Cultura

Silencio en la Biblioteca

Como obedientes animales de costumbres, don S. y yo hemos tomado la de visitar la biblioteca cada sábado por la mañana. Dudé al principio si sería buena idea empezar ya, o si sería conveniente esperar algo más de tiempo, hasta que el niño superara el trigésimo mes de estancia terrícola. Pero armados de valor nos encaminamos hacia la Casa de la Cultura un caluroso sábado de agosto. Ya desde casa comenzó la instrucción del lego: no sé si fueron trescientas cincuenta o cuatrocientas las veces que repetí a don S. que había que mantener silencio en la biblioteca, y ciento cincuenta o doscientas las veces que ensayamos el tono de voz susurrado. Un esfuerzo que necesitará su tiempo hasta mostrar resultados.
La Biblioteca Miguel Hernández, como ustedes sabrán, se estructura de forma versátil en un conjunto de islotes cuyas fronteras quedan sugeridas por el mobiliario. En un lado, tras recorrer las estanterías de libros para préstamo, encontramos un pequeño espacio dedicado a la lectura, generalmente de revistas y prensa; otro pequeño espacio con mesas para el estudio; otro espacio abajo, con mesas y sillas de menor tamaño que sugieren el uso de personas más bajitas o de menor edad; y en un rinconcito el espacio de la Bebeteca. Allí es donde don S. y yo dedicamos unos minutos a la lectura y donde escogemos los libros que nos llevaremos a casa. Hace años, a estos espacios se sumaba el de la planta superior que ofrecía cubículos individuales y grandes mesas para el estudio, además de contar con un amplio material de consulta.

El caso es que allí, en la Bebeteca, con las estanterías llenos de libros infantiles, con sillitas de plástico dispuestas alrededor de un gran cesto de libros de tela, niños y niñas cogen y dejan, abren y cierran, se divierten, se entretienen, quisiéramos pensar que aprenden, y olvidan que hay que susurrar cuando de pronto les gusta o les sorprende cualquier cosa. Motivo por el que el pasado sábado llamaron nuestra atención. Motivo que me hace reflexionar, recordar el descenso de categoría de nuestras bibliotecas municipales, recordar el futuro traslado del conservatorio al Teatro Chapí, reafirmarme sobre la torpe disposición de los espacios de la Casa de Cultura de Villena, y entender que el obsoleto edificio, prácticamente vacío en un futuro, debe replantear sus espacios para ofrecer a la ciudad una nueva biblioteca: debidamente estructurada para que quienes quieran estudiar puedan hacerlo sin molestias, para que se puedan realizar actividades de animación a la lectura sin que molesten ni sean molestadas, para acoger círculos de lectura, o salas de visionado o de audición, o lo que sea necesario…, para que nuestra Biblioteca tenga entidad y nuestra Casa de Cultura no se convierta en un gris laberinto de enormes pasillos y minúsculos departamentos.

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