Estación de Cercanías

Metamorfosis

De nuevo ha vuelto la calma, y tras la frenética campaña electoral a la que hemos sido sometidos, la tranquilidad ocupa el lugar que nunca debió abandonar. Una vez acalladas las voces del “¡Vota a!”, las musiquillas pegajosas que se quedan incansables en el “repeat” de la mente, y mientras que los carteles y pancartas siguen a la espera de que la lluvia o el viento los arranque de su lugar –porque los que allí los pusieron no están obligados a ello incomprensiblemente–, disfrutaremos de esta tregua hasta que el nuevo equipo de gobierno comience su andadura con todo lo que eso significa, ardua labor que, dicho sea de paso, nos ayuda infinitamente a los que tenemos que cumplir semanalmente con una opinión; así, a la espera de ese maná informativo, hoy quiero compartir con ustedes algo de literatura.
En pasadas fechas, a muchos kilómetros de altura y por la insistencia de una amiga que me recomendaba encarecidamente su lectura, me atreví con Kafka y su metamorfosis. Nunca hasta ahora había tenido la oportunidad de leer a este jurista checo de triste carácter, de poca salud física y mental y de vida difícil, no tanto por su posición económica como por una nefasta influencia paterna, que según cuentan en muchas de las biografías consultadas fue determinante en su vivir.

¿Han tenido ocasión de leerlo? Si no lo han hecho se lo recomiendo. Van a encontrar un texto denso, muy, muy denso, y de difícil lectura, y de mucha más difícil interpretación, estilo kafkiano en estado puro, pero les puedo asegurar que compensa el esfuerzo de intentar entenderlo. Y si lo han hecho coincidirán conmigo en lo impresionante de la obra, a la que algunos califican de cuento largo y otros de libro corto, y en la cual se acumulan infinidad de sentimientos enfrentados, miedos y esperanzas, desesperación e ilusión, humillación, amor a la vida, a la familia e incluso arroja algo de esperanza.

Por si no han tenido todavía la gratificante experiencia de su lectura, no seré yo quien desenvuelva la trama y final del relato, pero sí quiero darles unas pinceladas para poder compartir desde aquí mi interpretación. Todo comienza cuando una persona totalmente estregada a su familia, mantenedor de la misma, trabajador incansable y honrado despierta una mañana convertido en un ser repugnante, una mezcla entre cucaracha y escarabajo que ni el mismo autor se encarga de aclarar, por lo insignificante del detalle una vez comprendida la historia; el panorama es desalentador, y su desesperación sin límites cuando toma consciencia de la desgracia en la que acaba de sumergir a su familia; y es desde este estrambótico escenario, una ventana, una habitación, los pensamientos de un insecto y 69 páginas, desde donde se nos muestra esa parte oscura del inefable rechazo que se nos declara deslumbrante ante los cambios inesperados, ante las diferente decisiones o circunstancias que nos transforman, o mutan a los demás, en alguien inesperado, molesto o liberado del control ajeno.

A su vez el indefenso escarabajo lanza un feroz ataque contra aquellos que solo aprecian en las personas su imagen, contra todos esos parásitos que enmascarados tras un aspecto humano, viven del esfuerzo ajeno hasta que la necesidad de sobrevivir se impone y muestran su verdadero rostro, contra aquellos que ven un monstruo en el ser querido que ha decidido ser él mismo rompiendo estereotipos o conductas establecidas. Kafka, en 1915, fotografió magistralmente una conducta humana que cada día va tomando mayor posicionamiento en la sociedad actual, donde los valores internos, el esfuerzo y los sentimientos son aplastados por el aspecto exterior, los saldos positivos y las querencias condicionadas al éxito.

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