal, es que algo muy primario todavía no hemos superado en nuestra calidad de seres humanos.
Ha ocurrido hace pocos días en Irán o Irak, donde en medio del clamor popular se han “ajusticiado” a varios ciudadanos. Que podamos convertir el sufrimiento de un animal, humano o no, sensible al dolor físico y psíquico como cualquiera de nosotros, en un espectáculo festivo, social y hasta subvencionado y promovido por nuestras instituciones públicas, la verdad, nos convierte en seres auténticamente inmorales.

Me importa más bien poco –nada, si he de ser sincera– que las corridas de toros, tan alabadas por afamados escritores, reconocidos pintores, intelectuales en general, hayan sido encumbradas a la categoría de arte, tradición y cultura. Me trae sin cuidado que famosos, políticos y gente de impecable trayectoria en su ámbito profesional, asistan, fomenten y halaguen la tauromaquia. Igual que me la trae al pairo que algunos dirigentes mundiales permitan y hasta legislen la pena de muerte en seres humanos o la ablación de clítoris. A una servidora todo esto le parece inmoral, una auténtica carnicería.

No nos llevemos a engaño. Detrás de cada corrida de toros, tras la macabra ejecución coral, a muchos sólo nos queda la impotencia de no haberlo podido impedir. Porque nos llega el olor férreo de la sangre derramada, percibimos los mugidos de dolor y nos tortura la imagen de un toro convertido en un guiñapo sanguinolento que parece suplicarnos que acabemos ya con esto. La tauromaquia, como cualquier otra práctica violenta e insensible con el padecimiento ajeno, resulta irreconciliable con una sociedad como la nuestra, que parece que avanza (aunque una tiene a veces sus dudas) en valores de solidaridad y respeto por los demás.

El apoyo de algunos de nuestros representantes políticos a la tortura pública de inocentes, desde luego, no justifica nada. La tauromaquia es cruel, egoísta, nos coloca a los seres humanos en la escala de valores más ínfima de nuestra sociedad. Por ello apelo desde aquí a la reflexión y al mismo tiempo a la rebelión ética, todo en uno. Si queremos ser verdaderos animales racionales, seres solidarios, humanamente comprensibles con el dolor de los demás, esta locura tiene que acabar cuanto antes y de una vez por todas. Las corridas de toros resultan tan crueles como cualquier otra forma de violencia, y empeñarse en su continuidad nos convierte en menos humanos, más canallas.

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