Testimonios dados en situaciones inestables

Pero lo frecuente es que los superpoderes posean al héroe, y no al contrario

Casi todo el mundo, cuando llega a mi edad, tiene miedo a ir olvidando lo que ha sido su vida, a que su mente vaya quedando en penumbra y los recuerdos se vuelvan confusos y extraños debido a una enfermedad o a un simple deterioro de las facultades. Yo, en cambio, siento pánico y cansancio y rabia porque todavía lo recuerdo todo, hasta el último detalle. [Está sentado en un sillón individual mirando la enorme y vacía pared blanca que hay frente a él.]
Padezco de hipermnesia, un trastorno de la memoria que consiste en que toda tu vida, momento a momento, sigue grabada en tu mente. Sin esfuerzo, soy capaz de recordar detalles insignificantes de hace sesenta, setenta años, como la caprichosa forma en que caía la melena sobre el hombro de la niña de la tienda que había en la esquina de mi calle, justo cuando me dio el primer beso de mi vida. Pero también la bofetada de mi padre porque no quise comer un plato de lentejas el 5 de noviembre de 1932. [Durante unos segundos permanece callado e inmóvil, mirando la pared vacía.]

A algunos les parece extraordinaria esta habilidad. Lo ven como un superpoder. Pero la realidad es que lo frecuente es que los superpoderes posean al héroe, y no al contrario. En este caso, posee toda mi vida como un exasperante documental en tiempo real y alta resolución de National Geographic, un documental que, hasta hace doce años, iba emponzoñando todo mi yo hasta convertirlo en una bola llameante de infinitos reproches y arrepentimientos y flaquezas e imposibles alternativas, un fuego interior e incontrolable que me quemaba con el doble de tragedia que si lo hubiera olvidado todo; en ese caso, al menos, habría tenido el consuelo del sedante abandonado de no ser nada. [Inmóvil frente a la pared, sin mirar a la entrevistadora que le observa de perfil, parece exhalar un cierto aire de victoria.]

Y digo hasta hace doce años porque fue entonces cuando puse en marcha mi programa para convertir esta condena en un proceso asumible. Hasta ese momento los recuerdos me asaltaban de forma aleatoria y caprichosa, constantemente. Con setenta años estaba al borde de la locura, pero afortunadamente tuve una intuición salvadora. Vislumbré cómo frenar las dos principales fuentes de mi infelicidad: la creación de nuevos recuerdos y la persistente agresión de estos mezclados con todos los anteriores.

Descubrí que si me concentraba, era capaz de recordar exactamente un día cualquiera del pasado, para lo que empleaba igualmente un día entero, de modo que al hacerlo anulaba la posibilidad de crear recuerdos nuevos durante un día completo. Me senté frente a esta pared blanca y empecé por el primero de todos, y luego el siguiente, y así ordenadamente. Desde hace doce años no hay casi nada nuevo que recordar (salvo su visita de hoy, ay, pero que mi mente debería repetir dentro de setenta años). Siempre como lo mismo y a las mismas horas. Cada jornada repito cada paso invariablemente. [Se calla un instante en lo que parece un momento de paz para él.] Precisamente hoy estaba reviviendo aquel primer beso de la niña de la tienda de la esquina, y a la que seguí besando durante cincuenta y ocho años, hasta que murió a mi lado un día de tormenta; pero, afortunadamente, no creo que viva suficiente tiempo para llegar a ese recuerdo.

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