Fiestas

¿Mejor sin toros?

Parece que fue hace pocos días cuando se anunciaba el comienzo de esta crítica temporada de 2011, la temporada de otra vuelta de tuerca para la crisis que también afecta al planeta de los toros, la primera temporada con la amenaza de la sectaria prohibición catalana.
Comenzó Valdemorillo y Fallas, se inauguró el Monumento Multifuncional La Plaza –que nadie dude que administrativamente se considera como coso de 3ª categoría–, la Feria de Abril y San Isidro, tras el cual comenzaron los malos momentos de la temporada y las estafas para la Fiesta. El gran público pensará que es justo al contrario, que es después de Madrid cuando comienzan las orejas y los rabos, los indultos, las puertas grandes y los grandes éxitos de las figuras que disfrutan de sus paseos en volandas. Sin embargo, cuando esto sucede son tiempos malos para la Fiesta de los Toros.

Que ya tiene uno la tentación de cansarse de escribir siempre sobre el mismo tema, pero hay que seguir insistiendo con igual constancia, tanto o más que sobre los otros, puesto que los enemigos de la Fiesta –que no son los antitaurinos– se empeñan en seguir por el mismo camino del triunfalismo sobre la base del engaño. No voy a desfallecer en esta vehemencia, pues soy consciente –también los buenos aficionados– de que sin un toro íntegro en sus facultades no puede existir el espectáculo en su integridad y lo contrario es una estafa.

Tauromaquia dignificada
Tras la desastrosa Feria de Hogueras alicantina, la tauromaquia volvió a verse dignificada desde que vimos los toros y los mozos por las calles de Pamplona el mismo día del primer encierro el día de San Fermín, porque un montón de jóvenes corrieron delante del toro de verdad y después un puñado de toreros se pusieron delante de ellos por la tarde, pasando miedo y dando sentido a los diversos aspectos litúrgicos de la lidia. Con el toro íntegro comienza a tener sentido el tercio de varas y la diferencia que hay entre un puyazo en todo lo alto o el picotazo pescuecero que casi siempre se esgrime más para cumplir el reglamento que otra cosa. Ante este toro descarado y alto de agujas resulta difícil sentir pena por el pobre animalito y –al contrario– se presencia la faena con el alma en vilo porque el diestro que resulta cogido no se libra de la cornada, cosa que casi nunca sucede con esas corridas arregladitas que pululan por los pueblos de Dios. Aunque se trate de corridas inaugurales la tomadura de pelo es la misma. Tras el tercio de varas en las citadas condiciones se hace preciso quitar al toro para probar su embestida y gracias a ello se disfruta de uno de los momentos más bellos de la lidia, que además permite calibrar la competencia entre los matadores que no quieren dejarse ganar la partida. Vamos, lo que se llama vergüenza torera, aunque muchas veces supone una desvergüenza.

Durante el tercio de banderillas se termina de ver el estado en que se encuentra el toro y la evolución que ha tenido desde que salió de la gayola, podremos recrearnos la vista con el toro en estado puro y con el arte que rezuma la faena. De aquí en estas condiciones aproximadas pasaremos a Bilbao, San Sebastián, quizás Santander y Gijón, posiblemente Zaragoza y –ni que decir tiene– la Feria de Otoño en Las Ventas.

Pantomimas y engaños
Sin embargo, lo que se hace todos los días también feria a feria, con unos animalitos disminuidos, claudicantes y bobalicones, eso no es el toreo, y no pasa de ser una pantomima para embaucar a ignorantes que se prestan a ello. El verdadero daño que ocasiona este hecho es que lo saben perfectamente cuantos se benefician del engaño, toreros y taurinos profesionales saben que falta verdad a tantas orejas y salidas a hombros por los pueblos y ciudades de España, saben que eso es como sentirse alegre por beber, ligero e intrascendente, y que no dura más que el tiempo justo de la intoxicación. Pero con este menú se adultera y se falsea el sentido y el contenido de la tauromaquia, pues en este formato del toreo nada es real, solo un juego de ilusiones que rompe con la verdad y la esencia del toro en plenitud y la autenticidad del toreo. Todo esto y no las prohibiciones será lo que conllevará la desaparición de las corridas de toros.

Mientras escribo estas líneas no tengo confirmación sobre si en Villena tendremos toros el día 7, si habrá un empresario capaz de atreverse, si aguantará el Reglamento y si el espectáculo que pudiera celebrarse tendrá unas mínimas garantías de integridad. Lo que yo deseo es que con toros o sin ellos tengamos las Fiestas en paz.

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