Fuego de virutas

Memoria circunstanciada

"Todo el mundo estaba ocupado en hacer barracas en el campo y en las plazas y plazuelas que tuviesen bastante espacio para construirlas, de manera que aunque cayesen los edificios inmediatos, sus ruinas no las alcanzasen, y por la noche casi toda la ciudad pasaba a pernoctar en ellas." Esto cuenta de Murcia el ingeniero José Agustín Larramendi, comisionado por la Corona en 1829 para informar sobre los estragos de los terremotos de 21 de marzo y siguientes habidos ese año en la capital del Segura y, sobre todo, en Orihuela, Torrevieja y otros pueblos de la Gobernación oriolana de entonces.

El 21 de marzo de 1829 un fuerte terremoto –se calcula por los daños una intensidad entre 6,2 y 6,6 Richter– asoló la Vega Baja con réplicas enérgicas como la de 18 de abril, Sábado Santo, cuyo estremecimiento y ruido, según la memoria de Larramendi, duró tres cuartos de hora. Los testimonios repiten la sensación de vivir un infierno y sobre un infierno. El miedo. Y la aprensión posterior al propio terruño con el deseo, o la necesidad, de seguir viviendo en él. La sensación de temer el abrirse un abismo vaporoso bajo los pies. Porque es como si de las entrañas de la tierra se desprendiera –que necesariamente no es– un olor a azufre. Aunque ciertamente algunos testimonios hablan como de fauces del averno y de piedras negras.

Entonces, en 1829, las poblaciones completamente arruinadas –completamente– fueron Torrevieja, Torrelamata, Guardamar, Rojales, Almoradí, Benejúzar, Rafal y San Bartolomé. Y medio arruinadas, Dolores, San Fulgencio, Benijófar, Formentera, Daya Nueva, Daya Vieja, La Puebla y la parroquia de San Miguel. Lo que no quita que en Dolores murieran cinco mujeres que vendían pan. Una pared estalló brincando una acequia sorprendiéndolas. Y entonces, Lorca también sufrió. Menos. Pero también. Lo que dice que lo de Lorca de ahora también podría haber sido más acá y...

Más acá o más allá las gentes se lamentarían de lo mismo: De la falta de garantías en las construcciones nuevas. "En la construcción se empleará mucha enmaderación, muy trabada entre sí, y con la fábrica de mampostería, a fin de que sea más difícil el desprendimiento de sus partes en cualquier movimiento. Pero todas las construcciones en general han de ser sumamente sencillas." Esto había recomendado Larramendi en su "Memoria y relación circunstanciada". Y antes, había escrito orientaciones respecto a la urbanización general de estas poblaciones apuntado que "las dimensiones de las casas, de las calles, y el género de construcción, será apropiada a los pueblos sujetos a temblores de tierra. Las casas todas, sin excepción alguna, serán sólo de un piso bajo, elevado algún tanto donde la humedad del terreno u otra causa lo exija." Precisando a continuación la dimensión concreta de las calles y los límites de altura en las casas. Y así fue en la reconstrucción, pero no ha sido/ha dejado de ser en la especulación de los años del desarrollismo y en años recientes.

Cuando el periodista David Pamies publicó un antológico artículo haciendo memoria responsable de los seísmos en la provincia (INFORMACIÓN, 18.03.2002), le cayeron escombros y réplicas especialmente desde Torrevieja, faltando oficializarle lo de non grata cuando lo que Pamies responsablemente hacía era revelar o sospechar una realidad que ahora los seísmos han desnudado en Lorca: el incumplimiento en algunas edificaciones de la normativa sismorresistente. El escritor Juan Ramón Barat ha escrito desde Lorca "Los miserables" denunciando evidente lo que Pamies denunció posible. Lo de Lorca –Dios no lo quiera– podría ser otra vez por aquí. Que el mártir San Emigdio nos pille confesados. Que de todo mal nos libre.

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