Literatura

«Omisiones y esperanzas» (Concurso de Relatos Breves San Valentín 2013)

Le escribía Rafael por e-mail la historia de Penélope, la esposa de Ulises de la mítica obra de la Odisea, de Homero. Le contaba qué bella historia de amor la de aquella mujer que esperó veinte años el regreso de su marido y que a todos los pretendientes que la cortejaban, por la larga ausencia del rey de Ítaca, les daba largas con inteligencia y astucia, pues prometía a los aspirantes esposarse con ellos cuando acabara el tejido que artesanalmente elaboraba, bordándolo de día para deshacerlo de noche; tantos días con otras tantas noches hasta la vuelta del guerrero de la guerra de Troya. Y acababa el correo manifestando a Lucrecia que esa misma lealtad y fidelidad era la que a ella le profesaba, a esa argentina ausente y desconocida.
“Penélope poseía el arte de la paciencia”, le comentaba Rafael; pero Gabriela le contestó que la paciencia no es ningún arte, pues dejar pasar el tiempo es un trato con la resignación. Ella, al contrario, afirmaba tener el arte de la impaciencia y estaba dispuesta a demostrárselo en un viaje desde Buenos Aires a Madrid, en vísperas de San Valentín. Qué mejor ocasión para encontrarse y conocerse de tú a tú, cara a cara y sin despegarse las miradas entre ellos. Qué día iba a resultar más idóneo para cumplir sus sueños retenidos y casi utópicos que ese especial día de los enamorados.

Es ahora el momento de explicar que Rafael y Gabriela se conocieron por Internet, esa ventana universal que conecta rincones de todo el mundo y la gente busca amigos. Los dos personajes pretendían encontrar esa media naranja perdida en algún eslabón y, cansados de vidas sufridoras y con escasas alegrías, decidieron dar ese paso a la aventura informática para darse una alegría al alma y soñar con horizontes nuevos y cálidos de esperanzas. Mas es verdad que en estos menesteres casi nada de lo que aparenta es real y, como la mayoría de los usuarios navegadores, falsean la información, ocultan los defectos, magnifican sus virtudes y ofertan una carta de presentación virtual y casi idílica; porque además el Photoshop hace milagros en los protocolos para crear imágenes dignas e irrechazables.

Él, sin embargo, la advirtió con mil excusas, como que el viaje a España era caro, que podían esperar, que hacía frío y que su apartamento todavía no estaba en condiciones. Pero Gabriela insistía en que nada podía impedir su vuelo para cruzar el charco, que había ahorrado lo suficiente y que estaba deseosa de conocer al amor de su vida. Si ella estaba viuda y Rafael muchos años separado, ¿qué razones había para no dejarlo todo y abrazarse a ese futuro tan prometedor?

El caso es que la porteña, con los visados en regla y su economía preparada aterriza en Barajas poco antes de la media noche del día trece de febrero. Cuarenta minutos después asoma su figura por la zona de llegadas y allí estaba Rafael, con su nombre escrito en la cartulina blanca. Él con la mirada la busca y ella recorriendo con la suya a la multitud que espera, tratando de divisar a ese hombre de sus amores que tantas cosas bonitas le dijo por esos correos electrónicos de Dios.

Se acercó ella a Rafael, pues el madrileño no la reconoció. “¿Eres Rafael, eres tú?” preguntó la argentina. “Sí. ¿Tú no serás Gabriela?”. Se habían confesado un puñado de años de menos, se habían presentado como apasionados amantes y se habían imaginado otros cuerpos, otras voces, otras almas.

A Rafael le falta una pierna, dice que se la dejó en una cuneta tras un accidente de coche, a Gabriela le faltaba un brazo, amputado en un quirófano. Ninguno lo sabía. Rafael tiene ochenta años, Gabriela 73. Los dos lo ignoraban. Él no la reconoció, ella lo confundió. Después de algunos apuros y de besarse en las mejillas Rafael le dijo: “Tengo el taxi esperando. No te dejaré volver, pero quiero que sepas que no pienso viajar a Buenos Aires andando”. Gabriela le dijo: “Y yo no pienso regresar a nado. ¿Nos damos una oportunidad?”.

Y ese día después, el de San Valentín, dos seres que se conocieron por una ventana pasaron su primer día juntos. Hace tres años de esta historia y ayer les vi, cogidos de la mano, protegiéndose del viento y dándose las gracias con una agradecida mirada. Ayer les vi y ayer me emocioné.

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