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En la fiesta, al igual que en la vida, cuando el gozo acompaña algún momento, es casi imprescindible y muy recomendable ampliar conocimientos y experiencias en torno al foco de satisfacción, para así poder degustar desde todos sus frentes las sensaciones y experiencias de lo nuevo.
Y en esa harina me metí el pasado año y con la peineta bien alta, con mi traje de faralaes radiante e inquieto por ver la Corredera, con los nervios a flor de piel y el orgullo de pertenecer en cuerpo y alma a nuestros días grandes, desfilé con mi comparsa del alma, de niñez y recuerdos, arropada por el nombre de “Calesas”. Dos años duraron los preparativos, muchos meses de reuniones nocturnas, días laborables o festivos, dos años de ilusiones depositadas en pos de un dibujo que luego cobró vida, 24 meses de disputas entre 12 que se hacen difíciles de encauzar. Fueron muchas las palabras, las horas invertidas escuchando pasodobles, mirando zapatos, estableciendo preferencias de peluquería y maquillaje, y cómo no, rozando el desespero y con la toalla preparada para su lanzamiento; pero llegó el día 5, y allí estábamos, con nuestro radiante clavel al pecho, dispuestas a sumergirnos, cual éxtasis, en un disfrute festero que roza, para las enamoradas como yo, la extenuación de placer al finalizar los desfiles cada uno de los días que pudimos disfrutar de esa experiencia, que después dejó en el camino a alguna de nosotras y la duda para otras, yo entre ellas, sobre si volver a vivirla o perpetuar en el tiempo su grandeza.

Pero el cómputo final, habida cuenta de todos los aspectos y circunstancias que concurrieron en el conjunto de nuestra actuación, fue el sentir el atronador aplauso del público de Villena, poco dadivoso en este aspecto, el ser fotografiadas con gentes foráneas y propias que, para nuestro asombro, querían tener una instantánea con nosotras. Fueron las muchas felicitaciones que recibimos, muchos los olés, las lágrimas de emoción en las caras, los muchos piropos, las exclamaciones de sorpresa que nuestro innovador diseño despertó y el que la gente saliese a vernos en directo después de vernos por televisión, y fue mucho el enojo ante las felicitaciones que nos llegaron cuando, tras la entrega de los premios de la Junta Central a la mejor escuadra especial pensaban en nosotras como ganadoras.

Pero chocamos con Villena y con su caciquil modo de puntuar, que perpetua en el cargo de jurado año tras año a las mismas persona elegidas por las diferentes comparsas, que buscan al amigo que pueda cubrir el expediente con la Junta Central, repetidos jurados con sus preferencias establecidas y que cual letanía, pasando por alto los estatutos que regulan tales galardones, que recomiendan votar al diseño y al color, la innovación en el vestir, la originalidad en la música y el gallardo desfilar, hacen que sean copias los nombres de cabos, escuadras o comparsas que se leen desde el balcón festero. Por supuesto no ganamos, no entrábamos en las apuestas de los empresarios de la fiesta que necesitan que su traje sea premiado para venderlo mejor, ni contamos con la interés de los comentarios que por televisión realizaba un “experto” festero al que hay que llevar tu nombre por escrito a la redacción, de lo contrario no existes.

No ganamos y cada nueva enhorabuena equivocada hacia crecer la sensación de rabia y de injusto resultado que solo se entiende días después, cuando el ardor se apaga y con la mente fría ves claramente cómo jurado y público hablan lenguajes diferentes y miran de forma distinta evidenciando la urgente necesidad de cambio en este acto festero que despide nuestras fiestas y –creo¬– es único en el mundo festero. Y lo digo abiertamente y sin remilgos: nosotras nos llevamos el premio del público de Villena, de esos que no votan pero miran, y te dicen que se han erizado a tu paso, y que ya era hora de que alguien le diese un giro al diseño, y hoy sé, porque lo viví en propias carnes, que ese reconocimiento no deja de ser el consuelo que se invoca cuando has salido derrotado y buscas ungüento para el amargo momento.

Por eso hoy, un año después, olvidado todo lo negativo y conservado solamente lo que queda escrito en el recuerdo, solo me pesa el daño a mis fiestas. Sí, lo siento por Villena, porque el trabajo de tanta gente, las ilusiones de tantos días, los malos momento apuntalados solo por la ilusión del día 5, el esfuerzo económico y el personal, no se ven reconocidos oficialmente, y los premios, como parte de nuestro días grandes, son apreciados y dolidos de igual modo, y merecen mejores voces, voces que sean las de cualquier persona que ocupe una silla y pueda puntuar lo que ve sin prejuicios, sólo guiado por su emociones.

Isabel Micó Forte

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