Por qué reescribir los clásicos
Abandonad toda esperanza, salmo 403º
Ya lo decía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos: un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir. Un buen ejemplo es Don Quijote: palabras mayores, las de don Miguel de Cervantes Saavedra, que se han visto reescritas innumerables veces desde época bien temprana, con aquella segunda parte apócrifa de Avellaneda que impulsó al autor de la obra original a continuarla él mismo. El noveno arte no ha permanecido ajeno al embrujo de la obra que inauguró el género de la novela moderna, desde adaptaciones de carácter divulgativo a aquel volumen colectivo que se tituló Lanza en astillero; incluso Mortadelo y Filemón cuentan con su propia versión del clásico. La última obra en sumarse a esta larga nómina es una verdadera joya firmada por Flix, autor que entiende que la fidelidad sería aquí unos grilletes que impedirían culminar su peculiar hazaña. Para ello convierte a la manchega Toboso en la germana Tobosow y a Alonso Quijano en un anciano que muestra síntomas de demencia senil y que se resiste a que instalen un parque de molinos eólicos en sus terrenos. Junto a él viajará su nieto, fascinado por Batman y al que la lectura de cómics ha convertido en un Sancho Panza tan fantasioso como el caballero al que acompaña. A partir de esta transposición, y en un relato repleto de homenajes a las muchas versiones del original, Flix nos ofrece una novela gráfica inspiradora, donde la frontera entre realidad y ficción se diluye ante los maravillados ojos de los protagonistas y el lector. En definitiva, una auténtica delicia que desde el diseño de su cubierta nos guiña un ojo trayendo a nuestra memoria la colección de clásicos españoles de la editorial Cátedra.
Si Flix se atreve a llevarse a don Quijote a Alemania, el guionista Sergio Colomino y el dibujante Jordi Palomé osan traer a España al detective más famoso de todos los tiempos en Sherlock Holmes y la conspiración de Barcelona, un álbum muy bien escrito y prodigiosamente ilustrado que, haciendo suya la técnica de buena parte de la novela histórica que copa los primeros puestos de las listas de ventas, aúna investigación sobre hechos verídicos (como la bomba que explotó en el Teatro del Liceu en 1893) con el sano ejercicio de la ficción literaria. El resultado de este atrevimiento es un relato que se inscribe sin problemas en el llamado canon holmesiano, durante los años que se creyó muerto al personaje tras enfrentarse a su enemigo el profesor Moriarty, y antes de que Arthur Conan Doyle se viese obligado a resucitarlo ante las peticiones de un público enfervorizado. Un álbum estupendo, en resumidas cuentas.
Lejos de ser como los anteriores una adaptación libre o un pastiche, Una metamorfosis iraní utiliza como excusa la obra más popular de Franz Kafka para homenajear otros títulos del escritor como El castillo o El proceso; aquellos cuya denuncia de la irracionalidad que domina buena parte de nuestro sistema social acabaron gestando un adjetivo nuevo: kafkiano. Mana Neyestani, un ilustrador satírico reconvertido en autor de dibujos infantiles por imposición del régimen, relata el via crucis sufrido cuando una ilustración suya origina un malentendido y provoca una serie de revueltas callejeras, lo que le llevará a acabar con sus huesos en la cárcel. Relato espeluznante a pesar del humor que imprime en algunos pasajes, no servirá como herramienta divulgativa de las obras originales de Kafka (para eso mejor recurramos a las adaptaciones firmadas por Peter Kuper o el gran Robert Crumb), pero sí para dar a conocer a un autor a seguir. Eso sí lo comparte con los otros dos cómics comentados.
Don Quijote, Sherlock Holmes y la conspiración de Barcelona y Una metamorfosis iraní están editados por Dibbuks, Norma y La Cúpula respectivamente.