Nuestra Civil War
Abandonad toda esperanza, salmo 524º
Como ya sabrán muchos de ustedes, La 2 de Televisión Española emite de lunes a viernes el programa Historia de nuestro cine: un proyecto digno de todos los elogios que repasa la producción cinematográfica española desde los años 40 a esta parte con la emisión de una película diaria, previamente presentada al respetable por algún especialista, y con un coloquio el viernes por la noche que profundiza un poco más en los títulos vistos durante los últimos cinco días; títulos que siempre responden a un tema común conformando una suerte de monográfico semanal. Y dado que el pasado lunes se cumplían los ochenta años del inicio oficial de la Guerra Civil española, se decidió hacer coincidir con la efemérides la emisión de cinco películas sobre este episodio de nuestra historia reciente: El santuario no se rinde, Tierra de todos, Memorias del general Escobar, La vaquilla y La hora de los valientes (esta última, más el coloquio, se emiten el mismo día en el que se publica esta columna: advertidos quedan). Pero hete aquí que el primero de estos títulos, que pudo verse precisamente en la jornada de tan señalado día lunes 18, es uno de los títulos clave del cine de propaganda franquista: estrenado en 1949, una década después del fin de la contienda, y dirigido por Arturo Ruiz Castillo, el film cuenta con el protagonismo de Alfredo Mayo, el galán de mayor éxito en el cine de esa década y que ya protagonizara la inenarrable Raza escrita por el propio Franco. Mayo encarna aquí a un republicano arrepentido que acaba renegando de su bando y apuntándose al del enemigo, que en el episodio real que narra la cinta fue derrotado pero que, como todo el mundo sabe, acabaría siendo el vencedor de la guerra.
Por supuesto, la polémica se desató en las redes sociales dado que muchos vieron en la emisión de El santuario no se rinde por parte de TVE (que todavía sigue en manos del equipo de gobierno en funciones, recordemos) una provocación innecesaria y, lo que es peor, intencionada. No ayudó que la presentación del film, a cargo del crítico Carlos F. Heredero y la presentadora Elena S. Sánchez, resultara demasiado objetiva y de cierta tibieza, echando en falta algo más de compromiso al respecto. Por otro lado, también están los que defienden que la programación resulta bastante ecuánime (se emiten filmes de Berlanga y Mercero, nada sospechosos de ser afines al régimen); así como recuerdan que los lunes siempre se dedican al cine de los años 40, y a ver quién es el guapo que encuentra una producción de esa década que ponga en tela de juicio la actuación del ejército de Franco durante la guerra. Les reproduzco a continuación dos argumentaciones como ejemplo de ambas posturas, diametralmente opuestas, a cargo de historiadores y especialistas en el séptimo arte... Por su parte, Joaquín Vallet Rodrigo iniciaba el debate afirmando lo siguiente: "¿Obviamos por completo el cine de exaltación del régimen de los años cuarenta y hacemos como si no hubiera pasado nada? ¿No es mejor abordarlo en toda su amplitud y de manera analítica, no solo para conservar la memoria de una coyuntura atroz sino para observar los evidentes nexos con algunas de las situaciones que vivimos a día de hoy? Si empezamos a cuestionar e, incluso, denunciar la emisión de estas películas nos precipitamos hacia lo que, teóricamente, más odiamos". A este respecto, el veterano Esteve Riambau respondía: "Hay 364 días al año para proyectar cine franquista adecuadamente contextualizado, como es obligatorio hacerlo en Alemania con la propaganda nazi. El 18 de julio, en una cadena pública, se podría haber buscado algún título que no suscitara dudas sobre el necesario espíritu democrático desde el que hay que conmemorar aquella triste efemérides".
Por mi parte, qué quieren que les diga, y aun admitiendo que casi siempre es cierto eso de que nada es inocente, no creo que el asunto sea para tanto. Es más: considero que muy por encima de la precaución de no herir sensibilidades hay que anteponer la necesidad de recordar el pasado y aprender de cara al futuro (por no entrar en la necesidad de conocer nuestro patrimonio artístico y cultural, al margen de cualquier sesgo político). Por tanto, y para los que quieran documentarse al respecto, les recuerdo que una referencia inexcusable es La Guerra Civil Española, el libro que el hispanista británico Paul Preston le dedicara a este episodio histórico a finales de los años 70 y que ahora se recupera en una edición actualizada que incorpora los resultados de las posteriores (y muchas veces polémicas) investigaciones historiográficas, muchas de ellas impulsadas por la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ya saben, esos que son tan amigos del portavoz del gobierno Rafael Hernando). Una actualización la del libro de Preston que demuestra, de paso, que no solo quedan heridas por cerrar, sino también (y sobre todo) fosas comunes por abrir. Después de encontrarlas, claro.
A aquel que las cuatrocientas páginas del libro de Preston se le hagan cuesta arriba pero siga interesado en el asunto, dispone ahora de las doscientas y pico de la versión en cómic del mismo. Sí, han leído bien: un ensayo histórico como el que nos ocupa puede ser adaptado en viñetas, demostrando así la posibilidad de contar con la historieta como herramienta de consulta y documentación. Ojo: no es la primera vez que la novela gráfica se acerca a nuestra Guerra Civil, y ahora mismo me acuerdo de 36-39: Malos tiempos del maestro Carlos Giménez, El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, Los surcos del azar de Paco Roca o la "Trilogía del Doctor Uriel" de Sento Llobell; pero sí es la primera ocasión en que se pretende dar una visión completa y documentada del mismo, tanto como la que proporciona el libro en el que se basa, mediante el lenguaje del cómic. El reto lo ha asumido José Pablo García, un guionista y dibujante malagueño que pese a su juventud (nació en 1982) parece particularmente interesado en la memoria colectiva de nuestro país: su anterior (y soberbia) novela gráfica fue un relato biográfico de Joselito, "el pequeño ruiseñor", con el que homenajeaba a todos los estilos y escuelas del noveno arte habidos y por haber. Aquí deja a un lado aquel, por otra parte deslumbrante, exhibicionismo formal y se centra en una narración descriptiva y clara que resulte comprensible para cualquiera, tenga o no información previa sobre el asunto tratado. En resumidas cuentas: un trabajo monumental y encomiable, que quizá sirva para que aquellos aficionados al cómic que cuando oyen hablar de "guerra civil" solo son capaces de pensar en la Civil War de Marvel sepan algo más de lo que les tocó vivir a sus abuelos y sus bisabuelos.
Termino hoy con una última recomendación, que como la anterior también aúna literatura y arte gráfico al hilo de la Guerra Civil española: en 1938, dos años antes de dedicar a este conflicto una de sus novelas más contundentes, Por quién doblan las campanas, el escritor Ernest Hemingway -que ejercía de reportero en nuestro país- demostraba con su brevísimo cuento El viejo del puente que tenía más que suficiente con apenas un par de párrafos y un breve diálogo para reflejar el sinsentido de la guerra. Ahora se recupera esta narración en un precioso volumen que incluye también una suerte de relato fotográfico a cargo del ilustrador mallorquín Pere Ginard, así como un epílogo redactado por otro hispanista de pro: Ian Gibson. El resultado es una pequeña pieza de orfebrería que promueve la reflexión no desde el rigor histórico y la documentación exhaustiva, como en el caso de Preston y García, sino desde la pincelada lírica, tan breve como precisa.
La Guerra Civil española, libro y cómic, están editados por Debate; El viejo del puente está editado por Libros del Zorro Rojo.