Abandonad toda esperanza

Muy perdida

Abandonad toda esperanza, salmo 539º
Este año apenas pude acudir a una de las tres jornadas de la promoción "La Fiesta del Cine", y aproveché la ocasión para ver la adaptación de un libro que no había leído (y que intuyo no leeré jamás) pero cuyo éxito masivo me intrigaba. Me refiero, claro, a La chica del tren, el best seller de Paula Hawkins que se ha encargado de llevar al cine Tate Taylor. Ambos creadores tienen en común el no haberme llamado la atención ni lo más mínimo hasta la fecha: hace nada me enteraba de que, antes del libro que la ha convertido en una celebridad de las letras actuales, esta escritora británica había publicado bajo el seudónimo de Amy Silver algunas muestras de un género que me interesa tan poco como el de la novela romántica. Por su parte, la película más atractiva de este actor reconvertido en realizador es Criadas y señoras, que pese a sus varias nominaciones al Oscar nunca me atrajo como para dedicarle dos horas y media de mi vida. Por supuesto, fue el éxito de crítica y público de aquella adaptación de otra novela de autoría femenina y protagonizada principalmente por mujeres el que le llevó a ser el elegido para dirigir la cinta que nos ocupa.

¿Y cuál es el veredicto? Pues básicamente, que la película de Tate Taylor no aburre pero se olvida en cuanto abandonas la sala oscura. Ahora bien, imagino que querrán un análisis un poco más concienzudo, así que haré un esfuerzo... Intuyo, aunque lógicamente no puedo saberlo a ciencia cierta, que se trata de una adaptación bastante fiel: primero, porque no hay necesidad de cabrear a millones de lectores satisfechos que estarán encantados de convertirse en otros tantos espectadores dispuestos a decir aquello de "Me ha gustado bastante, pero la novela es mucho mejor". Y segundo, porque sospecho que la película entretiene por las mismas razones que debió de conseguirlo el libro: en la medida en que es un relato excesivamente tramposo que juega con la fragmentación temporal y sobre todo con los vacíos en la memoria de la protagonista, una mujer alcohólica que sufre de delirium tremens; esos apagones que protagonizaban Blackout, un postre casero preparado a finales del siglo pasado por el chef Abel Ferrara tan olvidado, imperfecto e irritante como muy superior a este dulce de repostería industrial pensado para gustar a (casi) todo el mundo.

No obstante, soy de los que perdonan que una historia sea tramposa si con ello logra lo que se pretende. No así otros dos defectos de la película, a mi parecer estos sí imperdonables... Por una parte, se aprecia a la legua (y en esta ocasión se me antoja algo negativo que se note tanto) que la responsable del relato es una mujer: los personajes femeninos son complejos, inquietantes, repletos de aristas... o al menos intentan parecerlo. No solo la protagonista, a la que encarna una espléndida Emily Blunt (lo mejor del film con diferencia, y no me extrañaría que la nominaran al Oscar), sino también los roles interpretados por la sueca Rebecca Ferguson -el flamante descubrimiento de la última Misión imposible de Tom Cruise y compañía- y por Haley Bennett, a la que acabamos de ver en el remake de Los siete magníficos y a la que aquí le toca el personaje más turbio de la función. En cambio, los tres personajes masculinos principales son tópicos, meros títeres que parecen corresponderse con arquetípicas fantasías sexuales de autora y lectoras... y me temo que alguna influencia o contagio hay del caso de otra popular escritora inglesa: E. L. James y sus exitosas Cincuenta sombras de Grey. Por otra parte, y es algo que clama al cielo en un relato con estas intenciones: adiviné de entre todos los sospechosos posibles la identidad del asesino a mitad de la proyección; y les juro que soy de los que se dejan llevar por las intrigas policíacas sin plantearme demasiado el jugar a descubrir al villano antes de que lo hagan los personajes del relato.

Y si a estas alturas de la película -perdón, de la columna- piensan que les tengo manía a las escritoras de best sellers, paren el carro: como ya les dije en su día, Gillian Flynn me parece uno de los mejores escritores (sin relegarla a una categoría distinta de la de sus colegas masculinos) de thrillers de la actualidad; y su título más vendido (al menos en Estados Unidos, porque aquí no se le hizo el caso que merecía), titulado Gone Girl allí y Perdida aquí, se me antoja una de las mejores novelas (de misterio o no) de las últimas décadas. Pero mucho me temo que Hawkins no es Flynn, y desde luego Taylor no es David Fincher, que como también les dije en su día convirtió el libro de esta última en una obra maestra del cine del siglo XXI. La referencia, ojo, no es gratuita: La chica del tren también cuenta con otra gone girl o chica perdida en el centro del relato; pone de manifiesto varios temas, como el de la violencia de género o la institución del matrimonio, que estaban muy presentes en la novela de Flynn; y también propone una reflexión sobre la figura del narrador, en la medida en que su protagonista es una voyeur que espía desde el tren donde viaja un par de hogares cuya desconocida intimidad recrea a su antojo. Pero el alcance de su interpretación metatextual se queda en mantillas en comparación con la profundidad de la novela de Flynn, una autora que además sí sabe crear personajes masculinos creíbles y memorables. Con los femeninos, como la Camille Preaker de Heridas abiertas o la Amy Dunne de la misma Perdida, ya es que, directamente, se sale.

La chica del tren se proyecta en cines de toda España.

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