Cartas al Director

Radio París

Radio París es como se conocía vulgarmente la emisión en castellano de Radio Francia Internacional. A través de dicha emisora –la “Pirenaica” era otra de la época– los españoles, en la dictadura de Franco, podían enterarse de acontecimientos que sucedían en nuestro país, ya que la censura a los medios de comunicación guillotinaba las noticias que criticaban al “régimen”. Durante el largo anochecer de la era franquista hubo huelgas reprimidas duramente, proclamas incipientes por la libertad, llantos silenciados, revistas y periódicos secuestrados por las “autoridades”, y un etcétera gris y tortuoso. Pues bien, en ese triste ambiente Radio París venía a difundir por las ondas lo que ocurría en España, mostrando la cara de la oposición a la dictadura. Era, la radio francesa, el altavoz que mucha gente sintonizaba a eso de las diez o las once de la noche para oír otro mensaje que no fuera el “oficial y caballero” del gobierno de entonces.
Es en aquella radio, saboteada para impedir su buena audición, en la que yo escuchaba que en algún pueblo de la Alsacia o del Rosellón, o quién sabe dónde, se producían manifestaciones contra el régimen de Franco y a favor de la libertad en España. He de confesar que aquellos gestos de solidaridad con el pueblo español me producían una gran admiración. El hecho de que personas absolutamente desconocidas, anónimas, con frío o calor, en las plazas de sus pueblos o ciudades, enarbolaran las banderas y alzaran sus gritos por la libertad en España, cuanto menos, era para mí algo increíble. ¿Cómo es posible que François o Veronique, a quienes nunca he llegado a conocer, se manifestasen por una causa alejada de su ámbito municipal?, ¿acaso allí no tenían problemas en su Ayuntamiento?, ¿significa que eran una especie de “visionarios alocados” cuya utopía les cegaba la mente? No, no. Eran, fueron, personas de carne y hueso. A las que les tenemos que agradecer que en un momento de su vida, trascendieran de lo cotidiano, y apoyaran una causa de muy dudoso efecto práctico. Más bien, ninguno. Entonces, ¿por qué lo hacían?

Hay una corriente de opinión que sostiene que cualquier acto público a favor de no sé qué paz en no sé dónde; efemérides recordando a personas cuya aportación a la humanidad ha sido determinante; manifiestos en contra de alguna guerra y cosas por el estilo, no sirven de nada. En efecto, ¡no sirven de nada! Claro que habría que ponerse de acuerdo en qué es servir de algo. El 30 de Enero se conmemora el “Día de la Paz y No Violencia”. Los Centros Escolares proclaman el valor de la paz como innegociable y digno de alcanzar. Pues nada, cuando salgan del colegio los estudiantes, y su hijo vaya a casa y le cuente que ha estado celebrando el día de la paz, usted lo convence de que dicha celebración no sirve de nada y que sería mejor emplear el tiempo en estudiar. ¿Se lo va a decir? ¡Ánimo!, dígale que es una estupidez y una simpleza, y que lo de “tus manos son palomas de la paz” es poco menos que una cursilería trasnochada. Ahora bien, si al rato le ve firmando el pliego contra las drogas en Villena, a lo mejor, sólo a lo mejor, no entiende cómo con una simple firma se puede acabar con una lacra sangrante como es la drogadicción. Y de paso le cuenta que con un euro y un kilo de arroz no sobrevive nadie en el Sahara.

Recuerdo que en las horas agónicas del secuestro de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua, casi coincidiendo en el tiempo con su vil asesinato, la ciudadanía de Villena se manifestó masivamente, llenando la Plaza de Santiago y aledaños. El pueblo daba cauce a su legítima indignación por lo ocurrido. ¿Sirvió de algo? Crudamente: ¡NO! Murió asesinado. Sin embargo, ¿no sirvió absolutamente de nada? En esa manifestación yo vi, igual que lo hicieron en otras –que tampoco sirvieron de nada, como las de la guerra de Irak–, a personas que jamás habían participado en una manifestación; que fueron capaces de defender una causa no doméstica (el alcantarillado, la luz, las escuelas, la sanidad, el soterramiento, la plaza de toros…) por otra alejada de Villena. Fue en aquellos momentos o en éstos, que asistimos a concentraciones por el dolor y la opresión, o en que los escolares cantan canciones de paz…, en que nos convertimos en François y Veronique. El niño moribundo en Darfur, el palestino en Gaza, la niña amputada en Etiopía, jamás sabrán que su miseria ha sido protestada por Alfonso, Virtudes, María y Pedro en la calle o en el patio de un colegio… de Villena. Nunca lo sabrán. Nunca.

Si los días señalados no sirven de nada, empecemos por eliminar algunas tradiciones que nos esclavizan periódicamente. No plantemos árboles el Día del Árbol, qué tontería; no llevemos a los animales el día de San Antón, vaya sandez; el lazo rojo del SIDA, un simpático adorno. En fin.

Eran las once de la noche, mi padre escuchaba, difícilmente, Radio París. La SEAT estaba de huelga; la minería asturiana, un polvorín; la Complutense de Madrid cerraba las aulas..., plomo, mucho plomo. “Ici Paris.”

Fdo: Francisco Tomás Díaz

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