Cultura

R 3 -Teatro 0

Oh, my God! No van a ser ustedes capaces de adivinar lo que me cuesta escribir esta semana la crítica al espectáculo RIII de la compañía Arden. Y ya sé que les recomendé encarecidamente asistir a la función (tampoco es que me hicieran ustedes mucho caso, a juzgar por la asistencia). Y soy consciente de la buena crítica que tuvo la apuesta de Cardeña en encuentros tan importantes para las compañías valencianas como la Muestra de Alcoi. Y pese a ello tengo que reconocerles el sentimiento de desasosiego con el que abandoné el Teatro Chapí.
Intentaba durante el espectáculo recordar las palabras de nuestro desaparecido Haro Tecglen, cuando asistiendo a un despropósito protagonizado por una de las damnificadas por el concurso televisivo GH, nos decía algo como: lo bueno que tienen los textos de Shakespeare es que por muy mala que sea la interpretación o la puesta en escena uno siempre puede cerrar los ojos y recrearse en el texto. Eso mismo intenté, con peor suerte que el maestro. Y es que la propuesta no llegó. Las palabras del vate aparecían por la boca de los intérpretes pero no llegaban a sus oídos. Escenas tan apasionantes como el encuentro de Ricardo con Lady Anne quedaron como naranjas mal exprimidas: sin subtexto, que es decir que las palabras y los personajes estuvieron, pero no llegó al público el verdadero sentido, las verdaderas intenciones de los personajes. Algo, obviamente, esencial en un drama cuya arquitectura se sustenta de intrigas, engaños y traiciones. Las voces de los actores no estuvieron a la altura, aunque con buena proyección su tendencia al tono declamatorio restaba flexibilidad a las frases así como realismo. El juego corporal fue inexistente, fue configurado a modo de cuadros en su mayoría estáticos que se redondearon con una iluminación escasa que desdibujaba el rostro de los intérpretes y unos complementos escenográficos que, si bien destacaban por su contemporaneidad, fueron meros adornos poco significantes. La escena se mantuvo limpia durante la representación, al modo isabelino a lo que también contribuyó la presencia de regidores de escena (lo que en nuestro teatro del Siglo de Oro se llamaba “saca muertos y mete sillas”). Si bien ninguna de las interpretaciones fue destacable por su intensidad o dificultad, las menos favorecidas fueron las de Lady Anne, con un tono quejicoso que impedía dar fuerza a sus personajes; y la de la Reina Margaret quien recordaba más bien al lunático personaje lorquiano de La Casa de Bernarda Alba.

Lamento, ya digo, hacer críticas en este tono ya que pienso que el teatro valenciano es uno de los más fuertes y modernos de los que podemos encontrar y uno quiere siempre continuar estando orgulloso de ello.

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