Abandonad toda esperanza

¡Qué bonita es la guerra!

Abandonad toda esperanza, salmo 575º
Eso mismo decía uno de los personajes de la famosa obra teatral de Eugène Ionesco La cantante calva, entre otras muchas aseveraciones provocativas muy del gusto de uno de los padres del teatro del absurdo. Y en esa aparente contradicción radica uno de los principales dilemas morales a los que han tenido que enfrentarse los realizadores de películas bélicas desde que el cine es cine: si es ético -y no solo estético- mostrar en la gran pantalla y por tanto sublimar una de las grandes lacras de la historia de la humanidad aunque el objetivo principal sea el de denunciarla o ponerla en entredicho, no digamos ya si el propósito es proporcionar entretenimiento puro y duro. Por mi parte, no le veo mayor problema al asunto, e incluso me permito enmendarle la plana a François Truffaut, quien dijo que toda película bélica acaba siendo un discurso a favor de la guerra (quizás por eso el director de Los 400 golpes no rodó ninguna, y en filmes como El diario íntimo de Adèle H. o El último metro la guerra queda en segundo plano). Muy al contrario, creo que cualquier película bélica -o al menos, lo que yo entiendo por una película bélica, que esa es otra- ha de ser por fuerza antibélica si muestra aunque sea tan solo una parte infinitesimal del horror que supone cualquier conflicto armado de grandes proporciones. A las pruebas me remito: Adiós a las armas, Senderos de gloria, El cazador, Apocalypse Now, La delgada línea roja, En tierra hostil, la reciente Hasta el último hombre... ¿Se les ocurre alguna cinta bélica que glorifique el casus belli? Y no me salgan con las del John Rambo interpretado por Stallone o las del Braddock encarnado por Chuck Norris, porque eso son -al margen de consideraciones particulares a propósito de su calidad- películas de acción más que otra cosa.

Espero disculpen que me haya permitido esta disertación antes de entrar en el campo de batalla propiamente dicho, y es que acaba de estrenarse Dunkerque, producción que creo merece entrar en la lista de las mejores películas (anti)bélicas de la historia del cine. Y ojo: que aunque sea un admirador confeso de su director, el británico Christopher Nolan, ni me parece su mejor trabajo (como he leído ya en repetidas ocasiones en las últimas semanas) ni tampoco la consideraría una obra maestra a la altura de los filmes de Kubrick, Cimino o Coppola citados en el párrafo anterior. Tampoco me parece el fiasco que algunos, los menos en realidad, han querido ver en ella... en la tendencia imperante y ya denunciada en esta misma columna de polarizar la recepción de un gran número de estrenos para dividirlos entre las producciones llamadas a cambiar para siempre la historia del cine y los bodrios que no merecen otra cosa que el más piadoso de los olvidos. Ni una cosa ni la otra: no terminan de convencerme algunas de las elecciones de Nolan en la que es una de sus cintas más cortas y con menos diálogos de toda su filmografía, sobre todo el no mostrar de forma más explícita tanto al enemigo alemán como los estragos físicos de la guerra (un factor en el que Spielberg logró sentar cátedra con la primera media hora de Salvar al soldado Ryan); también veo cierto desequilibrio en el relativo interés que despierta el episodio aéreo a cargo de Tom Hardy, a mi parecer menos atractivo que el marítimo (donde destacan el habitual Cillian Murphy y un espléndido Mark Rylance) y no digamos ya el terrestre, con un impecable Kenneth Branagh y el joven (y estupendo) Fionn Whitehead, la indiscutible revelación del film. Es sobre todo en este último espacio, en el prodigioso arranque del film, donde el director de Interstellar vuelve a demostrar su capacidad para ofrecer imágenes y sonidos perdurables que emocionan e inquietan al espectador; para ello cuenta con la impagable colaboración de un Hans Zimmer cuya partitura se construye y emplea aquí, salvando las distancias, de forma casi experimental, y termina recordando de puro obsesivo a las colaboraciones del compositor Michael Nyman con Peter Greenaway, antes de que la banda sonora original de El piano le convirtiera en una estrella de la música de cine. En resumidas cuentas: Dunkerque es una propuesta que merece verse, al margen de lo que se piense de la obra anterior de Nolan (en líneas generales, mucho menos sujeta a la realidad), y a poder ser en una gran pantalla con un buen sistema de sonido para que la experiencia sea lo más satisfactoria posible. No esperen por tanto a que la cinta desaparezca de la cartelera.

Aunque muy pocos piensen en ella en términos de cine bélico, bastante del género hay también -ya desde el mismo título- en La guerra del planeta de los simios, tercera entrega de la nueva saga inspirada en la original El planeta de los simios y sus secuelas (sobre la versión de Tim Burton, lo mejor será correr un tupido velo), y que con justicia se considera una de las mejores aportaciones al cine de ciencia ficción más reciente. En esta ocasión, repiten Matt Reeves tras las cámaras y Andy Serkis delante (aunque a este tampoco se le ve porque interpreta al simio protagonista, y solo se le oye si ven la peli en VO, claro); nombres a los que se une ahora Woody Harrelson como enemigo jurado de los primates en lo que es un claro remedo del coronel Kurtz de Apocalypse Now (insisto de nuevo en lo influyente que está resultando ser todavía el film de Coppola, y traigo a colación los estrenos de Silencio, La cura del bienestar y Z, la ciudad perdida, todos de este mismo año, para demostrarlo con creces). La crítica la ha considerado la mejor de las tres, pero al que esto suscribe le pareció que adolece de alguna caída en el ritmo, quizá porque El amanecer del planeta de los simios, la anterior película de Reeves, ya supuso una muy agradable sorpresa y en esta ocasión esperaba algo distinto y no más de lo mismo, por bueno que fuese. No obstante, es una película estupenda que no deben perderse puesto que demuestra que aún hay sitio para grandes producciones con vocación de blockbuster que no caigan en la vacuidad más absoluta... y conste que no estoy pensando en la nueva entrega de los Transformers (bueno, sí lo estoy pensando; a quién quiero engañar después de haberlo escrito). Eso sí: lo que no se le puede negar a Michael Bay es que sus robots transformistas del espacio exterior vienen dando mucha más guerra de la esperada... y la deseada.

Dunkerque y La guerra del planeta de los simios se proyectan en cines de toda España.

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