Estación de Cercanías

Masticar clavos

Los que son las cosas. Mientras en nuestro planeta miles de seres humanos mueren diariamente de inanición, mientras que miles de niños dejan de existir minuto a minuto por no tener nada que llevarse a la boca, ni tan siquiera agua, en el primer mundo, el nuestro, en el cual se tiran millones de toneladas de alimentos cada día, también se muere de hambre. La única diferencia es que, morir de hambre en la actualidad, aquí y ahora, se llama anorexia.
Es espeluznante leer cualquier artículo relacionado con esta cuestión y conocer por voz de las afectadas (mujeres adolescentes en su mayoría) o de las familias, lo sencillo y traicionero que resulta (dietas aprobadas por los padres en muchos casos) comenzar a dar los primeros pasos hacía esta cavidad oscura y larga que las atrae inexorablemente hacia sus profundidades, agarrándolas con todas sus fuerza, y de la que solamente salen cuando consiguen recuperar el amor por ellas mismas y por su cuerpo, así como gracias al amor de los más cercanos, que deben luchar a su lado incansablemente siendo su apoyo en un largo y tortuoso camino de años, lleno de caídas y remontadas, de pasos tímidos hacia adelante con la vista puesta en la pequeña claridad que se aprecia al fondo, muy al fondo. Sendero cuajado a su vez de repetidos ingreso clínicos que forman parte del proceso de curación y que ponen a prueba la moral y la ilusión de los afectados y sus familias, pues sólo el 47% consiguen superar la enfermedad en su totalidad y traspasar definitivamente la puerta a la luz. Del 53% restante, un 20 convive con su obsesión para siempre, entre el 20 y 30 la cronifica y el 6% muere, mayoritariamente por suicidio.

Y lejos de parar, el número de casos asciende paulatinamente y afecta a niñas más pequeñas (12 años) así como a mujeres de más de 40 años, adolescentes y maduras que cuentan curiosamente con brillantes expedientes académicos y puestos de trabajo de especial relevancia, que se definen como muy controladoras y exigentes, teniendo todas ellas el denominador común del miedo a los cambios y la necesidad patológica de obtener la aprobación de los demás. En definitiva, querer obtener la perfección absoluta.

El psiquiatra Luis Beato Fernández –director de la Unidad de Anorexia del hospital de Ciudad Real– utiliza esta lúcida frase para definir perfectamente la situación: “La cultura carga la pistola y la dieta aprieta el gatillo”.

Desde luego que nada se puede rebatir a su afirmación. La cultura carga la pistola y lo hace diariamente. Todo, absolutamente todo lo relacionado con la imagen pasa inexorablemente por ser delgada para ser socialmente reconocidas, apreciadas y admiradas (en femenino por el tema que nos ocupa), modelos esqueléticas, cantantes, periodistas o actrices, en las que no asoma ni el más mínimo gramo de grasa de más, son el bombardeo constante al que nos someten las normas de imagen. Puedes tener una fantástica voz, ser una magnifica intérprete o intelectualmente privilegiada que eso actualmente es tan solo un complemento más de la imagen, es un valor añadido a la necesidad imperiosa de no superar los 50 Kg.

Y este engaño mediático y constante –en el mundo somos 3.000 millones de mujeres y solamente 10.000 son físicamente perfectas– deja los valores o encantos de una persona en segundo plano, siendo desde esas bambalinas desde donde podemos prestar nuestra ayuda para evitar más cadáveres andantes. Recordándoles diariamente la inexistencia de la perfección total, inculcando a nuestras jóvenes el valor de una preciosa sonrisa, de unos ojos chispeantes, de un carácter alegre y optimista, para forjarles un carácter a prueba de tallas, de básculas y de palabras soeces que cuestionen su imagen.

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