Cultura

Preámbulo de Carnaval (I)

Anteayer escuché hablar sobre el Carnaval. Dos hombres de pelo cano, en la barra de un bar cualquiera, intentaban averiguar qué fin de semana caería este año el Carnaval. Cuarenta días antes de Pascua, decía uno. ¿Y cuándo caen las pascuas? Decía el otro. Cuarenta días después de Carnaval, redondeaba el otro.
Mientras, yo apropiándome del periódico del uno pensé lo que no dije al otro: “me fastidia que quienes no seguimos la lógica de la Iglesia tengamos que estar cada año en este desconcierto de fechas que para más Inri incluyen el calendario vacacional”. No lo pensé tan “educadamente” pero tampoco lo dije, como tampoco hablo nunca del incordio que nos supone a muchos ánimos villeneros tomar obligatoriamente una semana de vacaciones a principios de septiembre.

Me alegró en cambio oír que hablaban del Carnaval. Como cada año, por si se nos había olvidado, se recordará aquí y allá aquello de Doña Cuaresma y Don Carnal. La historieta que cuenta la victoria del ayuno, de la abstinencia, sobre el disfrute de la carne (excusa muchas veces para aquello del carpe diem).

La historia del Arte Escénico nos ofrece sin embargo un sentido que muestra etimológicamente la procedencia del Carnaval. El hecho se remonta al siglo en que todo cambió en el mundo occidental, cuando el llamado Renacimiento dejó atrás las ideas que durante siglos configuraron la Edad Media. Fue en este periodo cuando la práctica teatral que había sido prohibida tras la caída del Imperio Romano volvió a aparecer furtivamente. Comenzaron a representarse algunas escenas bíblicas dentro de las iglesias. Al principio no había personajes, se trataba más bien de una escenificación de los textos que el sacerdote iba narrando. Éste germen evolucionaría hasta un diálogo donde el sacerdote fue adoptando el papel de Jesucristo mientras que los figurantes se iban transformando en un coro que respondía con algunas frases durante la historia.

La teatralidad fue creciendo con el paso del tiempo, fueron apareciendo más personajes y se añadieron nuevas historias. Los misterios, como ese magnífico ejemplo que tenemos en Elche, supusieron un nuevo avance en un proceso que una vez alcanzado su punto máximo comenzó a pervertirse. Las aportaciones que llegaban desde el pueblo llano fueron añadiendo elementos cómicos y obscenos a los autos y los misterios hasta el punto que la jerarquía eclesiástica ordenó realizar las representaciones fuera de las iglesias. Hasta entonces, al realizar las acciones dentro de las iglesias, para mostrar los diferentes espacios donde transcurrían las historias optaron por presentar un espacio múltiple, tal y como continúan mostrándolo los belenes actuales: en un mismo espacio, recinto, podemos ver a José y María huyendo de Egipto, pidiendo posada en Belén y recibiendo a los Reyes Magos en el pesebre.

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