Fuego de virutas

Principio y fin de la soledad

Hace más de un año que asistimos a la presentación del poemario "Principio y fin de la soledad" de Ada Soriano. Es hora que atendamos estos versos que nos emocionaron. Versos que nos traen, desinhibida, a la autora. En una confiada entrega total. Literatura hecha carne. "Poemario intenso"—escribe acertado Gregorio Canales en la presentación.

No es la primera vez que hablamos de Ada Soriano poeta. A pesar de la reivindicación justificada y convincente del término poetisa para Ada Soriano que, estimando su calidad literaria, hace Antonio Enrique en el prólogo, prólogo que vale la pena leer, nosotros, precisamente apreciando la calidad de Ada, eludiremos lo de poetisa. Son prejuicios derivados de nuestra fobia a las íes tónicas y de la memoria de una experiencia en la infancia cuando visitándonos en el colegio una "poetisa" sólo supimos ripios, rimas risibles que, todavía a principios de los setenta, destilaban un efluvio delirante más propio de Juegos Florales de posguerra. Aquella, nos pareció ganchillera de versos, tricotosa de palabras cursis tan almibaradas como ridículas, empeñadas por la tiranía de una rima chabacana. Nada que ver con la Gloria Fuertes que nos embelesaba en la escasa televisión. Nada que ver con estos versos de Ada Soriano. Por ello, a pesar de las excelentes razones de Antonio Enrique, no puedo escribir poetisa cuando escribo Ada Soriano, sino poeta. Lo dicho, son prejuicios.

"Principio y fin de la soledad" es como percibe José Aledo Sarabia realizando la portada, buen conocedor de Ada y de su poesía, como un espejo enorme de luna llena donde se mira un ser poeta para dársenos en plenitud. Mujer aupada al universo, descalza, con ropa leve, vestida de aire y trenzas, con la sola compañía de un gato azul y un pájaro que en el libro serán versos. Y alrededor estrellas. Muchas estrellas. Justificando el título, arranca el poemario con una cita de Carlos Castillo del Pino sobre la soledad; estancia por un lado necesaria; por otro, precisando a los otros, precisando de los otros, atosigante. Soledad necesaria, soledad dolorosa... "Vivo –dicen que dijo Einstein ya mayor– en esa soledad que es dolorosa en la juventud, pero que resulta deliciosa en la madurez". Soledad que nos tienta, soledad que nos mata. Entre los poetas preferidos de Einstein estaba Rilke. Margot, hijastra por parte de su segunda esposa, le leía fragmentos seleccionados del poeta de Praga, poeta de la soledad reivindicada como fecunda para el amor, fecunda para la creación.

No sé hasta qué punto los versos de "Principio y fin..." nacen en la soledad querida o abominada de Ada Soriano. La poeta no elude la paradoja. No somos uniformes en nuestros sentires y, dándosenos la creadora como se nos da, lo mismo apreciamos gozo que intuimos dolor. El primer poema, poema en dos partes que da título al libro, es ya un eco de misterios. De repente nos introduce en el intenso ser poético de Ada Soriano. No hay gradación, no hay preámbulo, es umbral y trampolín –o precipicio– instantáneos hacia la dulzura de las palabras selectas, palabras respiradas: "Respiro palabras para protegerme (...)" —escribe Ada. Palabras que por ser vida, dan vida.

Resulta difícil recomendar un poema concreto. En el poemario suenan con excelencia múltiples temáticas y recursos poetizando lo urbano, la solidaridad vivida frente a frente denunciando hipocresías, la antropología del cáñamo y la vejez –con qué belleza empieza "Senectud": "Entre cañas y bellos jaramagos / se halla tu casa (...)"–, la necesidad de asirse a aquellas arquitecturas o, perdidas éstas, a la memoria para traer a los nuestros, la autoafirmación, el mar, el escribir... El escribir sangrándose.

(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba