Testimonios dados en situaciones inestables

Sacó su vozarrón de trombón y comenzó a cantar la meliflua “El final del verano”

El joven y atractivo empleado público de la oficina de recaudación de impuestos, ante mi consulta respecto a una notificación que había recibido con información escrita en un lenguaje críptico e insulso sobre el tributo a pagar por una propiedad inmobiliaria, se aflojó el nudo de la corbata, sacó su vozarrón de trombón para apuntar una primera línea de texto musical, se subió a la mesa de oficina en dos ágiles movimientos y, extendiendo los brazos para formar una cruz con las palmas de las manos abiertas, comenzó a cantar la meliflua El final del verano, del Dúo Dinámico, con un ritmo ligera y persuasivamente marchoso y de una forma un poco dramáticamente exagerada, pero con una convicción digna de un siervo de Charles Manson.
De inmediato, como espoleados por un resorte mítico o biológicamente predeterminado por una fuerza mucho más grande e indescifrable que la especie humana, el resto del personal laboral de la oficina (que es un espacio amplio perfectamente compartimentado en cubículos de cristal para negar cualquier intento de pecaminosa y/o violenta privacidad) ejecutó al unísono un movimiento de cabezas fijando sus miradas sobre mí, y elevó un balbuceo reiterativo a modo de inesperado y arrebatador acompañamiento rítmico de percusión. Al compás del súbito espectáculo, la luz lechosa se fue tornando una acaramelada y difuminada aureola ambarina típica de los publicitarios ocasos en playas imposibles. A mi espalda, como pude ver en el reflejo del cristal que estaba frente a mí, el grupo de abnegados ciudadanos que esperaba su turno para ser expuesto a los dones de la información tributaria, como réplica al imprevisto arrebato de los funcionarios, se organizó en una formación coreografiada con determinación y exactitud casi militar al tiempo que repetía como un susurro la letra de la melosa tonadilla para crear un efecto de bucle hipnótico. De golpe, todo era una suma perfecta de coordinación y entrega y nostálgica alegría, y en medio de esa explosión de fantasía y genio humano, yo sentí en mi riego sanguíneo y en mi sistema pulmonar y en mi tracto intestinal un no sé qué vivo e indomable que me llenaba y crecía y se condensaba en mis cuerdas vocales, e irremediablemente también empecé a tararear la cancioncita, como si mi voluntad fuera dirigida por un Master of the Revels caprichoso y farandulero. Y los enigmáticos y alucinógenos formularios perfectamente ordenados sobre las mesas emprendieron el vuelo y bailotearon en el aire cálido y húmedo semejando una bandada de alborozados pajaritos que celebraran la gracia del afán recaudatorio. Y los carteles con sensatos mensajes para concienciar sobre los beneficios comunitarios de los abundantes gravámenes públicos se animaron como pantallas y trasformaron su necesaria información en vivaces anuncios audiovisuales llenos de espíritu y alma y de esa cosa que te empuja subliminalmente a cumplir con regocijo con todas tus obligaciones impositivas. Y las partes de aquel momento escandalosa y significativamente prodigioso no podían explicar la suma totalizadora que me envolvía, y cuya energía invisible pero poderosa me agarró como a una vedette y me elevó en el aire y grácilmente me transportó hasta la puerta de salida y me despidió con un suave toquecito en el trasero mientras a mi espalda el pegadizo sonsonete repuntaba como una eclosión de verdad y razón... El final... del verano... llegó..., y tú PAGARÁS...

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