Cultura

Teatro Comercial

Puede que ustedes también hayan observado el rico panorama de comedia de distracción que se ha adueñado de los teatros de toda España. En eso consiste, dirán, en procurar un entretenimiento que nos aleje del caudaloso río de problemas a los que nos enfrentamos a diario. Como si no tuviésemos televisiones en nuestras casas…, o como si el amplio abanico de opciones que ofrecen nuestros TDT no contuviera suficiente mierda como para mantener planos nuestros encefalogramas durante semanas y semanas. Como si no existieran infinidad de deportes donde distraernos de forma sana sin ahogar las posibilidades de disfrute digamos intelectual.
No negaré que en ocasiones no es divertido compartir con alguien hechos comunes: que tu madre te llama siempre cuando comienzas la partida en la consola de juegos, que la lavadora se “come” los calcetines, que tu novia siempre te hace esperar aunque te diga que está lista en media hora y tú has llegado una hora tarde. La máquina es inagotable. Desde que la pusieron en marcha recién importada de Estados Unidos donde incluso el jovencísimo Woody Allen la utilizó para consagrarse, los monólogos han invadido televisiones, radios y teatros. Y parecen no tener fin. Es como reunirse con amigos y amigas para decir cosas divertidas, alocadas y obvias, pero sin tener que abrir la boca salvo cuando a la salida del teatro comentamos las mejores jugadas. De igual modo funcionan las piezas teatrales comerciales, como las sitcom pero sin anuncios. Resultan como un retrato dibujado a lápiz pero realizado con algún programita de nuestra computadora. Efectividad sin alma.

Pero disculpen. Habíamos venido a despedir el año. El encargo para este número especial de nuestro semanal consistía en una columna resumen o una felicitación navideña, incluso un texto con buenos deseos de cara al próximo año. Y yo me ando por las ramas en lugar de abrazarme al ¡Oh, blanca Navidad!, o al ¡Próspero año nuevo! No hay nada que hacer aquí, me temo, con las cancioncillas de turno. Calienta más la preocupación por ese flagrante insulto que ha supuesto la subida del IVA a nuestros productos culturales, por ejemplo. Calienta más que las lucecitas y los buenos deseos. Como calienta la sospecha de un nuevo ataque a la Cultura: al cine, al teatro, a los museos… –que llegará, estoy seguro–.

Mientras tanto aprovechemos estas fechas para admirar los escaparates que queden todavía abiertos y para abrir bien los ojos cuando llegan las cifras, si llegan, de esos tres mil millones de euros en concepto de pagas extra de Navidad que no han llegado a las pescaderías, librerías, pastelerías, hoteles, bares y demás comercios. Y volvamos a los teatros, aunque a veces salgamos de ellos con la sensación de haber comido un pastel de aire, algo que desaparece con un suspiro y que deja en nuestro corazón el mismo deseo de belleza, de arte, que contenía antes de entrar. Ah, y Felices Fiestas.

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