Cartas al Director

Segismundo Casado y su perfil fraudulento de Facebook

Recurrir a un pseudónimo ha sido una fórmula lícita y muy socorrida en el mundo de la literatura. Incluso las nuevas tecnologías propician el anonimato aprovechando las relaciones virtuales. Lo que resulta extraño es que se suplante un pseudónimo periodístico de manera fraudulenta mediante un perfil en Facebook. Sin duda, un claro síntoma de la necedad del ignorante que mira el dedo que señala la luna.
Hay pseudónimos no inventados que responden al nombre y apellido reales de un personaje histórico. Se usan con una intención simbólica, pues los textos que se firman así adquieren un determinado sentido. El objetivo de estos artículos de opinión no ha sido especular sobre mi identidad ni valerme de la ocultación para insultar, menospreciar o vilipendiar impunemente.

La palabra se convierte en una herramienta de expresión contestataria cuya función primordial es motivar una doble acción: repensar la realidad política y servir de acicate a los cargos públicos. Eso sí, con argumentos no exentos de ironía, no siempre cómodos para el poder y nada complacientes con ciertos planteamientos.

En marzo de 2015 inicié en este medio de comunicación un experimento. El propósito era comprobar las reacciones que se producían en la opinión pública local ante las publicaciones realizadas bajo el apelativo de “Segismundo Casado”. Un militar republicano, casi desconocido, que apoyó hasta sus últimas consecuencias algunas causas y decisiones que no fueron comprendidas por sus compañeros durante el fratricidio de la Guerra Civil. Eso sí, intentando siempre ser fiel a sí mismo y a sus principios para evitar más muertes.

Con ello he buscado aportar una visión crítica sobre la actualidad del municipio, sin mentir, sin faltar al respeto y sin contribuir a la polémica por la polémica. El afán siempre ha sido iniciar un debate discrepante y constructivo, provocar un diálogo a partir de las opiniones subjetivas, que se pueden compartir o no, y consumar una reflexión plural, libre y no dogmática más allá de lo evidente. Lo sustancial no es quién escribe sino cómo lo escribe, por qué y para qué lo hace. Siendo pretencioso y petulante, el ejercicio ha consistido en ayudar a ser menos ignorantes ignorando el nombre del autor.

No quiero imitar a los “personajes estrella” que abundan en el universo mediático español, escrito y audiovisual, también llamados articulistas y contertulios, que se atribuyen la condición de opinadores profesionales. En el sueldo, en la fama, en el ego y en el espectáculo les va tener una opinión de todo. Y cuanto más provocadora, mejor. Más éxito. Más comentarios. Más audiencia. Más dinero. Aunque a veces sea una idea tan peregrina, poco rigurosa y fútil como una obviedad disfrazada de agudeza o una estupidez cargada de mala leche. Yo no cobro (en euros) por opinar, aunque asumo que me puedan poner a caldo los presuntos agraviados.

Con este son ya 39 artículos publicados acerca de múltiples y variados temas. Esta vez, sin que sirva de precedente, hablaré de un asunto más particular, pero que tiene también trascendencia. Hace unas semanas se abrió un perfil en Facebook con el nombre de Segismundo Casado. Tras unos días inactivo, ha empezado a solicitar “amistad” a diversas personas.

Desconozco quién está detrás. Siendo consecuente y coherente, eso es lo de menos. Lo significativo es saber cuál es su intención y su interés. Suplantar un pseudónimo en las redes sociales implica romper y vulnerar las reglas de juego. Descontextualizar la opinión manifestada en las páginas (web) de un medio de comunicación electrónico consolidado como EPDV, supone trasladar la autoría indebidamente a otro cauce de interacción personal como Facebook. Apropiarse, valiéndose de un presunto engaño, del nombre y apellido ya usados como pseudónimo por otra persona es síntoma de escasa originalidad y de no actuar precisamente con buena fe.

En cualquier caso, solo quería poner en aviso a las posibles personas afectadas. Y espero que esto no sea una treta que persiga indagar y desvelar mi identidad, acosar mi privacidad, incordiar y tomar represalias, vulnerar la libertad de expresión o perjudicar mediante la intoxicación falaz el contraste de ideas. En todo experimento siempre pueden surgir efectos indeseados, y este lo es. En fin, del fan al fantasma solo hay cinco letras.

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