Que el cómic japonés, el tan traído y llevado manga, vive una época de esplendor al menos en lo que se refiere a su expansión por el resto del mundo (España incluida), es algo de lo que dan buena cuenta varios hechos: primero, los datos muy positivos de los índices de ventas que se hacen públicos y por tanto su patente capacidad para colonizar estanterías y expositores de librerías, tiendas especializadas y grandes superficies; segundo, que cuando escribo la palabra “manga” ya no la tenga que señalar en cursiva porque ya ha sido aceptada sin necesidad de marca alguna en el Diccionario de la Real Academia Española (tan reacia ella, lógicamente, a dejar entrar a cualquiera); y tercero, porque acaba de recuperarse una obra de referencia tan fundamental como Mil años de manga, hasta ahora disponible en nuestro idioma en una agotada edición de Electa fechada en el ya lejano 2008, y por la que he visto pedir más de trescientos euros (sic) en el mercado de segunda mano.
En este ensayo, que afortunadamente acaba de recuperar Blume con una nueva traducción de Carolina Bastida Serra, Brigitte Koyama-Richard repasa toda la historia del cómic nipón, desde sus raíces en la pintura del siglo VII, las primeras manifestaciones de la ilustración humorística o satírica en formato de rollo -muchas veces de autoría anónima- y la obra de artistas como Kawanabe Kyosai o el fundamental Katsushika Hokusai (sí, ese, el de La gran ola de Kanagawa), hasta el éxito contemporáneo de títulos como One Piece y Demon Slayer; pasando por el inevitable Osamu Tezuka o el no menos grande Shigeru Mizuki, una figura tan emblemática como el malogrado Jiro Taniguchi o el papel de personajes tan populares como Doraemon, Shin-chan o el Son Goku del Dragon Ball de Akira Toriyama. Pero lo más relevante del volumen es el acompañamiento gráfico que ilustra con todo lujo de detalles el texto de la divulgadora francesa, y que convierte a la presente obra en un deleite visual de principio a fin. Por ponerle un pequeño pero, seguro que achacable a la edición original gala: urge una actualización, que los mil años de manga se cumplieron hace ya unos cuantos.
Otra muestra de cómo ha calado la historieta del país del sol naciente, sobre todo entre los lectores más jóvenes, es que muchos niños y adolescentes aficionados al dibujo tratan de emular a sus mangakas favoritos imitando su peculiar estilo: de hecho, puedo dar fe de ello viendo los primeros pasos artísticos de algunos de mis alumnos de Secundaria. Precisamente para ellos está pensado Cómo dibujar manga, un conciso pero útil manual de Jolene Yeo y Shirley Tan (ambas de Collateral Damage Studios de Singapur) que incluye más de medio centenar de ejercicios detallados paso y paso y con los que se proporcionan herramientas para lograr convertirse en el autor de las obras que sucederán a Naruto, My Hero Academia o Tokyo Revengers como favoritas de los otakus del futuro: se empieza con asentar las bases para dibujar una figura humana, desde la constitución anatómica y la expresión de las emociones hasta la captura del dinamismo del movimiento; para luego continuar con algunos trucos que aplicar a la hora de retratar figuras tan habituales en el medio como el jugador de baloncesto, los ninjas, los cíborgs del ciberpunk (otras dos palabras ya admitidas por la RAE, mira por dónde), los caballeros vampiro, los robots gigantescos llamados mechas (esta no recogida, al menos en esta acepción) y otras criaturas animales o monstruosas. Un libro de lo más útil, en definitiva.
Y como supondrán, no voy a dejar pasar la ocasión de recomendarles un par de cómics propiamente dichos: para empezar, nada menos que un auténtico incunable como El manga de los 4 inmigrantes, obra fechada en 1931 pero rescatada en los años ochenta, y en la que su autor Henry (Yoshitaka) Kiyama se basó en sus propias vivencias como miembro de la comunidad de emigrantes japoneses afincados en la ciudad de San Francisco a comienzos del siglo XX. Concretamente, en esta obra seminal se narran las desventuras de los cuatro estudiantes protagonistas (uno de ellos, el propio Henry) a lo largo de más de medio centenar de capítulos de apenas dos páginas cada uno; y en los que el autor reflejó mediante el empleo de una estética cartoon algunos temas inevitables como el choque cultural, la segregación racial o el aperturismo de Japón al mundo occidental al mismo tiempo que, como quien no quiere la cosa, se adelantaba en varias décadas a los Justin Green, Robert Crumb, Harvey Pekar y demás popes del underground norteamericano que supuestamente asentaron los cimientos del género autobiográfico en el seno del noveno arte. Ni que decir tiene que se trata de un título indispensable, publicado por vez primera en nuestro país en 2015 pero que se recupera ahora en una segunda edición revisada cuando se cumple el centenario del fin de la época retratada en sus páginas.
Termino con mis recomendaciones de hoy con otro tomo autoconclusivo, este mucho más reciente: No soy un monstruo, cuyo subtítulo es de lo más revelador: "La historia de un chico gay". Estamos ante la historia de Takashi Arashiro, un estudiante acosado en el instituto por su orientación sexual y atormentado porque la atracción que siente por uno de sus profesores no es correspondida. Esto le provoca un fuerte deseo de ser otra persona, lo que le llevará a transformarse físicamente en una criatura abominable. Con esta curiosa premisa, el guionista y dibujante Kazuki Minamoto utiliza la experiencia personal de su protagonista para convertirlo en un catalizador de la expresión global del colectivo LGTBQ+. El resultado es una lectura muy recomendable a varios niveles, y que considero que debería estar en las bibliotecas de los institutos públicos de este y de cualquier otro país.
Y puesto que -como decía al comienzo de esta columna- los títulos recién publicados de gran interés son muy numerosos, la semana que viene volvemos con... más manga.
Mil años de manga, Cómo dibujar manga, El manga de los 4 inmigrantes y No soy un monstruo están editados por Blume, Kitsune Books, El Nadir y Distrito Manga respectivamente.