Primer aviso
La caótica situación generada esta semana por la huelga de transportistas no ha hecho más que poner de manifiesto que el sistema económico en el que vivimos está asentado sobre un polvorín que un día acabará explotando.
Más allá de la discusión sobre las causas de este problema resulta gracioso leer a quienes culpan al gobierno de la situación y en cambio no mencionan problemas como el aumento de la demanda (India, China) o la reducción de la oferta (Irak), y también más allá del tan interesante debate sobre las soluciones si el gobierno cede a las pretensiones de los transportistas, ¿qué colectivos serán los próximos en paralizar España, los constructores, los autónomos, la Asociación de Afectados por el Euribor
?, lo que subyace es un problema de fondo mucho más complejo ante el que convendría detenerse a reflexionar, entre otras cosas porque nos va el futuro en ello.
Este primer aviso, apenas una anécdota, ha servido para demostrar lo que puede llegar a generar una subida pronunciada del precio del petróleo: problemas sociales, desabastecimiento, psicosis colectiva y unas escenas más propias de la España (y la Europa) de posguerra que de la de comienzos del siglo XXI. El problema reside en que el petróleo, y no será que no estamos avisados, no va a durar eternamente (más bien al contrario, según coinciden en señalar expertos e investigadores), por lo que resulta un auténtico suicidio colectivo seguir apostando por él como base de nuestra economía y motor de nuestro consumista modo de vida.
Es responsabilidad de los grandes gobernantes apostar por fuentes de energía alternativas que nos permitan seguir produciendo como hasta ahora sin depender del oro negro, así como promover el uso de los transportes públicos a gran escala. También es responsabilidad de nuestros gobernantes más cercanos impulsar a escala local y regional el transporte público y dedicar los esfuerzos que sean necesarios a concienciar a la población en el ahorro de recursos y la puesta en práctica de modos de vida más saludables y sostenibles. Y antes que nada, es nuestra responsabilidad individual como ciudadanos ser conscientes de que con nuestra forma de actuar nos estamos dirigiendo hacia el abismo, por lo que resulta necesario un cambio de mentalidad por parte de todos y, en consecuencia, la puesta en práctica de conductas menos perjudiciales y nocivas para todos. ¿Qué tal si empezamos olvidando el uso de las bolsas de plástico para cualquier tontería que compremos o dejamos de coger el coche para dirigirnos tres manzanas más allá?