Testimonios dados en situaciones inestables

Me dijo que solamente firmaría el contrato de telefonía móvil si me casaba con él

Yo trabajaba en el servicio comercial de una gran compañía de telefonía móvil ofreciendo por teléfono promociones increíbles con suculentos descuentos y regalos extraordinarios, y en una ocasión tuve que llamar varias veces a un número para intentar conseguir que un hombre poco hablador y de voz grave accediera por fin a la impresionante oferta que le estaba brindando, pero cuando parecía que estaba a punto de aceptar nuestra increíble proposición comercial, que incluía una máquina de diálisis de regalo a cambio de una insignificante permanencia de noventa y seis meses en nuestra compañía, me dijo que solamente firmaría el ventajoso contrato de telefonía móvil si me casaba con él al día siguiente.
Sé que no debería haberle dicho que sí, pero en aquella época trabajaba con mucha presión, y además mi primer y único novio siempre me decía que me faltaba iniciativa y que tenía que aprender a ver las oportunidades de la vida, de modo que a la mañana siguiente quedamos en la Santa Iglesia de los Hijos Desamparados, nos juramos amarnos y respetarnos el uno al otro el resto de nuestras vidas, y firmamos los papeles del santo sacramento delante de un cura que tenía aspecto de practicar en secreto y con resentimiento la autoflagelación. A continuación y con gesto de severa expectación puse sobre la mesa de la sacristía el original y copia del contrato de la línea de telefonía móvil, mi ya marido y desvelo de mis futuras noches lo firmó con el reconocible ademán del cabeza de familia, y un chico que me acompañó y que hizo de testigo le entregó el aparatoso paquete de la máquina de diálisis; tengo que reconocer que sentí una punzada de contrariedad y cierta tristeza cuando él no mostró por el costoso regalo más que un tibio entusiasmo, pero me dije que tenía que ser paciente porque la vida cotidiana de un matrimonio está llena de pequeños desajustes que el tiempo se suele encargar de limar. Así las primeras semanas la cosa pareció ir más o menos bien. Él utilizaba la máquina de diálisis con la frecuencia esperada aunque sin fervor, pero poco a poco fue volviéndose más perezoso y espaciando su uso. Al cabo de unos meses yo estaba embarazada de gemelas y él pasaba casi todo el tiempo fuera de casa, con sus amigos del trabajo y del club de dardos. Yo sentía una tristeza creciente viendo la desaprovechada máquina de diálisis en un rincón mientras sentía las pataditas de las gemelas en mi barriga. Justo el día que nacieron, alguien me contó que lo habían visto utilizando una máquina de estimulación muscular mediante parches electroconvulsivos de esos que se pegan a la piel, y ya no pude soportarlo más. Mi abogado, con gran esfuerzo y moviendo hilos en las altas esferas, consiguió que el matrimonio quedara anulado, y también que aceptara quedarse con una gemela, por lo de evitar la aparente falta de ecuanimidad judicial. Pero cuando llegamos al contrato de telefonía móvil la cosa legal se estancó. Él argüía, dado que ya no estábamos casados, que las condiciones iniciales se habían modificado por parte de una empleada de la empresa y por tanto la compañía había incumplido el contrato y debía liberarlo de su compromiso, pero todo fue inútil. No había forma humana de romper aquel vínculo forjado en una llamada de teléfono llena de la insensatez lógica de los que se dejan llevar por la pasión. Y aquí estamos: la compañía de telefonía móvil, él y yo, unidos en esta sagrada trinidad por la gracia divina de un número de nueve dígitos hasta que la santa permanencia llegue a su fin; y la máquina de diálisis pudriéndose en un rincón.

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