Testimonios dados en situaciones inestables

Pablo y Pedro, 64 y 64 años

P. - Estaba sieeeeempre preocupado [tos aparentemente alarmante, pero con flecos de falsedad] por las enfermedades y el dolor y el envejecer, y todas esas cuestiones de la salud y los virus, y los riesgos profilácticos en la manipulación de toda clase de objetos, animales y personas, como si la tierra estuviera recubierto de una capa de mugre imposible de separar; cosa cierta por otro lado, pero a la que nadie con instinto de supervivencia mental le dedicaría la porción más grande de su estadístico quesito de ocio.
P. – Sería neurasténico.
P. – O pelmazo. Se quejaaaaaba todo el tiempo de la temperatura [tos residual, con silbidos aflautados, apropiada para desalojar visitas inoportunas], de la humedad, del nivel de polen, de las corrientes de aire en las salas de espera de los profesionales privados del sector de la salud (entiéndase cirujanos plásticos, ortopedistas, masajistas, curanderos, consultas naturistas, peluquerías, centros de tratamientos orientales, spa, y en general todos aquellos lugares donde uno espera con temor, pero también con angustiosa esperanza, un pequeño milagro, una incomprensible solución para males que quizá no son de este mundo), del embaucador pero artificial aroma de los detergentes, de la inoperancia y sospechosa neutralidad hipoalérgica de los jabones líquidos en los aseos de los hipermercados, de las modas de colores ácidos y supuestamente divertidos en todo tipo de productos ambientadores y recreativos, de las leyes que regulan las normas de salubridad de las estaciones de servicio en carreteras secundarias interiores (esos lugares, junto con las discotecas cerrando al amanecer, flotando siempre en una agria fermentación anímica).
P. – Sin duda era, o estaba, neurasténico.
P. – O diftérico, porque se pasaba toooodo el día rascándose y tirándose de las orejas y contorsionando la garganta con muecas de sufrimiento y desesperación [tos convulsa y estrepitosa cercana al colapso, pero que después de una pausa agónica se libera con una inspiración ronca y sostenida]. Pero lo más anecdótico (entendido como relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento, y no como suceso circunstancial o irrelevante) de todo el asunto, es que estaba sano como una manzana. Cuando derribaron la puerta de su piso en Paseo Chapí, lo encontraron inmóvil en su sillón, rodeado de velas y santos y pósters de telepredicadores sudamericanos, y los bomberos afirmaban que parecía la incorrupta imagen de un ser divino ungido con la gracia de la eterna lozanía.
P. – Típico de los neurasténicos: hacer lo que sea para llamar la atención.
P. – El Forense no lo podía creer. Después de examinarlo detenidamente, concluyó que no había ninguna causa para que hubiera muerto. Parecía, añadió, que se había ido de este mundo [tos sincera, pero a saber] por llevar la contraria a su excesiva salud.
P. – Neurasténico, y además cabezota. De Villena tenía que ser.

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