Ritual que se repite, emoción que se renueva
Si la infancia de Antonio Machado eran recuerdos de un patio de Sevilla, la mía quedó prendida irremediablemente a unos días de septiembre, cosida con hilo grueso y pespunte corto a la mañana del día 5...
Si la infancia de Antonio Machado eran recuerdos de un patio de Sevilla, la mía quedó prendida irremediablemente a unos días de septiembre, porque mis recuerdo de infancia, esos que con el paso de los años nos dibujan claros en la mente pero llenan grandiosos los sentimientos, esos que escondidos en el desván de lo pasado volvemos a desempolvar para nuestro disfrute, están cosidos con hilo grueso y pespunte corto a la mañana del 5 de septiembre.
Y es con ese punto junto, que no deja espacio a la rotura porque no es hilván débil, con el que están unidos los retales de mis recuerdos a la mañana del día 5. Pedazos de una memoria que me muestran a mi abuela con una pequeña niña de la mano que la acompaña puntual, a las 8 de la mañana, a la última misa del novenario, para, posteriormente, atar sus sillas en la puerta de Navalón (su mejor sitio), no sin pelear tal propósito. Y son esos jirones de tela, que vienen estampados de momentos irrepetibles, los que todavía conservo adormecidos a flor de piel y los que despiertan del letargo con cada septiembre.
Sensaciones que, aún en la lejanía de los años, vuelven vivas y luminosas de puro frescor, de cercana presencia. Aromas de calles regadas que humedecen la pólvora, de hornos cociendo dulces manjares que sólo en estos días tienen sabor a recuerdos; visiones de sillas enfiladas, de músicas llegando, de nervios acallados y trasiegos, en definitiva, señales de inicio y regreso, de reencuentro con el ansiado ritual, protocolo que por igual siempre es distinto, que por esperado siempre es nuevo, y ha perpetuado en mí emociones espontáneas que me encogen todavía el estomago, devolviéndome puntuales, cada día 5, a esa parte tan feliz de mi infancia que ni la Noche de Reyes logró destronar. Y regreso a ellas, abuela y mañana, y a sus familiares de fuera, que nos acompañaban año tras año, y a los nervios de mi madre, a la que siempre le queda algo por terminar de coser mientras escucha el Pregón, y a mi conservada manía, aún en estos días, de mirar al cielo en busca de horizontes azules y despejados que no agüen mi tarde más esperada.
Es por ello que, para mí, Fiestas es sinónimo de hondas costumbres y férreo sentir, de recuerdos para aquellos que perdí, de sentidos en pie ante lugares, aromas, relentes o sonidos que evocan mi recuerdo; y si con el paso del tiempo nos hemos visto obligados a ensanchar sus costuras, para agrandarlas y darnos cabida a todos, es nuestro deber trasmitirlas a los que nos siguen adaptadas, que no mutiladas, resguardadas del paso inexorable del tiempo y de la variación en las formas, respetando de un modo escrupuloso, y exento de protagonismos personales, que esa deformidad no se vea reflejada en sus originarios lugares, ora poco concurridos o peligrosos, pero dueños absolutos de la tradición y el encanto.
Porque estas fiestas, las de Villena, no han sido ni serán, aunque algunos se empeñen, solamente aplausos y saludos, ni grandes calles, ni muchas luces, ni pétreos brillos; esta cara es la vistosa, la que vende, la que mueve negocio, la que es festiva que no festera y se apagará el día que no seamos capaces de reconocer y admitir que es grande por influencia de su otra mitad y que sin ella está huérfana de sentimientos. Mitad de un mismo todo que me eriza con cada sonido, cada aroma, cada lugar o momento que percibo y son parte de mí como es parte indivisible de nuestra historia festera, pues se aferra a una querencia popular y humilde, que nació por devoción a una Patrona y construyó devoción hacia unas vivencias y unos días.
Gracias a personas como mi abuela, que luchaba por su lugar para ver la Entrada, y a otros que tenían las puertas abiertas y la mesa llena con la despensa vacía, y se aferraron con uñas y dientes a sus costumbres y tradiciones sin plantearse ni un mínimo golpe en los pilares que las sustentan, hoy muchos de nosotros nos llenamos esa grandeza íntima y nos diluimos en estos días sabiendo que escapamos a ellos para volver a sentir su alegría año tras año, y así, en perfecta comunión de momentos y querencias, cumplir con el esperado ritual, entregarnos sin medida a sus momentos y seguir poniendo parte de nuestras ilusiones en las que quedan por llegar. Que tengan unas Felices Fiestas.