Stricklandia
Abandonad toda esperanza, salmo 526º
La Aventura Audiovisual es una distribuidora que se está especializando en estrenos reducidos (pocas copias para cines muy contados) que poco después, a veces un par de meses y otras un par de semanas, editan enseguida en formato digital para el mercado doméstico. Lo hicieron con Bone Tomahawk, La invitación y Green Room, y al parecer lo volverán a hacer con títulos recién anunciados como Experimenter y Baskin. No acabo de ver que esta sea la opción más comercial si tenemos en cuenta la piratería: la citada Experimenter llegará a los cines, algunos, el próximo 26 de agosto, y apenas cinco días después estará disponible en DVD y VOD (plataformas de video on demand). Pero si su estrategia sirve para que podamos ver en nuestro país, tantas veces un verdadero erial en esto de la cultura cinematográfica, títulos tan interesantes como los citados o los dos últimos trabajos del cineasta británico Peter Strickland, ambos estrenados durante el pasado mes de julio, no seré yo el que se queje.
Strickland se ha convertido, desde su debut en 2009 con la inédita Katalin Varga, en uno de los dos nombres clave del nuevo cine británico. El otro, claro está, es el Ben Wheatley de Kill List, Turistas y la reciente High-Rise, y que no en vano ejerce de productor ejecutivo del último film del anterior. Pero antes quiero hablarles de Berberian Sound Studio, segundo largometraje dirigido por Strickland y segundo también (por estar precedido por el tercero; no se me líen inútilmente) en llegar a nuestros cines. El film, de 2012, está ambientado en la década de los setenta y lo protagoniza Gilderoy, un técnico de sonido inglés que viaja hasta Italia por motivos profesionales: ha sido contratado para mezclar el audio del último giallo de Santini, el gran maestro del thriller terrorífico a la italiana (esto es, un trasunto del primer Dario Argento). Durante el desempeño de su labor, las imágenes que rueda el cineasta (y que el espectador, al contrario que el protagonista, nunca verá) y la incomunicación que provoca el desconocimiento del idioma local que impera a su alrededor sumirán al técnico en una pesadilla que parece no tener fin. Pese a compartir profesión, el técnico que encarna magistralmente Toby Jones no se parece demasiado al John Travolta de Blow Out (retitulada aquí Impacto), y recuerda más al fotógrafo que encarnara David Hemmings (precisamente también protagonista de Rojo oscuro, de Argento) en Blow Up. Y, por tanto, esta aproximación de Strickland al género del cine dentro del cine recuerda más al original de Antonioni que al remake inconfeso de De Palma. ¿Más referencias? Ahí van dos, y qué dos: el debut de David Lynch Eraserhead y, muy especialmente por lo que tiene de reflejo vampírico de las imágenes fílmicas, el inolvidable Arrebato de Iván Zulueta. Con estos mimbres, supongo que no hace falta subrayar que Berberian Sound Studio no es plato del gusto de todos los paladares, pero los buscadores de experiencias audiovisuales novedosas y al límite verán más que satisfechas sus expectativas.
Lejos de acomodarse, en su tercer film (y primero estrenado en nuestro país, una semana antes que el segundo; insisto: no se me pierdan), Strickland toma un camino todavía más radical: The Duke of Burgundy, estrenada en 2014, es la historia de la relación entre dos mujeres, Cynthia y Evelyn; en un principio, parece que la segunda ejerce de asistenta del hogar de la primera, una jefa en exceso autoritaria que castiga físicamente a Evelyn cuando esta comete algún error en el desempeño de sus labores. Pero el espectador pronto descubre que se trata de un ritual sadomasoquista acordado previamente y que se repite día tras día; en él, Cynthia es la dominatrix y Evelyn la sumisa. No obstante, conforme avanza el relato, nos percatamos de que el reparto de papeles no está tan claro: los límites del sufrimiento (físico y, sobre todo, psicológico) son difusos y, como suele decirse en ocasiones, la procesión va por dentro. De nuevo, Strickland remite a realizadores del pasado: del refinado cineasta Alain Resnais al explícito pornógrafo Radley Mezger, pasando por los erotómanos europeos de los años setenta como Alain Robbe-Grillet (guionista de El año pasado en Marienbad, dirigida por el anterior, y director de sus propios filmes), Jean Rollin, Tinto Brass o nuestro Jesús Franco, este a la cabeza como fuente de inspiración confesa. Pero con todo ello, Strickland construye algo aparentemente nuevo, cercano a lo experimental, y donde un muy cuidado formalismo -ojo a la banda sonora, atemporal pese al tono vintage, del grupo Cat's Eyes- no va en detrimento de la pulsión emocional, sino más bien todo lo contrario. Así pues, The Duke of Burgundy se erige en una nueva victoria de este habitante único de su propio universo creativo, al que podríamos llamar sencillamente Strickland. Esto es: Stricklandia.
Por cierto: si, como yo, se preguntan si resulta rentable estrenar películas tan particulares como estas y hacerlo del modo en que lo hace La Aventura Audiovisual, échenle un vistazo (como estoy haciendo yo también) al libro La exhibición cinematográfica en España, en cuyas páginas José Vicente García Santamaría trata este apasionante tema desde los años sesenta a esta parte. Tal vez encuentren la respuesta en su interior. Pero en el cine de Peter Strickland no encontrarán respuestas; solo más preguntas.
Berberian Sound Studio y The Duke of Burgundy se proyectan en cines de toda España; La exhibición cinematográfica en España está editado por Cátedra.