El sábado yo estaba de viaje por ahí, con mi familia y tan tranquilo, cuando sonó mi teléfono portátil. Lo tomó mi hijo y contestó, que es un gran aficionado a esto de las telecomunicaciones. Yo prestaba atención y él me iba informando. Es la abuela, me dijo. Que ya están arreglando la Plaza de Toros continuó con su explicación mientras se reía. Cuando le pedí que me pasara mi madre ya había colgado.
Iba a realizar una llamada de comprobación porque no es la primera vez que mi hijo me da una noticia en tono inocente, inocente. Pero antes de marcar el primer número me entró otra llamada, esta vez de mi amigo Carlos López. Otra vez con lo mismo. Mitad eufórico y mitad descojonado me fue relatando que una flota de palas, camiones y operarios desfilaban frente a la Plaza para comenzar las obras. El testimonio de Carlos era más fiable y, tras despedirme, colgué el teléfono con ganas de volver a Villena para verlo. Lógicamente continuamos con nuestro viaje deseando que aquello fuera en serio.
El lunes por la mañana tuve que desplazarme fuera de Villena de nuevo, esta vez por motivos de trabajo, pero al regresar cayendo la tarde me faltó tiempo para acercarme a los aledaños del coso y subir al minarete para observar las tareas. Me quedé impresionado ante la imagen del interior del recinto casi vacío, como un casco en medio de la cantera y sorprendido por la habilidad de los chóferes de los camiones cargados de materiales de desecho, cuyas cabinas apenas caben por la puerta exterior de la plaza.
La suerte está echada
La suerte está echada y a partir de ahora es de esperar que los trabajos se vayan desarrollando con continuidad y que el aspecto desolador que ahora tiene la Plaza de Toros se vaya transformando en la bella estampa que todos hemos visto en el proyecto. Ya me he provisto de unos centilitros de aceite de oliva virgen extra y algo menos de vinagre balsámico, ansioso por comerme el sapo.
Por si acaso, guardaré un pequeño fragmento de la barrera como reliquia.
