Cartas al Director

Pinto, pinto, gorgorito

Si usted se da una vuelta por la estación de RENFE de Villena y accede desde el andén 1 al 2 a través del paso subterráneo, si es una persona curiosa y admira el “arte” podrá observar la gama de pintadas que allí se expone. Las paredes muestran las habilidades de los ensuciadores de turno sin ningún reparo. No importa que se limpie una y otra vez el subterráneo, los emboscados del spray arremeten de nuevo y nos dejan su firma en forma de pintada. Es algo así como las nuevas pinturas rupestres del siglo XXI pero sin el “glamour” y la intensidad de las auténticas. Y además, sin bisontes.
Hay que decir que lo anteriormente relatado de la RENFE no es más que la antología del disparate que supone ver emborronadas las paredes por doquier. No hablo aquí del graffiti realmente artístico y que logra atraparnos por sus formas y colores; no me refiero a aquellos otros murales que, estupendamente, desafían la vista con vueltas y formas casi imposibles fruto de un estudio y un trabajo. No. Me estoy refiriendo al cutre y odioso letrero casi ilegible, molesto, inidentificable, sin sentido, contaminante –sí he dicho bien, contaminante, en cuanto que ensucia--, grosero y, las más de las veces, exhibición de pobreza cultural e incivismo.

Seguimos de paseo por la ciudad. Encontramos fuentes, contenedores de basura, vidrio y papel, bancos del jardín, monumentos, farolas, paredes de colegios, tapias de todo signo, puertas metálicas, paredes de diversa clasificación y textura… ¡manchados! Es realmente ofensivo que una pared, inmaculada, brillante y lisa se vea asaltada casi inmediatamente por el comando del spray. Perdónenme, pero la pared blanca es como esos jovenzuelos que provocan a ciertos obispos con su sola presencia. Al final resulta que la culpable de la pintada es la propia pared por ser tan blanca. ¡Acabáramos! Y es que el ensuciador no se puede reprimir, no puede soportar que al lado de su casa o en la otra punta del barrio haya un trozo de lo que sea sin mancha. ¡Al ataque!

Hace años, en la época de la Transición –años 70 del siglo pasado-- el asunto de la pintada se circunscribía al tema político-social. En esos tiempos y otros anteriores, la pared era el papel en que los descontentos del régimen político escribían su proclama, su grito, su protesta, con el ánimo de que tuviera el eco que la censura les impedía. Digamos que, en esos casos, había un afán de denuncia, aunque obviamente a quien le pintaban en la pared de su casa no le haría ninguna gracia ese tipo de “libertad de expresión”. Los huelguistas del famoso Mayo francés escribían aquello de “Imaginación al poder” o “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, por citar algún ejemplo conocido. Hoy, lamentablemente, a ningún manchador de paredes se le pasa por la mente semejantes proclamas libertarias. Es otro mundo. Quizás el mayor argumento actual sea ensuciar, simplemente, tristemente.

Vayamos a las medidas a adoptar en caso de que las autoridades pillen “in fraganti” al “artista”. Evidentemente, dichas disposiciones serían fruto del consenso y buena armonía que actualmente reina en el Ayuntamiento. Propongo que el “falso graffitero” se entrene en el comedor de su casa, o en la salita o mejor en el pasillo, entre cuadro y cuadro. Que su obra sea estudiada en profundidad por los miembros de su familia, que la discutan, que vean si tiene posibilidades de decorar las tapias de la futura plaza de toros o del AVE cuando pare en Villena. En caso de que no, aquí acaba el problema. Pero si el provocador se adentra por esas calles de Dios y, spray en mano, es capaz de insultarnos con su bazofia, propongo que se le multe con trabajo a beneficio de la colectividad. Un suponer: acompañar a los pintores del Ayuntamiento un mes, una hora diaria, ayudando a encalar, por ejemplo, el Pabellón Festero o las tapias del cementerio. Si con esta medida no se consigue nada, entonces pasaríamos a requisar el material del delito, con obligación de leerse la vida y obras de Velázquez, Van Gogh y Picasso (incluiríamos diapositivas).

Manchadores, ¡aprended! Cuando el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, en su mandato, visitó España, aparecieron por varias ciudades de nuestro país diversas pintadas aludiendo al ilustre personaje. Sin lugar a dudas, la mejor de todas, con diferencia, se la llevó una que apareció en Albacete y que decía: “RIGAN, BESTE A LA MIERDA”.

No sé a ustedes, pero a mí me parece insuperable.

Fdo: Francisco Tomás Díaz

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